M¨¢s que un concierto
Daniel Barenboim Obras de Liszt. Daniel Barenboim, piano. Palau de la M¨²sica. Sala Iturbi. Valencia, 2 mayo 1998.La famosa boutade del viejo Celibidache, "la m¨²sica no existe, lo que existe es la vivencia", se hizo realidad anteayer en el concierto de Barenboim. Los 90 minutos del programa oficial, ocupados por el primer volumen de los A?os de Peregrinaje y la Sonata en si menor de Liszt, alcanzaron una altura musical incomparable. Me atrever¨ªa a decir que fue el mejor recital de piano jam¨¢s escuchado en el Palau, y no me olvido de las tardes memorables de Richter, Zimerman, Pires, Pogorelich o Ashkenazy. Ni tampoco del primer concierto de Barenboim, en 1989, con las Goldberg. Pero el Liszt del s¨¢bado fue como subir al Himalaya y contemplar desde el techo del mundo lo peque?itos que somos los humanos. Luego de este Liszt, nadie regater¨ªa a Barenboim el t¨ªtulo de pianista del siglo. Incluso habr¨¢ quien considere al artista porte?o el m¨²sico del siglo. No voy a discutirlo, aunque estas calificaciones siempre me parecen peligrosas. Sobre todo porque un m¨²sico carism¨¢tico como Barenboim es el resultado de una gloriosa tradici¨®n donde est¨¢n Edwin Fischer, Artur Rubinstein, Emil Guilels y Arturo Benedetti Michelangeli. Y de todos ellos hubo algo en estas versiones lisztianas, que quintaesenciaron el virtuosismo para devolvernos la pureza de un pensamiento po¨¦tico arrebatado por la inspiraci¨®n y gobernado por la racionalidad. Ciertos pasajes, como la recapitulaci¨®n de la Sonata en si menor, llevaron el sonido hasta el l¨ªmite de la expresividad, logrando esa misteriosa fusi¨®n de la carne y del esp¨ªritu que sobrepasa la emoci¨®n natural de un concierto. Aplausos enloquecidos Con todo, lo m¨¢s grande vino al finalizar el programa oficial. Por primera vez se asisti¨® en el Palau a la transfiguraci¨®n de un artista frente a su p¨²blico. 70 minutos de aplausos enloquecidos y 15 piezas fuera de programa son datos escalofriantes, en particular para una ciudad musicalmente tan fr¨ªa como es Valencia. ?Qu¨¦ sucedi¨® el s¨¢bado? Sencillamene, hubo esa vivencia, que pocas veces se produce, a la que alud¨ªa Celibidache. Valses de Chopin, tangos, piezas de Debussy, Prok¨®fiev, Alb¨¦niz (?vaya Evocaci¨®n!), Liszt, incluso una jota, desbordaron todas las previsiones de entusiasmo y llenaron la sala con la espontaneidad que es patrimonio de los artistas verdaderos. Todas las clasificaciones est¨¦ticas saltaron por los aires, y ante un p¨²blico que no daba cr¨¦dito a lo que ve¨ªa y escuchaba, se despleg¨® toda la potencia del arte. ?stos son los momentos que generan las leyendas de los artistas. El 24 de marzo de 1845 Franz Liszt cre¨® su leyenda entre el p¨²blico valenciano. El 2 de mayo de 1998 Daniel Barenboim ha repetido el milagro. Grande, grand¨ªsimo.
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