La comprometida situacion del compromiso
Cada poco tiempo, alg¨²n escritor o intelectual que se considera a s¨ª mismo muy comprometido lanza un art¨ªculo o unas declaraciones en que se lamenta de que los escritores e intelectuales de hoy ya no est¨¦n comprometidos ("no como yo, que s¨ª lo estoy", acaba siempre por subrayar con trazo m¨¢s fino o m¨¢s grueso). La verdad es que el n¨²mero de quejosos o acusadores -seg¨²n el tono y el perfil elegidos- es tan elevado que la acusaci¨®n o queja parecer¨ªa un disparate siempre. Si tantos dicen estar comprometidos, ?c¨®mo es posible que cada uno de ellos no vea a los otros y tenga en cambio la impresi¨®n de ser un aislado superviviente heroico de los tiempos militantes y solidarios?Basta con echar un vistazo a los peri¨®dicos espa?oles, franceses e italianos -en cuyos pa¨ªses m¨¢s se dio el engagement- para comprobar que casi todos los escritores o intelectuales est¨¢n comprometid¨ªsimos: publican en ellos continuamente, hablando de cualquier asunto que rara vez es literario; estampan sin cesar sus firmas en manifiestos y proclamas varias; elevan protestas a los Gobiernos del mundo por cualquier causa, justa o meramente llamativa, y a menudo se dan golpes en el pecho por no ser m¨¢s activos (?m¨¢s todav¨ªa?). Hay algunos que se desplazan, previo aviso a fot¨®grafos y reporteros, a los lugares m¨¢s conflictivos: recuerdo c¨®mo Susan Sontag, tras una de sus estancias en Sarajevo, brind¨® un titular demasiado transparente: "Es una verg¨¹enza que yo sea la ¨²nica intelectual que haya venido a Sarajevo". Pod¨ªa haberlo dicho de mil maneras, pero la que escogi¨® hac¨ªa un p¨¦simo efecto, como si lo que de verdad le importara fuera "Yo en Sarajevo", no Sarajevo misma ni la acci¨®n de los intelectuales en ella. Y hace bien poco Saramago se ha cuidado de que nadie ignorara que ¨¦l, a diferencia de otros escritores y aun pol¨ªticos, se ha acercado hasta Chiapas para bien enterarse y echar una mano. El se?or Vargas Llosa, por su parte, nos in- forma puntualmente en este diario de cada visita pol¨ªtica que realiza a cualquier punto del globo, lo mismo que los se?ores L¨¦vy y Glucksmann en Francia, Handke en Austria, Grass en Alemania, Fuentes y Garc¨ªa M¨¢rquez en Am¨¦rica. El se?or Juan Goytisolo acostumbra a sacar un libro por compromiso pr¨¢ctico adquirido sobre el terreno, sea ¨¦ste bosnio, magreb¨ª o checheno. En cuanto al se?or Cela, que se ha pasado a?os acusando a los novelistas m¨¢s j¨®venes de estar "subvencionados" y ser mansos, acaba de comprometerse -una vez m¨¢s- al recibir del Ministerio de Cultura cuarenta millones de pesetas para la Fundaci¨®n creada a su mayor boato y propaganda. No se puede decir que ninguno de ellos deje de contraer compromisos.
En realidad, no hay carencia, sino acaso exceso, ya que tambi¨¦n existe el compromiso institucionalizado, con su Parlamento Internacional de Escritores, al frente del cual figuran los se?ores Rushdie y Soyinka y de cuyo Consejo Administrativo forman parte personajes como Derrida, Kapuscinski, Kemal, Magris, Pinter, Saramago, Tabucchi y yo mismo incongruentemente, tanto que a estas alturas creo que debo ceder el puesto a alguien menos esc¨¦ptico y m¨¢s afanoso.
As¨ª, quienes se lamentan y acusan de pasividad e indiferencia a sus colegas parecen padecer una preocupante miop¨ªa, o bien s¨®lo tienen ojos para s¨ª mismos y sus paseos bajo los focos, tal vez en la confianza de quedar lo bastante iluminados para que se los vea desde Estocolmo. (Obs¨¦rvese lo superfluo de ir a denunciar lo que ocurr¨ªa en Sarajevo cuando ya estaban all¨ª, haciendo permanente guardia, todas las televisiones del mundo como ministerios fiscales).
