El hombre en el que todos conf¨ªan
George Mitchell vive en dos mundos y nadie sabe exactamente c¨®mo consigue dar la impresi¨®n de estar intensamente en ambos a la vez. Pero lo cierto es que la dedicaci¨®n de este ex senador dem¨®crata norteamericano de 64 a?os a sus tareas hogare?as y diplom¨¢ticas en orillas opuestas del Atl¨¢ntico no conoce ni l¨ªmites ni fatiga. Mitchell, que desde hace 21 meses preside las arduas negociaciones de paz en Irlanda del Norte, alterna pues su existencia entre las salas del Castillo de Stormont, su espartana suite en el Hotel Europa de Belfast, que goza de la fama de ser el m¨¢s bombardeado del continente, y su casa en Manhattan. Ya ha perdido la cuenta de las veces que ha cruzado el Atl¨¢ntico.Mitchell est¨¢ a punto de cosechar los frutos de un ajetreo monumental al que ¨¦l mismo se brind¨® cuando ofreci¨® sus servicios para tratar de hallar una soluci¨®n al viejo, complicado y sangriento conflicto del Ulster.
Ayer, su oficina preparaba con gran sigilio el borrador del acuerdo que las ocho facc¨ªones pol¨ªticas de protestantes probrit¨¢nicos y cat¨®licos nacionalistas parecen estar dispuestas a firmar el jueves. Si todo sale bien, ser¨¢ una jornada hist¨®rica. ?Ser¨¢ la contribuci¨®n de Mitchell capaz de llamar la atenci¨®n del comit¨¦ del Premio Nobel de la Paz? No ser¨ªa raro.
Or¨ªgenes irlandeses
La de Mitchell es una vida que cautiva al instante. Sus abuelos fueron inmigrantes irlandeses que terminaron en Maine en 1904. Su padre qued¨® hu¨¦rfano y fue adoptado por una familia libanesa. Su madre era una maronita de L¨ªbano que trabajaba en una hilander¨ªa de Maine.Mitchell lleg¨® a la universidad de Georgetown, donde se pag¨® los estudios de leyes trabajando como constructor, y su inclinaci¨®n por la pol¨ªtica se hizo patente con fuerza cuando en 1962 consigui¨® un puesto de ayudante de Edward Muskie. Desde entonces, Mitchell jam¨¢s abandon¨® la pol¨ªtica.
La carrera de Mitchell es un muestrario de tenacidad, popularidad y versatilidad. Fue l¨ªder del grupo del Partido Dem¨®crata en el Senado y su campana contra George Bush no estrope¨® su amistad con Bob Dole. Fue un alto magistrado.
?C¨®mo acab¨® este hombre tan dedicado a la pol¨ªtica washingtoniana en un laberinto como el de la pol¨ªtica en Irlanda del Norte? La respuesta la dio no hace mucho en un discurso del Fondo Americano-Irland¨¦s en Washington. Dijo que el principal motivo era que, como juez, cre¨ªa en que en este mundo todos merecen una oportunidad. "Nadie puede realmente tener una oportunidad en una sociedad dominada por el odio, el miedo y la violencia", dijo.
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