Lo ¨²ltimo de Filipinas
El monumento a Jos¨¦ Rizal Mercado, que se eleva en la confluencia de la avenida de Filipinas y la calle de Santander, es copia del que dedicaron en Manila al mentor y m¨¢rtir de la independencia del archipi¨¦lago. El conjunto, rematado por un obelisco, tiene 15 metros de altura y m¨¢s de cien toneladas de peso, y fue instalado en este emplazamiento a finales de 1996, cien a?os despu¨¦s de que el m¨¦dico, escritor y poeta fuera fusilado en Manila por orden de un "capit¨¢n general sin escr¨²pulos, reci¨¦n llegado, mal aconsejado y equivocado de medio a medio". As¨ª califica al general espa?ol Polavieja el periodista y escritor Manuel Leguineche en su libro Yo te dir¨¦ (La verdadera historia de los ¨²ltimos de Filipinas). Leguineche, vecino de esta avenida, asisti¨® a la inauguraci¨®n de este tard¨ªo homenaje de desagravio a un pueblo y a un hombre cuyo apellido poco o nada dice a los o¨ªdos de los madrile?os de hoy; en el mejor de los casos, puede que le confundan con un prohombre colombiano, apunta el periodista en su amena y documentada cr¨®nica del pen¨²ltimo descalabro colonial del imperio espa?ol, valga la redundancia.
Se desprende del monumento un cierto aire na?f que contrasta vivamente con su ampulosidad arquitect¨®nica. Tanto la estatua central como las alegor¨ªas, del Progreso, la Educaci¨®n y la Agricultura, que la flanquean, ilustradas por sencillas m¨¢ximas grabadas en su base, desmienten la ampulosidad del obelisco, imprimiendo al conjunto una personalidad m¨¢s did¨¢ctica que heroica, lo que seguramente hubiera complacido a este h¨¦roe hecho a la fuerza, forzado por las circunstancias y por la incompetencia de los funcionarios de la lejana metr¨®poli a convertirse en s¨ªmbolo de un pueblo y de una revoluci¨®n en la que nunca confi¨® demasiado desde su ¨®ptica de moderaci¨®n y su pac¨ªfico talante reformista.
A ambos lados del monumento, en sendas placas, se reproducen los estremecidos y estremecedores versos de su ?ltimo adi¨®s, el manuscrito en castellano que, seg¨²n la tradici¨®n, escribi¨® cuando estaba en capilla, y su traducci¨®n al euf¨®nico tagalo: "?Adi¨®s, patria adorada, regi¨®n del sol querida,/ perla del mar de Oriente, nuestro perdido ed¨¦n!/ A darte voy alegre, la triste, mustia vida./ Tambi¨¦n por ti la diera, la diera por tu bien...".
La estatua de Rizal se enfrenta a un solitario quiosco de helados, una iniciativa comercial que en este d¨ªa g¨¦lido y ventoso de la fementida primavera se antoja en exceso optimista. A su cargo figura una joven mulata caribe?a, probablemente oriunda de alguna otra ex colonia del fallecido imperio y hoy ¨²nica compa?¨ªa de aquel santo var¨®n, un patriota hispano-filipino "que ped¨ªa bien poco", anota Leguineche, a los gobernantes de la lejana madre patria, despiadada y voraz madrastra.
Detr¨¢s del monumento se despliega un parque estrecho y longil¨ªneo que bordea un gran rect¨¢ngulo de impecable c¨¦sped, regado por las aguas del primer dep¨®sito del Canal de IsabelII que se encuentra bajo su superficie. En estos contornos se hallaba el antiguo Campo de Guardias, donde a mediados del siglo XIX, cuenta el cronista Pedro de R¨¦pide, fueron fusilados tambi¨¦n algunos patriotas, civiles y militares, alzados contra el Gobierno y movidos por los mismos ideales que llevaron a la muerte al prohombre filipino. Rizal estudi¨® en Madrid, como tantos otros libertadores de las colonias. "La revoluci¨®n filipina", escribi¨® Le¨®n Mar¨ªa Guerrero, y cita Leguineche, "naci¨® en Espa?a, viejo campo de batalla por las mismas ideas".
Ajenos a nuestras hist¨®ricas tragedias y epopeyas, cruzan apresurados frente al obelisco j¨®venes atletas y deportistas que se encaminan al cercano estadio de Vallehermoso, que hoy por hoy depende de la Comunidad, pero que dentro de poco lo har¨¢ del Ayuntamiento. Un estadio con un brillante historial deportivo y con gran entronque en el barrio. Su piscina, por ejemplo, siempre fue una de las m¨¢s animadas y concurridas por la juventud de Arg¨¹elles, Chamber¨ª, Cuatro Caminos y la Ciudad Universitaria, y en sus pistas se vivieron jornadas hist¨®ricas del atletismo internacional, protagonizadas por h¨¦roes de leyenda como Bob Beamon, Carl Lewis, Juantorena, Sebastian Coe o Said Aouita. En un art¨ªculo titulado Vallehermoso, una pista con historia, Ignacio Mansilla destaca, por encima de las restantes efem¨¦rides, "el acontecimiento por el que ser¨¢ recordado este estadio en los libros de atletismo", la derrota de Ewin Moses a manos de su compatriota Danny Harris el d¨ªa 4 de junio de 1987. "Aquella m¨¢gica tarde", rememora Mansilla, "el rey de las vallas bajas perd¨ªa casi diez a?os de imbatibilidad y todos los aficionados madrile?os fuimos testigos de este hist¨®rico suceso". Un hito que no podr¨ªa repetirse en a?os sucesivos al no estar homologada la pista de atletismo por carecer de un bordillo interior que las normas federativas consideran imprescindible.
Con una extensi¨®n de 36.513 metros cuadrados, las instalaciones de Vallehermoso albergan, junto al estadio con capacidad para 12.000 espectadores, un pabell¨®n y una pista polideportiva cubiertos, sala de esgrima, sala de musculaci¨®n, piscina de verano con sol¨¢rium y bar, dos pistas de baloncesto, dos de voleibol, balonmano, f¨²tbol sala, patinaje, front¨®n, minifront¨®n y padel tenis, deporte favorito del presidente Aznar, principal impulsor de este sano ejercicio, consistente en devolver pelotas que llueven desde todos los ¨¢ngulos de la cancha, botando y rebotando a discreci¨®n.
En el parque de Santander, y pese a la inclemente climatolog¨ªa, una pareja adolescente y sin complejos se entrena por su cuenta y realiza los cl¨¢sicos ejercicios del calentamiento previo a la pr¨¢ctica de la m¨¢s antigua y salut¨ªfera de las gimnasias, ante la indiferencia de los paseantes de perros y de los guardias encargados de vigilar los dep¨®sitos del Canal de Isabel lI.
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