Y sin embargo la reiterada acusaci¨®n o queja ha arraigado, uno de esos casos raros en que la insistencia verbal en lo que no sucede o no existe aca ba por borrar lo evidente y negar lo que s¨ª sucede y existe. Lo que s¨ª es seguro es que las voces y denuncias y condenas de los intelectuales han perdido el valor y el influjo que quiz¨¢ un d¨ªa tuvieron. No me cabe duda de que uno de los motivos de ese adelgazamiento o merma es precisamente la proliferaci¨®n, la repetici¨®n, la profesionalizaci¨®n, la institucionalizaci¨®n, el abuso, el remedo y en definitiva la caricatura del compromiso. Si alguna vez tuvo importancia la voz alzada de un escritor -el caso de Zola es uno de los pocos ejemplos seguros; o el de Dickens, que sin embargo se olvida siempre por haberse dado en sus ficciones-, fue en gran medida por lo inesperado y desacostumbrado, que daba idea de la gravedad o injusticia del asunto tratado y obligaba a prestarle atenci¨®n. Que quien no era pol¨ªtico ni predicador se molestase en abandonar un momento sus poemas o novelas o dramas para se?alar algo inadvertido o ignorado por los dem¨¢s supon¨ªa un gesto si no ¨²nico s¨ª inusitado y por tanto digno de atenci¨®n. Qu¨¦ sentido tiene, en cambio, prest¨¢rsela a lo que ya est¨¢ previsto y por as¨ª decir codificado, o es m¨¢s, a lo que para algunos intelectuales es ya s¨®lo parte de sus propias imagen y profesi¨®n. Casi nadie escucha lo consabido, lo rutinario, lo que, por su reiteraci¨®n y previsibilidad, suena a falso y hueco las m¨¢s de las veces, a disco rayado y a una toma de postura "clara y contundente", pero m¨¢s que nada para que no se diga.
Hay sin embargo otro motivo fundamental para ese empeque?ecimiento del papel de los intelectuales, que mengua en proporci¨®n inversa al incremento de su vocer¨ªo y del n¨²mero de ellos que se afana por llevar bien visible en la frente el cartel salvador de "Comprometido, oiga". Y es que los pol¨ªticos actuales han aprendido a hacer caso omiso de su griter¨ªo. Saben que cualquier esc¨¢ndalo medi¨¢tico tiene los d¨ªas muy contados y que s¨®lo hay que aguardar unos minutos, porque la gente no aguanta ya ni tres actos de un mismo drama; necesita variedad, entremeses con resoluciones r¨¢pidas (y si no las hay todo asunto cae por s¨ª solo, nadie est¨¢ dispuesto a esperar para ver un desenlace). Saben tambi¨¦n los pol¨ªticos que, as¨ª como los escritores que los apoyan pueden traerles beneficios de imagen o promocionales, los que se les enfrentan apenas pueden hacerles da?o. A ninguno le preocupa hoy d¨ªa, por lo dem¨¢s, escuchar ni aprender ni corregir erorres:los aparatos de los respectivos partidos creen saberlo ya todo o al menos lo tienen, todo decidido desde el primer d¨ªa de su gobierno. Es curioso que tal cosa como los consejos sea algo del pasado. La culpa de esta situaci¨®n no la tienen los escritores -o s¨®lo en la medida en que han contribuido, con sus parodias, a restarse a s¨ª mismos importancia y peso-, sino los pol¨ªticos que elegimos, cada vez m¨¢s c¨ªnicos y resabiados. Ya se ve: en diez a?os de clamor intelectual internacional no se ha conseguido la anulaci¨®n de la fatwa contra Salman Rushdie ni, por supuesto el absoluto cese de relaciones con el r¨¦gimen iran¨ª por parte de esos elegidos gobiernos nuestros. En Estados Unidos no se ha dejado de ejecutar a nadie porque protestaran en contra los escritores del mundo, ni aqu¨ª se ha parado a pensar un poquito el cerril PNV ante el manifiesto del Foro Ermua, sino que se ha dedicado, por el contrario, a vituperar y a se?alar con el dedo a sus integrantes -y se?alar hoy con el dedo en el Pa¨ªs Vasco es casi una inducci¨®n al asesinato- .Sigan pensando ejemplos, pocos encontrar¨¢n en que hayamos servido en verdad de algo. Pero no es que las voces de los escritores e intelectuales est¨¦n calladas en nuestros tiempos, y menos a¨²n sugiero que deban estarlo o que sea indiferente que lo est¨¦n o hablen. El problema es m¨¢s bien que las sofocan y desprestigian los sermones de autobombo que algunos lanzan con megafon¨ªa, y que quienes deber¨ªan atenderlas y o¨ªrlas y tomarlas en serio hace mucho que llevan puestos muy tupidos tapones en los o¨ªdos.
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