Males regenerativos
Si se except¨²a la fecha del desastre colonial, pocas veces ha resultado en Espa?a tan frecuente hablar de regeneraci¨®n como en el periodo transcurrido desde 1993, a?o que tantos fantasmas desenterr¨® y que, tard¨¦ o temprano, habr¨¢ de contabilizarse entre las efem¨¦rides aciagas. T¨¦rmino generalizado en la obra de Mac¨ªas Picavea, Lucas Mallada o Joaqu¨ªn Costa, la regeneraci¨®n -aquella regeneraci¨®n- acab¨® por proponer soluciones metaf¨®ricas a diagn¨®sticos no menos dependientes de im¨¢genes verbales, de representaciones o alegor¨ªas de dif¨ªcil contraste con la realidad. As¨ª, al pulso desfalleciente de la naci¨®n, a su postraci¨®n senil y su marasmo se le fueron prescribiendo remedios de similar perfil y parecidas resonancias, como los cerrojazos al sepulcro del Cid, la ciruj¨ªa de hierro sobre el cuerpo tumefacto de la raza, o, incluso, aquel escalofriante sacrificio de un mill¨®n de espa?oles, a los que Ganivet propon¨ªa arrojar a los lobos en prevenci¨®n de que -seg¨²n dejara escrito en su Idearium- acab¨¢semos todos hozando con los puercos.Desde luego, a exasperada vehemencia de este discurso, su difuso halo de convulsi¨®n apocal¨ªptica y, al mismo tiempo, de enso?aci¨®n febril y calenturienta, deber¨ªan haber bastado para que, transcurrido un siglo, la regeneraci¨®n hubiera ingresado en el pante¨®n de las ideas f¨®siles y extravagantes. Para que, emprendido el camino de la normalizaci¨®n pol¨ªtica, econ¨®mica y social, el pa¨ªs se desembarazara de una vez y para siempre de una ret¨®rica concebida para la excepcionalidad, para un supuesto estado comatoso del que s¨®lo podr¨ªa despertar con medidas tan desesperadas Como extremas. Durante casi dos d¨¦cadas, de hecho, el lenguaje pol¨ªtico de la transici¨®n pareci¨® avanzar en esta saludable direcci¨®n, evitando hasta el m¨¢s leve acento regeneracionista y desencadenando, mientras tanto, transformaciones que se cuentan entre las m¨¢s profundas y esperanzadoras de la reciente historia, de Espa?a. ?Por qu¨¦, entonces, se desatan todos los vientos en 1993? ?Por qu¨¦ distintas voces, no siempre brillantes ni dignas de especial admiraci¨®n, se creyeron de pronto obligadas a recuperar la vieja ret¨®rica y a exigir, una vez m¨¢s, que se devolviese al pa¨ªs su ser perdido?
Tal vez un error en que se incurre al analizar lo que pas¨® en 1898 y lo que nos ha tocado vivir en estos a?os grises, consista en creer que la ret¨®rica de la regeneraci¨®n deriva o es consecuencia de situaciones de insostenible gravedad. A la vista de las recientes revelaciones sobre las diversas concertaciones para desalojar al Gobierno socialista, puede, sin embargo, que el verdaderosentido de esa causalidad, de esa dependencia, sea exactamente el contrario. Esto es, puede que la ret¨®rica de la regeneraci¨®n sea aut¨®noma y anterior a cualquier marasmo o decadencia, a cualquier degeneraci¨®n de las instituciones. Se trata, claro, de una simple hip¨®tesis. Pero si al cabo resultase confirmada, la regeneraci¨®n aparecer¨ªa entonces, no como una estrategia para mejorar el futuro, sino como una forma brutal y categ¨®rica de menospreciar el presente, como una radical puesta en cuesti¨®n del orden pactado y capaz de favorecer, por tanto, las adhesiones m¨¢s insospechadas, las alianzas entre las posiciones m¨¢s extremas.
Desde esta perspectiva, resulta tal vez ilustrativo el que el primer rasgo de todo regeneracionismo, su obsesi¨®n preliminar e irresoluble, sea convencer a los ciudadanos de que lo que viven es peor, mucho peor, much¨ªsimo m¨¢s grave de lo que perciben e imaginan. Los dicterios de hace un siglo contra quienes disfrutaban de una pl¨¢cida tarde de toros mientras all¨¢, en Cuba y Filipinas, se perd¨ªa una guerra que diezmaba vidas y recursos, habr¨ªan sido as¨ª el equivalente de tantas voces como han clamado desde tertulias y diarios ante un pa¨ªs supuestamente vencido, como entonces, por la modorra. Ahora bien, mientras en 1898 el discurso regeneracionista tiraba por elevaci¨®n, mirando a las quim¨¦ricas alturas de la grandeza nacional o de la superioridad de la misi¨®n evangelizadora, el de estos tiempos parece haberse inclinado por la punter¨ªa a ras de suelo, destapando para espanto y consiguiente catarsis p¨²blica ¨¦sta o aquella escotilla de la que emana un hedor subterr¨¢neo y, se supone, general.
