Hoddle, Gascoigne y el mito del 66
El deseo inconsciente por recuperar la historia es un signo de la naturaleza humana. D¨ªganselo a Glenn Hoddle, hombre que gasta fama de juicioso y seleccionador sometido a las presiones de su cargo, en este caso muy severas. Los ingleses tienen un gran concepto de s¨ª mismos en todos los aspectos y el futbol¨ªstico no es una excepci¨®n. Al guna raz¨®n hay para pensarlo, no en vano el gran espect¨¢culo finisecular es un juego que comenz¨® a desarrollarse en los colleges ingleses y desde all¨ª se trasvas¨® a los callejones de sus ciudades m¨¢s ¨¢speras. Los que inventaron el f¨²tbol tienen alg¨²n derecho a pensar que les pertenece.Los escoceses acostumbran a desde?ar la ¨²nica Copa del Mundo que gan¨® Inglaterra (1966). "En su casa y con los ¨¢rbitros que quisieron", comentan los vecinos del norte. El caso es que a Inglaterra le va bastante mal en los Mundiales.
Hay una especie de enso?aci¨®n inglesa con aquel torneo. La muchachada acostumbra a acudir a los partidos de su selecci¨®n con la camiseta roja y los tres leones en el pecho, porque en aquella final Inglaterra se visti¨® de rojo y Alemania de blanco. Era un buen equipo y un a?o excelente-el swinging London, Twiggy, Rubber Soul, Clapton y George Best en el Manchester United-. El primer ministro Wilson pronunci¨® una frase que hizo fortuna: "Ha tenido que llegar un Gobierno laborista para que Inglaterra gane la Copa del Mundo".
Tres d¨¦cadas despu¨¦s, el laborismo gobierna de nuevo en Inglaterra, Londres vuelve a ser una ciudad excitante y el f¨²tbol est¨¢ de moda en los callejones de Liverpool y en las salas de conferencias de los colleges. Y en el inter¨¦s de buscar el tiempo perdido, se produce un efecto mim¨¦tico en la selecci¨®n que acude al Mundial. La cuesti¨®n es recuperar el esp¨ªritu del 66. Nada lo representa mejor que Gazza.
De la misma manera que tambi¨¦n hab¨ªa un primer ministro laborista en 1966, tambi¨¦n hab¨ªa un Gascoigne en aquel equipo. Se llamaba Jimmy Greaves: futbolista extraordinario, goleador incombustible, bebedor sin remedio. Alguien dijo que "Greaves marcaba sus goles con la misma suavidad con la que se cierra la puerta de un Rolls Royce". Como Gascoigne, Greaves parec¨ªa un cuerpo extra?o en un equipo equilibrado, de tendencia herm¨¦tica, m¨¢s industrial que lujoso (con perd¨®n de Bobby Charlton).
Ramsey ten¨ªa un problema con Greaves, como Hoddle lo tiene con Gascoigne o como lo tendr¨ªa consigo mismo. "Hoddle no jugar¨ªa en un equipo de Hoddle", coment¨® hace poco el periodista David Winner. El problema de Greaves radicaba en su singularidad. Era un delantero maravilloso sin ning¨²n inter¨¦s por toda la parafernalia tacticista que propon¨ªa Ramsey. A cambio, y aunque hubiera que esperarle, ganaba partidos. En su primer descuido-una ligera lesi¨®n que le apart¨® de jugar un partido de la primera ronda- Greaves desapareci¨® de la selecci¨®n inglesa.
Wilson y Blair ayudan a la c¨¢bala pol¨ªtica; Londres 66 y Londres 98 nos hablan de la capacidad de regeneraci¨®n; Greaves y Gascoigne son un s¨ªntoma del f¨²tbol: lo diferente provoca sospecha. Es cierto que Gascoigne est¨¢ gordo, bebe, fuma y tarda en acostarse. Pero es indiscutible que no hay otro como Gascoigne en la selecci¨®n inglesa, un jugador todav¨ªa capaz invertar algo en alg¨²n momento.
Pero Hoddle no le tiene paciencia, ni fe. Se la tiene a Sheringham, un delantero mediocre y un juerguista de categor¨ªa. Como ha escrito el gran periodista David Lacey, "a Sheringham le han pillado con un cigarro en la boca, una rubia a mano y muchas cervezas". Apretado por la tensi¨®n, a Hoddle le ha traicionado el inconsciente: cree que ¨¦l es Ramsey, que esto es el 66, que Gascoigne es Greaves y que Sheringham es Hurst. Naturalmente tiene muchas posibilidades de equivocarse.
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