El Cid tore¨® al natural
El Cid tore¨® al natural. Nos hubiera gustado a?adir que luego tom¨® juramento al rey en Santa Gadea, pero ¨¦ste es otro Cid. Se anuncia El Cid porque se llama Cid, de primer apellido, y de segundo, Salas. Manuel Jes¨²s Cid Salas reza su documento de identidad.Estas cosas conviene aclararlas pues siempre hay quien pide explicaciones. Hab¨ªa antiguamente un aficionado en Las Ventas con cara de bruto y una cicatriz en la mejilla a quien llamaban El Carnicero, y los aficionados conspicuos le elud¨ªan ya que por sus hechuras y por el mote levantaba mala fama. Hubo de ponerse mal¨ªsimo para que alguien hiciera averiguaciones y se supo entonces que le llamaban El Carnicero porque ten¨ªa carnicer¨ªa en Legazpi y, adem¨¢s, las mujeres le estaban agradecidas porque no las pon¨ªa gordo de matute en los redondos.
Ruiz / Cid, Renco, G¨®mez
Cinco novillos de Juan Antonio Ruiz Espartaco (uno fue rechazado en el reconocimiento), dos primeros impresentables, resto presentables, escasa bravura pero encastados y nobles. 6? de Alejandro V¨¢zquez, escaso trap¨ªo, inv¨¢lido, manejable.El Cid: estocada y descabello (aplausos y saludos); estocada ladeada (minoritaria petici¨®n y vuelta). El Renco: estocada y rueda de peones (palmas y protestas tambi¨¦n cuando saluda); pinchazo, -aviso- media muy trasera, rueda de peones y se tumba el novillo (silencio). G¨®mez Escorial: estocada ladeada y rueda de peones (m¨ªnima petici¨®n y vuelta protestada); pinchazo, estocada perdiendo la muleta y rueda de peones (aplausos y saludos). Plaza de Las Ventas, 21 de junio. Media entrada.
Otro inquietante personaje de la ¨¦poca era la Tumbacristos. A Juanito, el famoso aficionado de la andanada del 8 -que muri¨® hace muchos a?os y a¨²n se le sigue recordando- le causaba verdadero p¨¢nico. Mujer roque?a, pechugona y algo peluda, se sentaba en la andanada del 9 con el bolso sobre los muslazos prietos y no mov¨ªa ni un bucle durante toda la corrida. Como si se hubiese convertido en estatua. Lo de Tumbacristos suscit¨® m¨²ltiples comentarios, maledicencias y leyendas en torno a su vida civil y ninguna se aproximaba a la realidad. ?nicamente un servidor sab¨ªa por qu¨¦ la pusieron la Tumbacristos.
A El Cid lo acusaban de petulancia. ?Mira que ponerse semejante apodo?, le reprochaban algunos En sus comienzos novilleriles le sucedi¨® algo similar a Cristo, hoy ya veterano matador de toros, si bien menos pues a?ad¨ªa un apellido sin ¨ªnfulas, y la rotulaci¨®n de su cartel ven¨ªa convenientemente matizada: Cristo Gonz¨¢lez.
El caso fue que El Cid se ech¨® la muleta a la izquierda y se puso a torear al natural. Es noticia. Quiz¨¢ no tanto como para parar las m¨¢quinas de los peri¨®dicos o para abrir los telediarios, aunque tampoco pasar¨ªa nada. Un natural, si bien se mira, tiene a veces mayor fundamento que un gol. No es que El Cid se echara la muleta a la izquierda para enredar o para dar una variaci¨®n al muleteo sino que lo hizo de principio, a la manera de los toreros buenos. Y, puesto, ejecut¨® dos tandas de pases ce?idos, templaditos y ligados, seg¨²n mandan los c¨¢nones. Y a¨²n seguir¨ªa con otra tanda m¨¢s.
Sigui¨® con otra tanda m¨¢s, pero esta vez imit¨® a las figuras pegapases, se dio un garbeo por el redondel, pleg¨® la muleta al estilo que los andaluces dicen er cartucho pescao, volvi¨® a la cara del novillo... Y ya el novillo -encastado y noble, igual que todos los que envi¨® Espartaco- ya era otro. Comentan taurinos de estos paseos que son buenos para que los animales se recuperen de las fatigas de embestir y humillar. Sostienen diversos maestros, por el contrario, que los animales, no tan fatigados como algunos suponen, pierden la referencia del torero dominador, con ella el celo, y cuesta recuperar el ritmo y la fijeza de sus anteriores embestidas.
Algo de eso debi¨® de ocurrir para que al tercer natural el novillo se quedara en la suerte, descolocara al torero, le pegase un volteret¨®n del que sali¨® con la taleguilla destrozada a la altura de lo que el himeneo reclama. No le arredr¨® el percance a El Cid, sin embargo, que sigui¨® toreando, se arrim¨® en los derechazos, y mat¨® a la primera. Loor a ¨¦ste Cid, campeador durante unos minutos m¨¢gicos, que hab¨ªa tenido la torer¨ªa de echarse la muleta a la izquierda y ligar los naturales. Loor, con todas las gratitudes del alma, pues nos sac¨® de las mediocridades y las monoton¨ªas propias del toreo moderno.
El mismo Cid en su anterior novillo y los otros dos espadas de la terna siempre en sus respectivos turnos, que se daban al derechazo repetitivo y s¨®lo ensayaban el natural ya vencida la faena, a guisa de compromiso. G¨®mez Escorial tuvo el acierto de a?adir repertorio, con el capote tambi¨¦n -no le falt¨® la larga a porta gayola-, y sus trasteos, uno de ellos conclu¨ªdo con bernardinas, resultaron variados.
El Renco, en cambio, se dio a un toreo forzado y pl¨²mbeo, que ni siquiera logr¨® alegrar cuando ech¨® las rodillas a tierra. Quiz¨¢ porque, echadas, se puso a pegar tambi¨¦n derechazos. Qui¨¦n inventar¨ªa el derechazo, Se?or. La Tumbacristos no fue. La culparon de muchas cosas pero no pod¨ªa ser tan perversa.
Babelia
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