Don Juan, ante el milenio
El deseo y la muerte son dos ingredientes esenciales de la forja de este mito de la modernidad, que c¨ªclicamente renace y se convierte en una cuesti¨®n mayor de la literatura, que no fue ajena a los hombres del 98.
Don Juan, mito esc¨¦nico y cultural, es un personaje al que gusta mostrarse a la incierta luz del crep¨²sculo o bajo el equ¨ªvoco resplandor de la luna. Pertenece a la l¨®gica de sus acciones, las que le han dado fama de burlador, seductor y rebelde, el preferir la sombra y la noche. Su vida teatral -ah¨ª est¨¢ la primera escena de El burlador de Sevilla y Convidado de piedra, de Tirso de Molina- comienza en medio de la m¨¢s absoluta oscuridad. Don Juan se encuentra en plena sesi¨®n de trabajo: seduce a Isabella. La mujer enga?ada, sin sospechar nada, quiere "sacar una luz" para que "el alma d¨¦ fe del bien que llego a gozar". A lo que responde Don Juan: "Matar¨¦te yo la luz".Este inicial rechazo de Don Juan a la luz acaso sea, adem¨¢s de una necesidad psicol¨®gica y de un recurso de tipo esc¨¦nico, un ¨ªndice que apunta hacia los dos ingredientes en los que se va a mover el personaje hasta llegar a convertirse en un arquetipo literario -y quiz¨¢ en un mito- de la modernidad: el deseo y la muerte, elementos ambos que desaf¨ªan el poder de las luces racionales y que constituyen el n¨²cleo de lo que Hannah Arendt ha llamado con tino "la oscuridad del coraz¨®n humano".
Y arranca la brillante carrera de Don Juan por el Imaginario europeo. No habr¨¢ giro de la sensibilidad art¨ªstica que no busque reflejarse en el espejo del mito donjuanesco. Moli¨¨re y Da Ponte-Mozart ensayar¨¢n sus posibilidades como cifra del deseo libertino, del seductor cuantitativo, si se me permite la expresi¨®n. Cuando el romanticismo ponga en primer plano de la vida el sentimiento veremos que Don Juan cae en desgracia frente a los nuevos h¨¦roes del d¨ªa: ante Trist¨¢n, el amor genuino del caballero cristiano, o ante Werther, el amor adolescente, implacable e impaciente, Don Juan aparece como un rufi¨¢n, salteador de alcobas, un individuo carente de pasi¨®n.
El romanticismo no tiene ante Don Juan sino estas dos opciones: o, como se ha dicho, lo condena por encontrarlo un amante falso y ruin -es el caso de Stendhal: "Don Juan reduce el amor a un negocio vulgar", s¨®lo seduce a mujeres "carentes de elevaci¨®n de alma"-; o lo salva, transfigur¨¢ndolo en un enamorado capaz de conocer la aut¨¦ntica pasi¨®n amorosa. Es el camino que prefiere Zorrilla. Pero la "salvaci¨®n" de Don Juan por el amor de Do?a In¨¦s aniquila en el personaje su dimensi¨®n tr¨¢gica, tan soberbiamente captada por Tirso en el Burlador que da pu?adas a la muerte: "Con la daga he de matarte", amenaza Don Juan a la estatua del Comendador... "Mas ?ay! que me canso en vano de tirar golpes al aire". Esta dimensi¨®n tr¨¢gica ya no volver¨¢ a aflorar nunca, con la excepci¨®n, acaso, de algunas frases musicales de la obertura y de la escena final del Don Giovanni de Mozart. Desde el barroco al romanticismo, el destino de Don Juan es el de "humanizarse" y es nuestro Zorrilla quien mejor ha comprendido esta necesidad interna del personaje.
Pero no podr¨¢ evitar la paradoja: al salvar a Don Juan mata lo que en ¨¦l hay de fuerza m¨ªtica: su orgullo sat¨¢nico, su sensualidad infinita, su rebeld¨ªa absurda y su desprecio de la muerte. Don Juan se humaniza convirti¨¦ndose en hombre enamorado. Eso explica la proximidad del arquetipo al gusto popular, pues su vivencia del amor se vuelve af¨ªn al com¨²n de los mortales: goza, peca, sufre, se arrepiente, se salva. De ah¨ª el ¨¦xito c¨ªclico -como el oto?o o el carnaval- del Tenorio de Zorrilla en los escenarios espa?oles. Las almas sencillas vuelven a casa paladeando la dulce confitura del "amor eterno". El gesto demon¨ªaco de Don Juan se congela por obra de la piedad de la pura Do?a In¨¦s. Transformaci¨®n del oscuro deseo el luminoso amor como s¨®lo puede serlo un ideal o una estrella. Y la muerte eterna a la que estaba destinado el Don Juan barroco se sublima en perd¨®n. Como se?al¨® Ramiro de Maeztu en su ensayo sobre Don Quijote, Don Juan y la Celestina, con el Don Juan Tenorio, de Jos¨¦ Zorrilla, comenz¨® a decaer el mito y surge el drama de Don Juan. O dicho de otra manera: Don Juan pierde su configuraci¨®n eterna y penetra dentro del tiempo humano. Una vez muerto Don Juan como mito nos queda su encarnadura hist¨®rica.
