Me?ique de pintor en camisa
Am¨¦n de boller¨ªa para desayunarnos de madrugada, trajo el pintor Jos¨¦ Luis Cuevas ayer noche var¨ªas bolsas repletas de exquisita dulzaina patri¨®tica. A cada aparici¨®n de lo desconocido, nosotros a lo nuestro:"?C¨®mo se llama?" Pronunciada esa frase inclusive con la boca a¨²n colmada de masa, medio derretida, de la filigrana anterior. Para saber paladear la sorpresa con una pizca de su propiedad, con su nombre de pila, triturado con mucho gusto, s¨ªlaba a s¨ªlaba. As¨ª nos iba. Y se llamaban, aunque por escasos segundos, gorditas de capilla, garibaldis, empanaditas fingidas, mamones almendrados, guayabates, revolcados de huevo, chongos zamoranos (con ese tacto de enc¨ªa contra enc¨ªa, hechas ambas alm¨ªbar), ?un respiro!, cajeta de habas tiernas, leche de camote morado, y avellanas, perones jerezanos, ?ay!, pastas de dama y hasta mecas min¨²sculas y rechinosas. Entre otros y otras m¨¢s, "?no se miden!", todo aquello era bueno para el convento, e ¨ªbamos devor¨¢ndolo de politoxic¨®manos para arriba, para que nos bajara el tequila y se estuvieran quietas las cabezas, al tiempo que le proporcion¨¢bamos un sano regocijo, al vernos actuar tan sin cincha, tanto al pintor mexicano como a, Bertha, su esposa ("?prueben los marquesotes!"), tan persuasiva, y situ¨¢bamos, por el contrario, del lado del berrinche celoso, si bien tambi¨¦n zampaban cosa fina, al arquitecto y a la cineasta, ermita?os de pico e insensibles de plano a la voz de la cantante Maria Luisa Land¨ªn: Hay que saber perder, puntualizando al t¨¦rmino como el lector de sobra sabe.As¨ª. Ellos, el arquitecto y la cineasta, eran, a fin de cuentas, los culpables directos de esta voracidad nocturna, a la espa?ola en territorio virgen, porque ellos se empe?aron, y desde el primer d¨ªa, recuerden, en repetir lo mismo a cada desayuno ("En serio que sentimos que por aqu¨ª no tengan pan dulce"), algo desacerbado, de no verbalizarse hasta ese escarnio, "en lo que ustedes ni habr¨ªan ni pensado, ?verdad?", dedujo Cuevas con finura, nada m¨¢s llegar, al par que nos miraba a la cara y se part¨ªa de risa con los ojos. As¨ª habla un cuate verdadero. Y no la lengua matutina de los otros, el arquitecto y la cineasta, dedicada a confirmar a deshora, con todo lujo de insistencia, lo que en el Para¨ªso iba a echarse enseguida en falta. De ah¨ª que resultara de lo m¨¢s natural del nuevo mundo que, ya una vez saciados y relamidos, los fuere?os nos fu¨¦semos a toda prisa con los Cuevas, -a su propia mansi¨®n de Buena Vista, una casotota a un cuarto de hora de camino, no sin antes dejar sobre la mesa del comedor del arquitecto y de la cineasta ("no son malos, est¨¢n loquitos"), adios, muy buenas, con cuidado de cuatro manos, dejamos, digo, sobre la mesa un peque?o regalo que, en el fondo, esperaba su hora: tac, una luna tierna de mazap¨¢n toledano, suponemos que algo salada ya por la brisa, que conserv¨¢bamos escondida, tipo bot¨ªn de afecto o reliquia, para probarnos, desde hace cinco d¨ªas por lo menos y sin decir ni p¨ªo. Ahora, al despertarme con la promesa de unos tamales dulces y molletes de arroz, observo que ya Jos¨¦ Luis Cuevas avanza por la orilla del mar, la mar ("?Por qu¨¦ me alejaste, Padre, de la ciudad?"), enardecido y a grandes zancadas, abriendo y cerrrando las manos con energ¨ªa, en pantalones cortos pero con camisa: "?Saben que yo nunca me quit¨¦ la camisa para hacer el amor?" Sabe Ver¨®nica, la cocinera, trazar del natural este esbozo: "Al se?or le gusta pasiar, pero est¨¢ peliao con l'agua..."
Viene a la sombra Cuevas, nos conduce a su estudio: "?Vieron qu¨¦ padre me qued¨®? Como me dijo Armando Morales, soy el primer pintor que construye un taller para estar completamente a oscuras. Debe de haber sido mi propio inconsciente el que me ha empujado a convertirlo cuanto antes en laboratorio fotogr¨¢fico". As¨ª y todo, inicia Cuevas una nueva serie de dibujos, tal vez la m¨¢s valiente, como acompa?amiento central de unos poemas, Animales impuros, que antes fueron grabados, esculturas, cer¨¢micas. Acuarelas de papeler¨ªa escolar de Zihuatanejo; pinceles de ni?o, l¨¢pices, tinta china y caf¨¦ soluble. A orillas del Pac¨ªfico, reconstruye el pintor todos sus periodos, pasa -con destreza de la gravedad a la malicia, del disparate a la elegancia y al rigor. Y, mientras trabaja con ah¨ªnco sobre papeles Fabriano, el 50% de algodon ("No puedo arruinar ninguno, ?verdad?"), habla Cuevas de los papeles, del deslizarse placentero por esa superficie propicia, que ¨¦l prefiere con creces a la de las telas, "esos soportes tan artificiales, tan fuera de lugar". Y, de pronto, deja el pintor su mano quieta en el aire, sosteniendo un pincel: "?Te fijaste?" Por si acaso, prosigue: "Todos los grandes pintores -y Picasso lo era, ?verdad?- f¨ªjate que, al pintar, cierran los cuatro dedos en torno al pincel, pero el dedo me?ique se queda al margen, lelo, suelto y parado. Yo, en cambio, no logr¨¦ hacer eso jam¨¢s. Tal vez porque representa una distracci¨®n molest¨ªsima para mi ojo derecho. O acaso me da coraje que un dedo, por insignificante que de hecho sea, se quede sin intervenir en el acto de crear, como s¨®lo pendiente de incitar a la oreja, que por eso se llama, adem¨¢s de me?ique, auricular. Y, as¨ªmismo, me parece rebled¨ªa tontuela presuponer que el me?ique se aparta s¨®lo por joder, para no participar ni comprometerse con ese tipo de creaci¨®n. Yo, a la hora de hacer gigantas, necesito que tambi¨¦n el me?ique intervenga".
Da no s¨¦ qu¨¦ tener que despedirse ma?ana de Pantla, de las palmeras cocoteras de la playa de Buena Vista, de una ni?a vestida de verde, de los sapos la mar de besucones y de los continuos bramidos del Pac¨ªfico, pendientes todos a estas horas del me?ique del pintor en camisa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.