Rolling
Recuerdan a algunos fil¨®sofos maduros que a?aden a su edad cierta facundia anacr¨®nica cuyo disfraz quieren literario. Estos fil¨®sofos que siguen disparando -y que conminan a otros a que disparen con ellos para salvar causas fantasmas- desde las trincheras del grito, tienen en com¨²n con los Rolling Stones, tambi¨¦n, que no guardan conciencia alguna de la edad que se ha producido alrededor, y siguen haciendo gestos, gesticulando, para que los m¨¢s fieles coreen las gracias. Un d¨ªa los fil¨®sofos ver¨¢n de qu¨¦ tama?o es la soledad que produce el tiempo alrededor, y un d¨ªa tambi¨¦n se levantar¨¢n los Rolling de una faringitis y ver¨¢n que no hay entradas, que ya no habr¨¢ nunca m¨¢s entradas.Quiz¨¢ la comparaci¨®n es hiriente para los Rolling y para sus seguidores, mientras que esos fil¨®sofos -dos, tres- s¨®lo se tienen a s¨ª mismos como seguidores ¨ªntimos; y mientras los Rolling son literalmente deslenguados, estos supervivientes de los adoquines de mayo parecen quejarse siempre de que la playa no sea suya. Los Rolling, adem¨¢s, viven del dinero que multiplica la fama, y los arrendatarios del 68 quieren cargarse el Estado cruel cobrando cada fin de mes de las arcas que los nutre. En fin, son comparaciones odiosas que nacen de la contemplaci¨®n de la anacron¨ªa que supone la incre¨ªble capacidad de estupidez que es posible en la actualidad humana del mejor grupo de rock del siglo del rock and roll.
Ya tienen m¨¢s a?os que los que van a cumplir, e insisten desde su tiempo de abuelos en esconder sus ojos detr¨¢s de las ¨²ltimas gafas de sol de la juventud que les espera; cumplen el rito de las grandes estrellas gimn¨¢sticas y permiten que se sepa que de madrugada beben m¨¢s whisky que el que se guarda en un hotel de lujo, y para que circule el libro de estilo de la vida de las estrellas dejan que se diga tambi¨¦n que su condimento es el caviar. Alimentan el secreto sobre sus horas y permanecen encerrados con el juguete de sus a?os mientras afuera no s¨®lo retoza la creciente indiferencia, sino que est¨¢ despierta San Sebasti¨¢n, una de las m¨¢s bellas ciudades de Europa. Uno de ellos sale al fin de su reducto y le hace al Guggenheim el favor de visitarlo, pero fotos no, por favor, que se lastima la imagen del abuelo. Por fin se digna a aparecer en un rinc¨®n libre del museo y es para que una amiga le retrate haci¨¦ndole un gui?o a la c¨¢mara. Ah¨ª est¨¢ ¨¦l, sonriendo feliz al aire de Bilbao. Mientras tanto, en los despachos, los que les han tra¨ªdo cuentan el dinero de la recaudaci¨®n y aguardan el fax fat¨ªdico, que al fin llega con la recomendaci¨®n que har¨¢ del viaje un fiasco para tantos seguidores: detr¨¢s de la lengua, en efecto, hay una laringe enferma. La cancelaci¨®n estaba cantada, acaso desde que los Rolling la empezaron: es un juego de la nada contra el tiempo, quieren vencer a la edad usando disfraces antiguos, y ans¨ªan la fama como una costumbre que tiene los ritos que ellos llevan a cabo: el exabrupto, el alcohol, la calidad y el secreto, un c¨®ctel mortal del que se puede vivir eternamente, a no ser que el famoso despierte un d¨ªa de veras y compruebe que antes de la jubilaci¨®n forzosa de su cuerpo ya era demasiado grande la sombra feroz de la indiferencia.
Babelia
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