Casa de Galicia
Aunque soy gallega, llevo nueve a?os afincada en Madrid y por fin me decido, este martes 17 de marzo de 1998, a visitar la llamada Casa de Galicia, sita en esta misma ciudad. Quer¨ªa asistir a una conferencia anunciada en el programa de actividades de este centro, aunque me vi obligada a aparecer antes para no perd¨¦rmela, puesto que el citado tr¨ªptico carec¨ªa de un detalle insignificante: el horario de las actividades previstas. "De todas formas", pens¨¦, despu¨¦s de enterarme de que el acto tendr¨ªa lugar a las ocho, "tengo tiempo para consultar quiz¨¢ aquel DOG (Diario Oficial de Galicia) que me interesaba", puesto que a trav¨¦s de Internet s¨®lo disponemos de un sumario, "o al menos me dir¨¢n d¨®nde puedo encontrarlo".El guarda me informa de que el horario de oficinas es de nueve de la ma?ana a dos de la tarde. "Muy bien", pens¨¦ yo de nuevo (?qui¨¦n me mandar¨¢ pensar?), "especialmente ideado para los que trabajamos". En fin, todav¨ªa me quedaba la pintura de los dos autores que all¨ª expon¨ªan para consolarme y me decid¨ª a contemplarla. En la segunda planta, por donde continuaba la solitaria exposici¨®n, me encuentro una mesa repleta de folletos y revistas que parec¨ªa interesante. Me detengo a ojearlos y se me ocurre, ?atrevida de m¨ª!, sentarme en uno de los sillones que rodeaba dicha mesa. El segundo guarda me indica amablemente que no est¨¢ permitido sentarse. Como no doy cr¨¦dito a lo que estoy oyendo, pregunto si alguien lo ha ordenado expresamente. ?Y me dice que s¨ª! No creo que una persona que hasta entonces hab¨ªa sido correcta y hasta amable conmigo, se invente esto de repente. Lo que ya no dudo tanto, disc¨²lpenme si me equivoco, es que alguna persona que posee un cargo en este centro utilice el poder que los ciudadanos y contribuyentes le otorgamos para dictar ¨®rdenes tan prepotentes y poco atractivas.
Lo malo es que si este suceso no constituye un hecho aislado en Espa?a, mucho menos lo es en Galicia.
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