Por otra parte, y siempre en consonancia con la hip¨®tesis de que no sea la decadencia la que clama por la regeneraci¨®n, sino la regeneraci¨®n la que necesita irremediablemente a la decadencia, el segundo rasgo del idea redentor parece ser el de encontrar la cima, o pret¨¦rita arcadia desde la que Espa?a habr¨ªa ido despe?¨¢ndose y a la que, convenientemente sacudida de su anormal letargo, deber¨ªa regresar. Tambi¨¦n en este punto coincide la ret¨®rica de hace un siglo con la contempor¨¢nea. Pero mientras aqu¨¦lla encontr¨® sin mayor dificultad el referente en que mirarse -ensalzando las acciones de una reina usurpadora y su cat¨®lico consorte, alabando las d¨¦cadas turbulentas de Felipe II-, el regeneracionismo m¨¢s reciente no acaba de saber a qu¨¦ carta quedarse, corriendo un d¨ªa hacia un Aza?a convenientemente interpretado y, al siguiente, en direcci¨®n a un C¨¢novas arrancado de su tiempo. En cualquier caso, y al, margen de las preferencias m¨¢s o menos consolidadas, en lo que, s¨ª coinciden el viejo y el nuevo, discurso es en negar cualquier valor al pacto fundacional del r¨¦gimen bajo el que viven. Restauraci¨®n para los de entonces y transici¨®n para los de ahora. Lo bueno, lo valioso, siempre reside en algo que fue en un remoto pasado. Y, por supuesto, en algo que habr¨¢ de ser tambi¨¦n en el futuro, precisamente el d¨ªa en que el ideal de la regeneraci¨®n se instale en el poder.
Pues bien, instalado por fin en el poder, el tercer y ¨²ltimo rasgo de cualquier proyecto redentor ser¨ªa el de convencer a los ciudadanos de que aquella realidad m¨¢s funesta de lo que mostraban los sentidos se ha convertido, s¨²bitamente como por milagro, en un prodigio de bondades. Lo que iba mal de pronto se endereza, los vicios se convierten en virtudes y, en definitiva, una radiante primavera -por lo dem¨¢s, tan inapreciable o virtual como el crudo invierno previo- florece de punta a punta de nuestra rica y varia geograf¨ªa. Regeneracionistas hubo as¨ª en Espa?a que, aplicados a esta labor de embellecer la realidad que antes hab¨ªan encontrado en tan lamentable estado, se arrogaban como uno de sus m¨¦ritos mayores el de festejar a?os de paz, olvidando como por acaso que hab¨ªan sido ellos, precisamente ellos, los que desencadenaron los tres a?os terribles. Del mismo modo, no son pocos hoy los que, entre los activos de la nueva regeneraci¨®n, cuentan el fin de la crispaci¨®n pol¨ªtica, como si, pese a lo que se ha venido, a saber despu¨¦s de tanto, ¨¦sta se hubiera producido por causas ajenas a su voluntad.
Se trata, claro, de una simple hip¨®tesis. Pero si, en contra de lo que se ha pensado durante un siglo, la ret¨®rica de la regeneraci¨®n no fuera resultado de ninguna situaci¨®n insostenible, sino a la inversa, la consecuencia de ello es que los ciudadanos tendr¨ªan hoy tantos motivos para la tranquilidad como para el desasosiego. Para la tranquilidad, porque el pa¨ªs habr¨ªa demostrado la misma inmunidad frente a las predicaciones catastrofistas que frente a los panoramas s¨²bitamente risue?os. Para el desasosiego, porque sus problemas -sus males, que dir¨ªan Mac¨ªas Picavea, Lucas Mallada o Joaqu¨ªn Costa- no se cifrar¨ªan en decadencia o degeneraci¨®n alguna. Antes al contrario, se tratar¨ªa de males regenerativos, es decir, de im¨¢genes o representaciones derogatorias del presente, y que van inoculando poco a poco el virus de la divisi¨®n y del sectarismo.
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