La ciudad inteligente
La egregia y colosal efigie de don Juan de Borb¨®n preside la glorieta que da paso al Ifema a trav¨¦s de una amplia y corta arteria, bautizada pomposa mente "avenida de la Capital de Espa?a Madrid" en un redundante alarde de centralismo nominador. La negra cabeza de don Juan (Juan III reza la placa en otro despiste monumental) se ha convertido en el mascar¨®n de proa del nuevo barrio ferial donde medran los edificios inteligentes. A ambos lados del monumento destacan dos inmuebles gemelos centra dos por dos enormes esferas de acero y cristal, s¨ªmbolos preclaros del esplendor geom¨¦trico del parque ferial.Bandadas de irreverentes palomas han vestido de canas la ilustre testa, sus corrosivas deyecciones humanizan la rigidez mayest¨¢tica de un rostro que parece esculpido en lava solidificada. El poderoso cr¨¢neo se sujeta en lo alto del pilar central como un monstruoso trofeo guerrero, obra arrebatada y caracter¨ªstica del escultor Ochoa.
Los raros fines de semana en los que no hay feria en el Ifema, la avenida de la capital parece la calle mayor de una ciudad fantasma que hubiera sido evacuada a toda prisa por la irrupci¨®n de un brutal virus inform¨¢tico. Ni un cuerpo, ni un alma, ni un coche, rompen el silencio dominical en este g¨¦lido escenario laboral que reiniciar¨¢ sus funciones en las primeras horas del lunes, cuando los edificios empresariales abran sus despachos, oficinas y cub¨ªculos inteligentes de dise?o moderno y ergon¨®mico.
Pero casi siempre hay feria en los funcionales pabellones del Ifema dise?ados sin alardes ni estr¨¦pitos, una cuadr¨ªcula horizontal formada por seis amplios pabellones rectangulares que se abren a una zona de servicios. El parque ferial recibe, en una apretad¨ªsima programaci¨®n, pasarelas de moda, cert¨¢menes de arte, salones monogr¨¢ficos dedicados a la bisuter¨ªa, la equitaci¨®n, la maquinaria, el calzado, el turismo o las antig¨¹edades. En su interior funcionan, adem¨¢s, cinco restaurantes especializados en otras tantas variedades de la gastronom¨ªa ¨¦tnica y aut¨®ctona, 16 cafeter¨ªas, cuatro buf¨¦s y 3.000 metros cuadrados de cocinas dispuestas para hacer frente a c¨®cteles, banquetes e inauguraciones.
El apogeo social del Ifema tiene lugar en febrero, cuando el sal¨®n de Arco y la Pasarela Cibeles, que este a?o se celebraron casi simult¨¢neamente, atraen la atenci¨®n de un p¨²blico no necesariamente especializado pero interesado en los avatares de la creatividad textil y pict¨®rica y su pintoresca atm¨®sfera. Hay familias, por ejemplo, que llevan a los ni?os a la feria del arte contempor¨¢neo como si los llevaran al zoo, ni?os que causan el pavor de artistas y galeristas cuando confunden una galer¨ªa especializada en escultura de vanguardia con un parque recreativo y toman por asalto sus artefactos con afanes l¨²dicos y destructivos.
Los ni?os, desde luego, estar¨ªan mucho mejor en el parque natural. que se extiende alrededor del recinto ferial, en el llamado Campo de las Naciones, un vasto territorio se?alizado por esculturas modernas de gran tama?o, construidas para resistir las inclemencias meteorol¨®gicas, las veleidades escatol¨®gicas de las palomas y los ataques de los enfants terribles m¨¢s desquiciados, como el energ¨²meno que en estos momentos utiliza a modo de tobog¨¢n las mullidas rampas de c¨¦sped de una escultura paisajistica y ecol¨®gica de Arghira a la que ha accedido vadeando la estrecha r¨ªa que la separa de la zona p¨²blica para protegerla de incursiones como ¨¦sta.
El escaso porte del arbolado joven se equilibra con estas colosales composiciones abstractas que figuran como mudos interrogantes sobre prados, colinas y explanadas urbanizadas con cemento y metal en puentes y pasarelas. Utande, Gabino, Berrocal, Cruz D¨ªaz, Dubon, son algunos de los nombres que firman las obras diseminadas por todos los ¨¢ngulos del parque que cruza un estanque log¨ªstico, un amplio r¨ªo artificial bien nutrido de orondas carpas, animado por gr¨¢ciles surtidores y surcado en primavera y verano por un catamar¨¢n de agua dulce.
Para recorrer este inmenso y a ratos desolado territorio funciona tambi¨¦n un falso tren sobre ruedas que avanza lentamente. sorteando bicicletas y patines, dos medios de transporte muy utilizados por los usuarios del parque. D¨ªa a d¨ªa las enredaderas van cubriendo la hosca barandilla galvanizada y medrando los arbolillos plantados hace poco. El lago brota de una cascada artificial situada en uno de sus extremos y avanza con su largo brazo que circunda el n¨²cleo central de los jardines donde se enclava el Olivar de la Hinojosa, que es la joya natural del parque, un enclave milagrosamente preservado, un sencillo h¨¢bitat rural junto a los ¨²ltimos desaf¨ªos del progreso urbano y tecnol¨®gico, un pac¨ªfico remanso tapizado de hierbas y flores amarillas por el que revolotean infatigablemente los gorriones y las lavanderas.
El olivar forma parte del llamado Jard¨ªn de las Tres Culturas. Junto a los olivos centena: r¨ªos, fr¨¢giles palmeras moriscas y pinos j¨®venes, no se sabe si moros o cristianos. En una placa, versos y aforismos de sabios representantes de cada una de las tres religiones. "No se entra en el infierno tras vivir en el para¨ªso", sentencia el musulm¨¢n con optimismo; fray Luis de Le¨®n exalta los aromas del huerto y sus mansos ruidos, y el hebreo evoca los fulgores de la luna y las estrellas en el coraz¨®n de un jard¨ªn secreto y apacible que invita al silencio y al recogimiento. Los ecos de la bulliciosa prole suenan, extra?amente lejanos a la sombra de los dram¨¢ticos olivos ajenos al despliegue de maravillas del ingenio humano que albergan los cercanos bloques de la ciudad inteligente y sus quimeras.
No hay plazas en el aparcamiento al aire libre situado a la entrada del parque, tras visitar el para¨ªso el caminante regresa a su purgatorio urbano reconfortado por la frase del poeta.
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