Casi dos a?os de sobresalto permanente
B¨¦lgica vive en sobresalto permanente desde agosto de 1996. A finales de aquel t¨®rrido verano fue detenido, casi por azar, Marc Dutroux, un electricista nacido en 1956 y que contaba ya entonces con un amplio historial de raptos, secuestros, violaciones y robos. A pesar de su expediente, Dutroux sali¨® de prisi¨®n en 1992 tras purgar menos de cuatro anos por una condena de 13 a?os. A los dos d¨ªas de su detenci¨®n, dos ni?as fueron rescatadas a¨²n vivas de la bodega de una de las numerosas casas propiedad de un hombre oficialmente en paro y oficiosamente muy conocido en los cuarteles de la Gendarmer¨ªa del sur del pa¨ªs por su relaci¨®n con las mafias dedicadas al robo de autom¨®viles de lujo.
El horror apenas acababa de empezar y dur¨® varios meses. Hasta cuatro cad¨¢veres de ni?as o adolescentes fueron encontrados en dos casas de Dutroux. Tambi¨¦n el cuerpo de un hombre que hab¨ªa formado parte de su banda.
El caso Dutroux puso de relieve con inusual crudeza la torpeza y las peque?as corrupciones que rodean la actividad diaria de la justicia y de los diversos cuerpos de polic¨ªa de un pa¨ªs carcomido por las divisiones ling¨¹¨ªsticas y regionales. Acab¨® provocando una crisis de confianza nunca vivida en B¨¦lgica que culmin¨® con una gigantesca manifestaci¨®n popular en oto?o de ese a?o. M¨¢s de 325.0000 belgas, sin distinci¨®n de lengua, raza, condici¨®n social o religi¨®n tomaron los bulevares de Bruselas en un domingo que ya est¨¢ en la historia. Fue la marcha blanca. Una marea humana, presidida por el silencio, que no protestaba contra nadie. S¨®lo quer¨ªa que todo cambie.
En el ojo del hurac¨¢n
Desde entonces la justicia, la polic¨ªa y la clase pol¨ªtica est¨¢n en el ojo del hurac¨¢n. La comisi¨®n parlamentaria que ha investigado el caso no logr¨® encontrar pruebas de que Dutroux hubiera contado con la protecci¨®n de altas personalidades, pero demostr¨® superando todos los l¨ªmites imaginables hasta qu¨¦ punto la apat¨ªa, la negligencia, la falta de medios y la torpeza cotidiana dominan la gesti¨®n p¨²blica belga. En toda esta tormenta pol¨ªtica iba emergiendo poco a poco la figura del ministro de Justicia, Stefaan de Clerck, admirado por su obstinado trabajo tanto en los peores d¨ªas de la crisis -mientras el primer ministro, Jean-Luc Dehaene, y el rey Alberto segu¨ªan de vacaciones- como en los meses siguientes. Su carrera se trunc¨® ayer. Su cabeza y la del conflictivo y arrogante ministro del Interior han sido el precio que ha pagado el Gobierno de B¨¦lgica para intentar aplacar a una opini¨®n p¨²blica y una clase pol¨ªtica, lo mismo en el Gobierno que en la oposici¨®n, que no pueden creer que el criminal m¨¢s temido del pa¨ªs sea custodiado por un par de gendarmes apenas armados.
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