Uno
En la ¨²ltima Feria del Libro de Madrid hubo un t¨ªtulo del que s¨®lo se vendi¨® un ejemplar. No sabemos qui¨¦n fue su comprador ni en qu¨¦ caseta logr¨® adquirir el volumen. Lo m¨¢s probable es que se tratara de un visitante solitario que lleg¨® a pie, con las manos en los bolsillos, contando al tacto las monedas de que dispon¨ªa y haciendo c¨¢lculos de lo que pod¨ªa gastar si quer¨ªa volver a casa en autob¨²s. Si hubi¨¦ramos le¨ªdo m¨¢s novelas de esp¨ªas, lo habr¨ªamos reconocido en ese adolescente que se deslizaba a nuestro lado con la agilidad de un fantasma y manipulaba los libros como quien busca entre sus p¨¢ginas un mensaje secreto. Cuando lo encontr¨® sin que nadie escuchara el estallido ¨ªntimo que se produjo en medio de aquel suceso colectivo, pag¨® y sali¨® del parque con el volumen latiendo entre sus manos como un coraz¨®n reci¨¦n arrancado a las entra?as de una fiera (?o deber¨ªamos decir feria?).Ahora est¨¢ en su dormitorio, penetrando al libro con la obstinaci¨®n sosegada con la que una mancha de aceite acaba filtr¨¢ndose en el m¨¢rmol, pero dej¨¢ndose atravesar tambi¨¦n por ¨¦l como por una masa de materia oscura de la que surgimos sin da?os aparentes, aunque convertidos en otros. Conozco bien a ese lector febril, a ese comprador huidizo porque hace muchos a?os, en una Feria del Libro parecida a la ¨²ltima (m¨¢s modesta quiz¨¢), me toc¨® hacer ese papel. El libro, en aquella ocasi¨®n se titulaba La vida breve, era de Juan Carlos Onetti, y todav¨ªa convalezco de ¨¦l.
No lo compr¨¦ porque conociera a su autor, del que entonces lo ignor¨¢bamos todo, sino porque al abrirlo en busca del mensaje secreto le¨ª la frase dirigida a m¨ª, que en aquel ejemplar aparece subrayada. Tal vez fue el libro menos vendido de la Feria, pero uno, que ya dio la vida por leerlo, dar¨ªa la mano derecha por haberlo escrito.
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