QuijoteXAVIER BRU DE SALA
Todav¨ªa no he tenido el placer de leer la llamada, sin duda con merecimiento, "edici¨®n definitiva" del Quijote, aunque quedo, como todos sus lectores, asombrado por la cantidad de tonter¨ªas que nos han hecho leer hasta el presente. A veces, la tradici¨®n, si no est¨¢ bien enfocada, juega malas pasadas a los textos. Bienvenida sea, pues, esta edici¨®n. El presente art¨ªculo no va de una erudici¨®n que no pretendo tener; a cada cual su oficio. No tan s¨®lo como lector, sino como lector perteneciente a una generaci¨®n de escritores catalanes que ha hablado poco de literatura espa?ola -y poco tambi¨¦n de las dem¨¢s, pero con mayor excusa-, me siento obligado a decir algo: no es buena la distancia que pretende establecerse entre los catalanes y la obra de Cervantes (a riesgo de parecer m¨¢s vanidoso de lo habitual, prefiero aportar el dato que me impulsa; en mi primer libro de poemas aparece, con su nombre y en lugar estrat¨¦gico, el personaje). Paco Rico la situaba poco menos que como piedra angular de la tradici¨®n aut¨®ctona, aun a sabiendas que no lo es m¨¢s, tal vez menos, que para otras literaturas. Que yo sepa, no hay ni una novela catalana que beba del ingenioso hidalgo como el Tristram Shandy de Laurence Sterne. Tal vez ni espa?ola. Tristram Shandy es descendiente de Don Quijote en una medida parecida a la que cualquiera es descendiente de su abuelo (pero sin haber tenido padre, porque el padre de un h¨¦roe es siempre su autor, no el autor de otro h¨¦roe que le fascina y le produce la ansiedad creadora de la que habla Harold Bloom). Sterne cita al antepasado de su descolocado personaje un sinn¨²mero de veces, haciendo gala de una filiaci¨®n que le enorgullece. Si bien es cierto que, en cuanto a descendencia directa, el Quijote es poco prol¨ªfico, tambi¨¦n lo es que su influencia universal no tiene l¨ªmites conocidos. En este sentido, el Quijote es tan catal¨¢n, literariamente, como italiano, ruso o franc¨¦s. Pero en otro sentido est¨¢ m¨¢s pr¨®ximo. No se puede hacer abstracci¨®n del paso por Barcelona del Caballero de la Triste Figura. Una implicaci¨®n que no puede parangonarse con la dantesca "avara poverta dei catalani". Eso, en primer lugar. Pero hay m¨¢s. Aunque exista una traducci¨®n catalana, tan pintoresca como merecedora de aplauso por lo excepcional del libro, es preciso tener en cuenta que en Catalu?a se ha le¨ªdo siempre en versi¨®n original, mientras que en los dem¨¢s pa¨ªses, y salvo las excepciones de rigor, la obra ha circulado traducida. Otros¨ª, como apunta la fraseolog¨ªa popular y teorizaba Ferrater Mora, el quijotismo es algo sustancial en la psicolog¨ªa colectiva que conforma el car¨¢cter catal¨¢n. Creo que bastante m¨¢s que el castellano, con el que comparte la adustez, pero no su distorsionado sentido de la realidad y su alocada precipitaci¨®n hacia el lance. Ni Cervantes era catal¨¢n, ni el Quijote es nacionalmente catal¨¢n; pero es casi de la familia, o como de la familia, a juzgar por el lugar persistente y preeminente que ocupa en nuestro imaginario colectivo. A los catalanes, el Quijote nos ha acompa?ado en nuestra andadura como alguien a quien sentimos muy cerca. No s¨®lo a m¨ª. Y viceversa, retroactivamente, ?es que no cabe una lectura en clave quijotesca de la psicolog¨ªa con la que Martorell concibe las desproporcionadas pero eficaces proezas del Tirant? Cabr¨ªa incluso escribir un peque?o ensayo especulativo sobre el seny, la rauxa y el Quijote. O al rev¨¦s. Primero la rauxa y luego el seny. Porque no s¨®lo es producto de un arrauxament permanente su liberaci¨®n de los presos, sobre tantos otros episodios mejor conocidos por m¨¢s grotescos. Tambi¨¦n se halla mucho seny, y muy interesado, en Sancho Panza. Incluso lo hay, por deformado que est¨¦, en las propias pl¨¢ticas del propio Don Quijote, y en su manera de rendirse a la evidente no evidencia cuando le llevan de vuelta a casa para curarle de su locura. Insisto, en ese modo de mirar el mundo, en la soltura con la que se tienen tratos con el entorno distorsionado, como si no lo estuviera y no fu¨¦ramos los autores de tal distorsi¨®n, hay algo que nos concierne a los catalanes y no concierne, por ejemplo, a gallegos, castellanos o andaluces. Nadie m¨¢s alejado que los catalanes, en cambio, de la tr¨¢gica visi¨®n que desde Unamuno acompa?a al hidalgo de la Mancha. Pla, con su insistente llamada al realismo, nos cur¨® un poco el lado quijotesco, pero basta rascar un poco para que aflore. De todas las obras de Cervantes que he le¨ªdo -y cuidado que las hay malas, p¨¦simas, como Los ba?os de Argel-, ninguna es menos espa?ola, o castellana, que el Quijote. Los genios -y Cervantes fue un genio mayor al escribir su Quijote-, m¨¢s que salir de los pueblos, bajan de la luna. "I geni c¨¢scano della luna", me dijo a?os atr¨¢s una conocida escritora italiana al hablarle yo del tema que aqu¨ª se trata. Siento contradecir ahora a Ferrater Mora -quien afirmaba que todo lo universal es primero nacional-, pero en un sentido profundo, los genios de la literatura -mejor dicho, sus grandes personajes- no son nacionales, nacen ya universales. Y no lo es menos Don Quijote que Hamlet, los Karam¨¢zov o el adolescente Guardi¨¢n en el centeno de Salinger. No es f¨¢cil, pues, sostener, como dec¨ªa el otro d¨ªa Rico en Barcelona, que Don Quijote sea un h¨¦roe nacional catal¨¢n, ya que tampoco lo es espa?ol, m¨¢s all¨¢ de la lengua y la circunstancia concreta de su nacimiento. Pero no deja de ser cierto que el personaje de Cervantes es, en el sentido caracterol¨®gico del que hablo, alguien muy cercano a los catalanes, especialmente cercano, al que no s¨®lo podemos comprender, sino al que imitar¨ªamos como pocos pueblos pueden hacerlo. Aunque no existiera.
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