Ser¨¢ de Baudelaire la genialidad de escribir el epitafio del Don Juan m¨ªtico en un espl¨¦ndido soneto de Las flores del mal y, al mismo tiempo, intuir el porvenir del personaje. En efecto, como "motivo literario", Don Juan s¨®lo tolerar¨¢ aproximaciones distanciadas, ir¨®nicas. Una de estas aproximaciones la inicia el propio Baudelaire en un proyecto teatral que no lleg¨® a ejecutar. En ¨¦l imagina la vejez de Don Juan, un Don Juan esc¨¦ptico, desenga?ado y melanc¨®lico que vive con su hijo, muchacho "educado por su padre y podrido de vicios y de amabilidad` (Torrente Ballester. Ensayos cr¨ªticos. Destino, Barcelona. P¨¢gina 309). La segunda perspectiva de aproximaci¨®n reside en la conversi¨®n de Don Juan en "idea", en objeto cultural. La distancia del an¨¢lisis convierte a Don Juan en materia de investigaci¨®n, como los n¨²meros imaginarios, las manchas negras de las estrellas o la decadencia del Imperio Romano. De Kierkegaard a Ernst Bloch, pasando por Ortega y Gasset y Camus, Don Juan se ha constituido en objeto de estudio sobre el que han ca¨ªdo fil¨®sofos e historiadores, psiquiatras y psicoanalistas, y, naturalmente, cr¨ªticos literarios.
El en¨¦rgico renacimiento de Don Juan en el siglo XX -en rigor, en las postrimer¨ªas del XIX- se produce bajo el esquema que acabamos de exponer y dentro de la tradici¨®n cultural espa?ola es ejemplar la precisi¨®n con que se despliega. La generaci¨®n finisecular -o del 98- retomar¨¢ el motivo de Don Juan bajo la estela "modernista" inaugurada por Baudelaire. El Marqu¨¦s de Bradom¨ªn de Valle-Incl¨¢n o el Don Juan de Azor¨ªn constituyen aproximaciones puramente literarias en las que nada queda del Burlador barroco. Don Juan ha envejecido... Vive con el recuerdo de sus fechor¨ªas, se conforma con placeres sencillos, siente nostalgia y pacta con sus demonios interiores. (Nada irreparable parece haber en el pasado de estos Don Juan "feos, cat¨®licos y sentimentales", para servirnos de la famosa descripci¨®n que Valle dio de su Marqu¨¦s de Bradom¨ªn).
Y ser¨¢ la generaci¨®n del catorce la que prefiera el enfoque te¨®rico del mito. Unamuno, a caballo entre la recreaci¨®n literaria del personaje en su Hermano Juan y sus reflexiones filos¨®ficas sobre el mismo, sirve de codo de uni¨®n entre los planteamientos de ambas generaciones. Mara?¨®n dilucidar¨¢ la psicolog¨ªa del personaje y Ortega desde un temprano ensayo escrito en 1917, Muerte y resurrecci¨®n, desarrollar¨¢ una teor¨ªa del ideal -¨¦tico y est¨¦tico- en la que Don Juan servir¨¢ como modelo de "h¨¦roe de nuestro tiempo". Esto as¨ª dicho puede resultar misterioso o caprichoso pero el espacio de un art¨ªculo no permite exponer las muy complejas cuestiones que Ortega plante¨® recreando el mito de Don Juan. Baste recordar que si Unamuno esperaba de un encuentro entre Don Quijote y Don Juan la p¨¢gina m¨¢s luminosa sobre la literatura espa?ola, Ortega vislumbra en la confrontaci¨®n entre S¨®crates y Don Juan -recu¨¦rdese el cap¨ªtulo VI de El tema de nuestro tiempo- nada menos que la revelaci¨®n de una nueva filosof¨ªa.
?Tendr¨¢ algo que decirnos la esquiva figura de Don Juan en este otro fin de siglo que est¨¢ a punto de inventar el eros virtual, el eros sin la carne?
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