El sof¨¢ cama
El ad¨²ltero entr¨® con la ad¨²ltera en el apartamento y vio un sof¨¢ cama abierto en la mitad del sal¨®n. -Bueno, ?qu¨¦ te parece el sitio? -pregunt¨® la ad¨²ltera con expresi¨®n radiante- Es nuestro hasta las diez de la noche. Podemos usar el mueble bar y comer de la fruta que hay en la nevera. Ahora mismo, si quieres, preparo una ensalada.
-?Pero d¨®nde est¨¢ el dormitorio? -pregunt¨® con desasosiego el ad¨²ltero.
-?Qu¨¦ dormitorio? ?ste es el dormitorio. ?No ves la cama?
-Entonces no es un apartamento, es un estudio. -?Y qu¨¦ m¨¢s da?
-Que me hab¨ªas dicho que era un apartamento.
-?Se puede saber qu¨¦ te pasa?
-No es por el sitio, sino por el sof¨¢ cama.
El ad¨²ltero, despu¨¦s de que ella insistiera, confes¨® que ten¨ªa miedo a esos muebles porque su primera mujer hab¨ªa sido devorada por uno de ellos.
-Estaba durmiendo la siesta cuando se cerr¨® de golpe, como una boca. Luego se volvi¨® a abrir, pero ella hab¨ªa desaparecido. M¨¢s tarde le¨ª en un National Geographic que los sof¨¢ camas necesitan cada cierto tiempo tragarse un cuerpo. O dos, si son de matrimonio. Comprender¨¢s que no me voy a meter ah¨ª contigo. La ad¨²ltera observ¨® a su amante con una expresi¨®n entre divertida y perpleja. -Pues digo yo -apunt¨® al fin- que podr¨ªas regalarle un sof¨¢ cama, a tu segunda mujer, a ver si se la traga tambi¨¦n. Ya que no eres capaz de divorciarte, podr¨ªas al menos hacerla desaparecer.
-Ya sab¨ªa que no te lo ibas a creer, por eso no quer¨ªa cont¨¢rtelo. Viv¨ªamos en Cuatro Caminos.
-?Y qu¨¦ tiene que ver eso?
-Pues que esto es Bravo Murillo, ?no? Vamos, que sucedi¨® ah¨ª al lado. No pensar¨¢s que con un recuerdo as¨ª voy a lograr concentrarme.
La ad¨²ltera se dirigi¨® a la peque?a cocina americana, situada en un extremo del sal¨®n, abri¨® la nevera, tom¨® una naranja y se puso a pelarla con expresi¨®n sombr¨ªa. El ad¨²ltero comprendi¨® que la mujer se estaba cargando de algo malo, pero no sab¨ªa c¨®mo evitarlo. Para no permanecer quieto, se dirigi¨® a la ventana, corri¨® un poco el visillo y observ¨® el tr¨¢fico con arrepentimiento. Hab¨ªa dejado el coche en un parking muy cutre, situado dos calles m¨¢s abajo, y dese¨® estar dentro de ¨¦l, solo, de camino a casa.
-Bueno, ?qu¨¦? -pregunt¨® la ad¨²ltera meti¨¦ndose un gajo en la boca, con la tormenta a punto de estallar en su cabeza. Pod¨ªan verse ya peque?os rayos saltando de un mech¨®n a otro de su pelo.
-Si quieres, nos acostamos en el suelo -concedi¨® el ad¨²ltero.
-Acab¨¢ramos -dijo la ad¨²ltera-, t¨² lo que quieres es hacer guarrer¨ªas.
Pues las guarrer¨ªas, las haces con tu mujer, o con tu madre. -Sabes perfectamente que a m¨ª me gustan las cosas normales -se defendi¨® ¨¦l.
-Entonces lo que buscas es un motivo para romper y creo que lo has conseguido.
Dicho esto, la ad¨²ltera le arroj¨® a la cara la mitad de la naranja sin comer, tom¨® el bolso y sali¨® airada del apartamento. El ad¨²ltero se limpi¨® la frente con la mano y permaneci¨® indeciso durante unos instantes. Quer¨ªa dar tiempo a que se alejara, pero no tanto como para que se arrepintiera y volviera a subir. Se sent¨® en la ¨²nica silla de la estancia, y mientras tomaba una decisi¨®n contempl¨® asustado los objetos del estudio, que parec¨ªan esperar un descuido para lanzarse sobre ¨¦l. Esto no puede seguir as¨ª, se dijo. Entonces, tras desnudarse lentamente, se introdujo en el sof¨¢ cama, cerr¨® los ojos, y aguard¨® con miedo y ansiedad a la vez el momento de ser devorado por el mueble. Luego, mientras desaparec¨ªa por un conducto g¨¢strico hecho de s¨¢banas, oy¨® abrirse la puerta del apartamento, y pudo o¨ªr el grito espantado de la ad¨²ltera, llam¨¢ndole desde alg¨²n sitio que hab¨ªa sido de los dos, pero no fue capaz de regresaJUAN JOS? MILL?S
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