Los medios de comunicaci¨®n y la cultura de la violencia
Aunque las formas de transmisi¨®n de los valores que configuran la cultura de la violencia son m¨²ltiples, empezando por el mismo n¨²cleo familiar, ninguna ha alcanzado el nivel de influencia como el que en las ¨²ltimas d¨¦cadas ha proporcionado la televisi¨®n. En la perpetuaci¨®n de la m¨ªstica de la masculinidad vinculada a la violencia, la televisi¨®n ha popularizado y comercializado la violencia gratuita (que es presentada adem¨¢s como divertida), lo ruin, el enriquecimiento a costa de los dem¨¢s, la fuerza f¨ªsica y el desprecio hacia otros seres, hasta el punto de convertir estas actitudes en valores normalizados, aparentemente irremediables, y a imitar, invitando a los televidentes a comportarse con la vileza que muestran continuamente las pantallas, con lo que se difuminan las fronteras entre el bien y el mal y considerando respuestas normales o aceptables lo que en realidad no son m¨¢s que conductas sociop¨¢ticas (1).El consumo de violencia medi¨¢tica, evidentemente, no convierte en asesinos a quienes visionan horas y horas escenas de crueldad, pero influye poderosamente en personas que por diversas circunstancias est¨¢n en grupos de riesgo, y en especial si son j¨®venes. En cualquier caso, no deja de ser preocupante, adem¨¢s de est¨²pido, que un ni?o o una ni?a puedan llegar a ver unas 20.000 muertes violentas en televisi¨®n a lo largo de una d¨¦cada, cuando su entorno natural y real apenas le mostrar¨¢ dos o tres experiencias de este tipo. Esta abrumadora presencia de muerte por violencia dificultar¨¢ su percepci¨®n de la realidad, el valor de la vida y lo que significa el sufrimiento, aspecto ¨¦ste normalmente no mostrado por la violencia televisiva.
1
Rojas Marcos, Luis: Las semillas de la violencia, Espasa-Calpe, 1995.2. Miedzian, Myriam: Chicos son, hombres ser¨¢n, Edit. Horas y Horas. Madrid, 1996. 3. Mayor Zaragoza, Federico: La nueva p¨¢gina, Unesco / C¨ªrculo de Lectores, 1994.
En un excelente estudio sobre este tema, Myriam Miedzian (2) advierte con raz¨®n que estamos empujando a los ni?os a un mundo de conflictos sin fin al que parece no haber otra forma de hacerle frente m¨¢s que a base de pu?etazos, espadas, pistolas y sofisticadas armas destructivas. Muchos, much¨ªsimos programas televisivos y pel¨ªculas cinematogr¨¢ficas son una invitaci¨®n directa y constante a practicar actitudes antisociales y violentas, y en el mejor de los casos, una simple invitaci¨®n a la groser¨ªa, a saltarse todo tipo de normas y a hacerse valer en funci¨®n de la excentricidad. Pocas veces, en cambio, las pel¨ªculas, los dibujos animados o los programas de entretenimiento son escuelas de solidaridad, de empat¨ªa, de tolerancia, de desbloqueo de posiciones, de comprensi¨®n mutua y de todos los elementos que configuran una educaci¨®n prosocial.
Pero la televisi¨®n no act¨²a en solitario. Su influencia modeladora va acompa?ada de canciones rockeras y de mensajes procedentes de otros productos, incluidos los suplementos dominicales o p¨¢ginas especiales para los j¨®venes, que en ocasiones invitan a denigrar y humillar a las mujeres, invitan a los chicos a ser dominantes, a despreciar a sus padres, a liquidar a gente por ser diferente (es t¨ªpico de muchos videojuegos) y a adoptar como h¨¦roes a cualquier cantante, artista o deportista que consiga mayores niveles de agresividad en sus palabras, movimientos o est¨¦tica. Todo vale en estas producciones de entretenimiento, que degradan la cultura y los sentimientos al nivel m¨¢ximo de "todo a cien", e instalan a los individuos, en particular a los chicos, en una c¨®moda irresponsabilidad, en una permanente inmadurez y en un infantilismo que les incapacita a enfrentarse con la adversidad, la diversidad y la responsabilidad. Si algo no te gusta, no lo entiendes o no sabes c¨®mo tratarlo, simplemente despr¨¦cialo o at¨¢calo.
