Rojas, macizas y con chispa
"Los j¨®venes de los sesenta pusieron su futuro en manos de una guitarra el¨¦ctrica". Es una afirmaci¨®n de Pedro Leturiaga, el hombre que se las vend¨ªa, a plazos, hace m¨¢s de tres d¨¦cadas. La inauguraci¨®n de su tienda de instrumentos musicales en la calle de la Corredera Baja de San Pablo en 1963, hace 35 a?os, coincidi¨® con el boom en Espa?a de los Shadows, un grupo de pop ingl¨¦s cuya influencia cambi¨® la historia de la m¨²sica espa?ola. Ya sonaban en los pick-up"s bandas como Los Pekenikes, Dick y los Rel¨¢mpagos, Micky y los Tonys, Los Sonor y tantos otros. Y todos quer¨ªan imitar a Hank Marvin, el guitarrista de los Shadows. Y todos quer¨ªan tener una guitarra como la suya, la revolucionaria y m¨ªtica Fender Stratocaster, en color rojo, la primera guitarra el¨¦ctrica de cuerpo macizo con tres pastillas fabricada por el americano Leo Fender en 1954."Una Stratocaster costaba en torno a las treinta mil pesetas. Era una barbaridad entonces, y aquellos chicos estaban a dos velas. Pero ellos insist¨ªan en que les vendiera la guitarra, sin ning¨²n aval, sin garant¨ªa alguna. Me firmaban letras de 1.000 pesetas. Si los bancos se hubieran enterado, me hubieran denegado los cr¨¦ditos", comenta Leturiaga, un vasco de 76 a?os que lleg¨® a Madrid hace medio siglo con un acorde¨®n "a descubrir las Am¨¦ricas". Ten¨ªa su propio grupo, Los Chimberos, y aunque no triunf¨® como m¨²sico supo comprender las aspiraciones de los vientea?eros que pasaban por su tienda.
"Era el pa?o de l¨¢grimas de todos nosotros", asegura Jos¨¦ Mar¨ªa Panizo, un guitarrista que toc¨® en un mont¨®n de grupos -el m¨¢s conocido fue Agua Viva- y que hoy trabaja en el negocio Leturiaga. "Intentaba quitarnos las ideas de la cabeza para que no compr¨¢ramos, pero al final lo aceptaba todo. Pagar 1.000 pesetas al mes era una locura cuando apenas sac¨¢bamos 30 duros por actuaci¨®n. Pedro nos persegu¨ªa por todo Madrid con la furgoneta para cobrar las deudas".
Mayte, de 42 a?os, hija del patriarca y ahora al frente del negocio, recuerda cuando de ni?a acud¨ªa con su padre a las presentaciones de los discos de Nino Bravo o de Cecilia. "Cuando entr¨¢bamos se produc¨ªa una espantada general de m¨²sicos. Algunos se escond¨ªan hasta en el ba?o. Le deb¨ªan dinero a mi padre", dice sonriendo. "Me dejaron deudas, pero la mayor¨ªa me pag¨®, si no no hubiera sacado adelante mi negocio", aclara su progenitor.
Una dificultad a?adida al negocio era la prohibici¨®n de importar cualquier tipo de mercanc¨ªa durante la ¨¦poca del franquismo. Las primeras guitarras electrificadas se fabricaron en Estados Unidos a finales de los a?os cuarenta, pero no llegaron a Espa?a, y con cuentagotas, hasta una d¨¦cada m¨¢s tarde. Pedro no consigui¨® una licencia de importaci¨®n oficial hasta cumplido el a?o 1970.
En Madrid, algunos ebanistas y electricistas se pusieron de acuerdo para fabricarlas. Aparecieron las Kuston, las Igson y las Azor, mucho m¨¢s baratas que las americanas, ninguna llegaba a las cinco mil pesetas. Los bajos de la tienda de Leturiaga se convirtieron en taller. En ¨¦l se fabric¨® el primer la¨²d el¨¦ctrico, que compraron Los Brincos. "Por aquellos a?os", cuenta Panizo, "estaban de moda las matinales de los domingos en el Circo Price, en las que actuaban los mejores grupos de la ¨¦poca. Aqu¨ª vi por primera vez una Fender, Stratocaster roja por supuesto. La tocaba Rafael Aranzil, de Los Estudiantes. Debi¨® de ser una de las primeras que entraron en Madrid, junto con la de Lucas Sainz, de Los Pekenikes". Lo que nunca olvidar¨¢ es la primera vez que toc¨® una. "Me la dej¨® un amigo. Dorm¨ª con ella toda la noche para que no la vieran mis padres. Esper¨¦ a que se fueran por la ma?ana y la enchuf¨¦ a una radio Telefunken. La emoci¨®n que sent¨ª es indescriptible".
La tienda de la Corredera Baja se convirti¨® en un lugar de reuni¨®n de los m¨²sicos. Juan Pardo y Junior o Micky eran asiduos, tanto es as¨ª que Pedro les llama "los hijos de Leturiaga". "Todav¨ªa se pasan de vez en cuando. Resulta muy gracioso cuando vienen con sus propios hijos. Los padres quieren comprarles la guitarra que ellos nunca pudieron tener, pero los chicos quieren algo m¨¢s heavy".
Organizaron un tabl¨®n de anuncios con ofertas de trabajo e incluso los grupos extranjeros recurr¨ªan a ¨¦l cuando les faltaba alg¨²n instrumentista.
La mel¨®dica con la que Johnny & Charles grabaron la yenka sali¨® de su tienda. "Desafinaba much¨ªsimo y curiosamente fue con ella con la que consiguieron ese sonido tan peculiar que tanto ¨¦xito tuvo".
El boom musical de los sesenta se repiti¨® en Madrid 20 a?os m¨¢s tarde. "En los ochenta todos los chavales quer¨ªan subirse a un escenario aunque no supieran tocar y surgieron decenas de grupos", rememora Mayte, quien se encarg¨® del sonido en los conciertos de la primera edici¨®n de Los Veranos de la Villa, que puso en marcha el entonces alcalde, Enrique Tierno Galv¨¢n. Los j¨®venes volvieron a recurrir a Leturiaga, "pero las letras que me firmaban ya no eran de 1.000 pesetas, sino de medio mill¨®n", se?ala arqueando las cejas.
Pedro y Beni, su mujer, las pasaron canutas para sacar adelante un negocio en el que hoy trabajan m¨¢s de 30 personas, adem¨¢s de sus dos hijos. Conservan la tienda de la Corredera y acaban de inaugurar otra en la calle de Crist¨®bal Bordi¨². Y conf¨ªan en que los j¨®venes del pr¨®ximo milenio pongan de nuevo su futuro en manos de una guitarra.
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