La ense?anza de la inmadurez
En el 30? aniversario de aquella revoluci¨®n de los j¨®venes que fue Mayo del 68, un nuevo fantasma recorre Europa: es la violencia que prolifera en las aulas donde se educan los menores de edad. He aqu¨ª ejemplos norteamericanos recientes: en octubre, un alumno de 16 a?os mat¨® a dos compa?eros en Misuri; en diciembre, otro adolescente de 14 a?os mat¨® a tres condisc¨ªpulos en Kentucky; en marzo, dos estudiantes de 11 y 13 a?os mataron a cuatro compa?eros y a una profesora en Arkansas; en abril, otro chico de 14 a?os mat¨® a uno de sus profesores en Pensilvania, y este mismo mayo, un muchacho de 15 a?os acaba de matar a sus padres y a un compa?ero, hiriendo gravemente a siete m¨¢s en Oreg¨®n. Es verdad que la abundancia de armas garantizada por la Constituci¨®n norteamericana explica buena parte de esta criminalidad adolescente. Pero en Francia o Inglaterra, donde el Estado monopoliza la violencia, tambi¨¦n los menores la ejercen con alegre inmadurez.La interpretaci¨®n m¨¢s acorde con la mitolog¨ªa de Mayo considera esta violencia como la vanguardia de la ¨²ltima revoluci¨®n pendiente: la de la nueva clase dominada de los menores de edad, excluidos de su integraci¨®n adulta por los mayores dominantes. Una vez aburguesados los proletarios y liberadas las mujeres, s¨®lo quedar¨ªan los menores inmaduros como ¨²nicos sujetos potencialmente revolucionarios, capaces de cuestionar con insolvente insolencia el vigente orden social. Pero se debe desconfiar de tal apolog¨ªa, pues esta violencia inmadura no es sino el indicio representativo de otras muchas anomal¨ªas que trastornan el proceso de emancipaci¨®n juvenil: ca¨ªda de la lectura y fracaso escolar, alcoholismo y toxicoman¨ªas, promiscuidad y embarazos precoces, paro y empleo precario, prolongaci¨®n de la dependencia juvenil, bloqueo de la nupcialidad y la fecundidad...
A pesar de la prolongaci¨®n de la escolaridad, el proceso de inserci¨®n adulta de los j¨®venes est¨¢ fracasando. Y este fracaso se cifra sobre todo en el alargamiento y distorsi¨®n del calendario emancipatorio. En el extremo inicial, la adolescencia cada vez se adelanta con mayor precocidad, cayendo en la pr¨¢ctica temprana de conductas arriesgadas por prematuras: sexualidad, drogadicci¨®n, violencia, agresividad. Y en el extremo terminal, los j¨®venes posponen y difieren el momento de su emancipaci¨®n hasta edades cada vez m¨¢s tard¨ªas, prolongando indefinidamente su dependencia de la familia. ?Qu¨¦ factores explican el fracaso de los menores, que, cuanto m¨¢s se sobreeducan, m¨¢s incapaces parecen de superar su incurable inmadurez?
La sociedad civil se llena de mala conciencia, reclamando soluciones tranquilizadoras. Y lo m¨¢s tentador es recurrir entonces a m¨¢s de lo mismo, con reformas de la ense?anza que siempre terminan por prolongarla, reforzando el c¨ªrculo vicioso de su hipertrofia. Pero, cuando el fracaso educativo se hace evidente, la opini¨®n p¨²blica pasa a exigir la adopci¨®n de medidas m¨¢s dr¨¢sticas. Aqu¨ª se dan dos modelos de soluciones contrapuestas. De un lado, el modelo anglosaj¨®n del s¨¢lvese quien pueda, donde la responsabilidad de emanciparse es exclusivamente personal. Y el mejor ejemplo de esta v¨ªa individualista lo tenemos en Inglaterra, donde acaba de inaugurarse una c¨¢rcel s¨®lo reservada a criminales de 12 a 14 a?os de edad. La filosof¨ªa subyacente a este modelo es claramente autista, pues las familias y las autoridades ya no son consideradas responsables de la correcci¨®n de unos menores precozmente forzados a responsabilizarse a solas.
El modelo opuesto es el continental o latino, que descarga toda la responsabilidad sobre el pater familias. Un ejemplo es Francia, donde acaba de aprobarse un informe sobre delincuencia de menores que recomienda castigar con penas de c¨¢rcel a los padres que hayan incumplido su responsabilidad educativa. Llueve sobre mojado, pues en 1889, el c¨®digo franc¨¦s ya penaliz¨® la paternidad indigna. Y, tras la posguerra, los terapeutas han venido denunciando el eclipse o la ausencia del padre en las familias de clase media. ?sta es la imputaci¨®n de responsabilidad exclusivamente paterna que hoy hace suyo el feminismo. Pero la filosof¨ªa subyacente es, desde luego, familista: los menores no son responsables de sus actos, pues s¨®lo lo son sus progenitores, y la culpabilidad por acci¨®n u omisi¨®n pertenece siempre a la familia.
Pues bien, estas dos posturas sobre la responsabilidad de los menores son las mismas que se ofrecen a la hora de explicar el fracaso de la emancipaci¨®n juvenil. Por supuesto, est¨¢ el paro estructural, el empleo precario y la carest¨ªa de la vivienda. Pero, descontando la evidente influencia de la coyuntura econ¨®mica, subsiste el hecho de que los j¨®venes parecen impotentes o no se esfuerzan lo suficiente a la hora de labrarse su propia independencia. ?Es culpa de ellos que sigan dependiendo de sus padres a edades tard¨ªas, sin hacer lo necesario para echar a volar y vivir por su cuenta? ?O es culpa de su familia, que les tolera su dependencia sin exigirles que se emancipen de ella?
Queda una tercera posibilidad, y es la de culpar a las autoridades p¨²blicas, que est¨¢n incumpliendo su responsabilidad educativa tras hab¨¦rsela expropiado a los menores y a sus familias. La experiencia acumulada sobre la evaluaci¨®n de la ense?anza por autores como Nathan Glazer o Daniel Moynihan ha revelado m¨²ltiples efectos perversos. Y los informes de James Coleman han alertado contra la burocratizaci¨®n educativa, que no s¨®lo induce en los menores una ideolog¨ªa estudiantil de consumismo hedonista y desprecio por el trabajo, sino que crea una incompatibilidad institucional entre escuela y familia, donde cada menor queda atrapado en un juego de la soga que le desgarra tirone¨¢ndole con fuerzas antag¨®nicas. As¨ª es como el sistema educativo resulta doblemente desautorizado, y los menores parecen incapaces de prestarle cr¨¦dito alguno a cualquier posible autoridad moral.
?A qui¨¦n responsabilizar, por tanto, de la inmadurez de los j¨®venes: a las autoridades acad¨¦micas, a ellos mismos o a sus familias? ?A todos a la vez? ?O a ninguno quiz¨¢, si es que traspasamos la responsabilidad al abstracto mal absoluto de un chivo expiatorio como la cultura audiovisual (la aut¨¦ntica ense?anza informal que por defecto reciben nuestros menores), tal y como sostiene la vigente telefobia?
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