En un libro reciente comentaba el director general de la Unesco que "tenemos la obligaci¨®n moral de fomentar en nosotros y en nuestros hijos la capacidad de oponernos a que un sinf¨ªn de cosas parezcan normales, cotidianas y aceptables en el entorno, tanto natural como social... Debemos luchar contra la pereza y la tendencia al conformismo y el silencio que la sociedad fomenta" (3). Educar, en otras palabras, significa dotar al individuo de la autonom¨ªa suficiente para que pueda razonar y decidir con toda libertad. Significa proporcionar los criterios que nos permiten defender nuestras diferencias y divergencias sin violencia, fomentar la capacidad de apreciar el valor de la libertad y las aptitudes que permitan responder a sus retos. Pero esto supone un aprendizaje, en la familia, en la escuela y en la vida social. Para la Unesco, ello implica que se prepare a los ciudadanos para que sepan manejar situaciones dif¨ªciles e inciertas, prepararlos para la responsabilidad individual, la cual ha de estar ligada al reconocimiento del valor del compromiso c¨ªvico, de la asociaci¨®n con los dem¨¢s para resolver problemas y trabajar por una comunidad justa, pac¨ªfica y democr¨¢tica, porque el derecho y la necesidad de alcanzar una autorrealizaci¨®n personal no han de ser ni un obst¨¢culo ni una incompatibilidad con la necesidad de formamos como ciudadanos responsables y con conciencia p¨²blica. ?Es ¨¦ste el papel que est¨¢n realizando la televisi¨®n y otros medios de comunicaci¨®n?
Hace ya unos cuantos a?os, el pedagogo Bruno Betelheim se?alaba que "la violencia es el comportamiento de alguien incapaz de imaginar otra soluci¨®n a un problema que le atormenta". Cuando observamos con terror el surgimiento de "ni?os asesinos" o la extensi¨®n de comportamientos infantiles y juveniles de gran crueldad es probable que estemos asistiendo a la escenificaci¨®n de esa falta de educaci¨®n para manejarse en los inevitables conflictos que una persona ha de tener a lo lar go de su existencia y en su incapacidad para imaginar salidas positivas para dichos conflictos. Sabemos que no hay violencia gratuita si previamente no ha existido frustraci¨®n, miedo, maltrato, desamor o desamparo en la persona que la protagoniza, puesto que la agresi¨®n maligna no es instintiva, sino que se aprende. Es f¨¢cil deducir, por tanto, la gran cantidad de j¨®venes que sentir¨¢n la tentaci¨®n de utilizar la violencia como primer recurso para superar cualquier contrariedad, y por el simple hecho de que nadie se ha preocupado en ense?arles otras v¨ªas para solucionar sus problemas.
Aunque importante, la cuesti¨®n, por tanto, no es s¨®lo la de que la televisi¨®n sea en muchos hogares el eje central de influencia y que esa influencia sea tan negativa debido a la actual programaci¨®n. El problema est¨¢ tambi¨¦n en los motivos sociales, culturales y econ¨®micos que han llevado a que muchos padres y madres hayan abandonado su responsabilidad central de educadores, y la impunidad con que act¨²a esa extra?a red de conspiradores en favor de la difusi¨®n de comportamientos violentos, acelerados (por irreflexivos) o degradantes, y de la que forman parte personajes tan diversos y vacuos como locutores de programas radiof¨®nicos (de m¨²sica o de tertulias), deportistas (con entrenadores y presidentes de clubes), entrevistadores, pol¨ªticos, artistas y un largu¨ªsimo etc¨¦tera, ante los que los ciudadanos de a pie se sienten completamente indefensos.
Para defendernos de esta ofensiva de la cultura de la violencia, quiz¨¢ ser¨ªa m¨¢s inteligente y provechoso dedicar una parte de lo que nos costar¨¢ comprar tantos carros y aviones de combate a la promoci¨®n de productos culturales y educativos m¨¢s creativos y prosociales, porque lo que parece evidente es que no saldremos de este embrollo m¨¢s que tejiendo una potente conspiraci¨®n ciudadana, pero ¨¦sta dirigida a desenmascarar y contrarrestar la que d¨ªa a d¨ªa invita a nuestros j¨®venes a convertirse en soci¨®patas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.