El bando y el mendigo
El alcalde de C¨®rdoba, Rafael Merino, sonre¨ªa al tiempo que colocaba la primera piedra de la futura c¨¢rcel. Introduc¨ªa en ese primer nicho los diarios de tan memorable jornada. En las ¨²ltimas p¨¢ginas se detallaban los nombres de los inquilinos que habr¨ªa de acoger el presidio una vez construido. Semanas m¨¢s tarde completaba su tarea impuesta por el cargo: redactaba una ley, una m¨¢s, por la que los pobres de C¨®rdoba no pudieran buscarse la vida en el derroche de la fiesta, que lo es sobre todo para quien tiene dinero. Escrib¨ªa que la vistosidad de los fastos no deb¨ªa verse empa?ada, deslucida, por la presencia de miserables en las engalanadas y felices calles cordobesas. Condenaba sin remedio a los mendigos, que deben de seguir inspirando la caridad cristiana a las puertas de las iglesias, a las gitanas vendedoras de cl¨¢veles, a los del cart¨®n de contrabando... Ordenaba en el bando que todos aquellos que tuvieran una actividad lucrativa, como es el caso, deb¨ªan de pasar por la ventanilla y pagar como cualquier industrial. Al alcalde en realidad le molesta la pobreza, no soporta el olor de la cochambre, la suciedad de quien vive en la calle, el pestazo de los orines, las miradas inquietantes del menesteroso. Atentan a plena luz con el marketing del partido: "No se debe ver en los centros de las ciudades o en los acontecimientos sociales a la chusma". Que tenga usted, se?or alcalde, una feliz y tranquila Feria de Nuestra Se?ora de la Salud.-
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