El hombre abstracto
En la gama crom¨¢tica de Felipe Gonz¨¢lez predominan los azules: azul marino el traje, azul claro la camisa, levemente azulado, por contagio visual, el gris del pelo, el material transparente de la montura de las gafas. Los azules sugieren siempre distancia, equilibrio fr¨ªo, abstracci¨®n. En un cartel electoral de hace ya muchos a?os Felipe Gonz¨¢lez aparec¨ªa sonriendo ante un fondo celestial de azules, como instalado en una quietud estratosf¨¦rica, inalcanzable para los mortales vulgares, inaccesible a toda turbulencia. Seg¨²n las cosmolog¨ªa aristot¨¦lica, por encima de la esfera de cristal donde estaba engastada la Luna todas las cosas se manten¨ªan en una perfecci¨®n invariable: los cuerpos celestes, las ideas puras, los seres ang¨¦licos. El cambio, la decadencia, el desasosiego, el desgaste del tiempo, eran patrimonio de esta esfera sublunar en la que los mortales nos afanamos como insectos, en la que ni los colores ni las ideas tienen la menor pureza.Oyendo a Felipe Gonz¨¢lez da la impresi¨®n de que habita en un mundo menos imperfecto que el nuestro, que lo ve todo resumido en categor¨ªas, en grandes movimientos y principios. Llega a declarar como testigo y con ¨¦l entra en la sala como un hipnotismo de abstracciones que al cabo de un rato ya nos tiene aletargados a todos, exagerando el efecto de la temperatura caliza de Madrid y el cansancio acumulado de tantas sesiones judiciales. Llega Felipe Gonz¨¢lez vestido de azul marino, con su camisa azul celeste, con el pelo agrisado, un poco cargado ya de hombros, entrado en carnes, en una madurez que es m¨¢s o menos la misma de toda la generaci¨®n que ocup¨® el poder desde principios de los a?os ochenta. Despu¨¦s de haberse pasado una parte tan considerable de su vida adulta ejerciendo la autoridad, a Felipe Gonz¨¢lez le ha quedado un porte s¨®lido de mando, una dicci¨®n lenta y machacona, propia de alguien que no tiene la costumbre de que le interrumpan ni le limiten el tiempo de su turno de palabra.
Da igual el letrado que le interrogue: Felipe Gonz¨¢lez no cambia de entonaci¨®n ni parece alterarse nunca, y por mucho que quieran forzarlo nunca desciende a los pormenores concretos de las cosas. Lo imagina uno encaneciendo en su estratosfera azulada de grandes principios, de cuestiones de Estado, sin distinguir, tan de lejos, las miserias y los contratiempos comunes, los azares, las incertidumbres, los errores, las cosas con las que siempre eran otros quienes ten¨ªan que lidiar. "Podr¨ªa hacerse un libro con todas las cosas que t¨² ignoras", cuenta Tobias Wolff que le dijo una vez su padrastro: podr¨ªan hacerse vol¨²menes, bibliotecas enteras, con las cosas que los acusados y los testigos en este proceso dicen no saber, no haber llegado a enterarse mientras suced¨ªan, a no ser, en algunos casos, mediante la lectura de la prensa. ?lvarez Cascos se reuni¨® con el director de El Mundo y con el abogado de Amedo y Dom¨ªnguez y no supo que unos d¨ªas m¨¢s tarde empezar¨ªa a publicarse en ese peri¨®dico un serial de confesiones incriminatorias. Jos¨¦ Barrionuevo se enter¨® del secuestro de Segundo Marey por los res¨²menes de prensa que le llevaban cada ma?ana a su despacho. Nadie en el Ministerio del Interior ni en los servicios de informaci¨®n sab¨ªa nada sobre los atentados terroristas en el sur de Francia. El general Alcal¨¢ Galiano, cuando era jefe m¨¢ximo de la Polic¨ªa Nacional, no sab¨ªa qu¨¦ misiones les eran encomendadas a los geos. El general Aramburu Topete tambi¨¦n ha declarado que no sab¨ªa nada de la guerra sucia contra el terrorismo, aun cuando fue director general de la Guardia Civil.
Felipe Gonz¨¢lez ni siquiera tiene necesidad de negar. A ¨¦l se le nota que posee una habilidad cong¨¦nita para situarse por encima de la sordidez de los hechos concretos, una capacidad telesc¨®pica de ver de lejos y en conjunto: lo que en los testimonios de otros era el horror diario del terrorismo, la injuria de la indiferencia francesa ante el porvenir tan dudoso de nuestra democracia, el encanallamiento de los habituados y los beneficiarios del crimen, en su declaraci¨®n se convierte casi en un relato a grandes rasgos de hechos hist¨®ricos. Recuerda con afecto al m¨¢s abstracto y ol¨ªmpico y momificado de los dirigentes europeos, Fran?ois Mitterrand, enuncia las estrategias internacionales que llevaron al ingreso de Espa?a en la Uni¨®n Europea y en la OTAN, a la cooperaci¨®n gradual de las autoridades francesas, perfectamente calculada en virtud de sus propios intereses, no por simpat¨ªa humanitaria ni por solidaridad.
Poco a poco, en la modorra de las abstracciones, en la monoton¨ªa eficaz de las palabras de Felipe Gonz¨¢lez, se va desfibrando la historia de sufrimiento, de crueldad, de verg¨¹enza, que cada uno de nosotros ha establecido en su imaginaci¨®n, se disgregan hechos y rostros, casi se olvida a las v¨ªctimas reales, a penas se oye el nombre de Segundo Marey. Con sus gafas de hombre cultivado y reflexivo, con su pelo gris de solvente madurez, su traje azul y su corpulencia de pol¨ªtico europeo, de gobernante abstracto, Felipe Gonz¨¢lez se marcha de la sala dej¨¢ndonos a todos, actores y p¨²blico de este juicio que a ¨¦l no le concierne, como empantanados de nuevo en la grosera realidad.
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