Ronda de expertos
Los peritos cal¨ªgrafos y graf¨®logos comparecen ante el tribunal cargando grandes carteras y vistiendo trajes muy formales, aunque tambi¨¦n muy usados, como de haber viajado y hasta dormido con ellos, viajado y dormido zarandeadamente en viejos vagones de segunda, llevando siempre consigo sus carteras llenas de legajos, de cuerpos de escritura y documentos dubitados e indubitados, seg¨²n los retorcimientos del lenguaje pericial. Una se?ora de traje de chaqueta gris, edad mediana, melena rubia que se le vuelve visiblemente oscura en la raya del pelo y cara de haber pasado una mala noche de tren se describe a s¨ª misma no ya como graf¨®loga, sino como psicograf¨®loga, oficio ¨¦ste que yo no conoc¨ªa, pero que para un acusado debe de ser un poco inquietante. Si un graf¨®logo normal, digamos, asegura que puede identificar los rasgos de nuestra escritura en un documento comprometedor, ?a?adir¨¢ acusadoramente el psicograf¨®logo que no s¨®lo hemos redactado un an¨®nimo delictivo, sino que adem¨¢s tenemos un car¨¢cter muy desagradable, propenso a la mezquindad o a la mentira? Un cal¨ªgrafo declara que cierto borrador de uno de los primeros comunicados que llevaron la firma de los GAL fue escrito ¨ªntegramente por Ricardo Damborenea, salvo las dos ¨²ltimas palabras, que atribuye a la mano de Juli¨¢n Sancrist¨®bal. Pero tambi¨¦n dice que al principio crey¨® lo contrario, y justifica su confusi¨®n explicando que la letra de los dos se parece mucho.Da un cierto escalofr¨ªo pensar que una o dos palabras escritas en un papel hace quince a?os puedan acusar a alguien tan infaliblemente como el ADN contenido en un rastro de saliva, en un pelo. Pero m¨¢s inquietante a¨²n es la posibilidad del error: si se parece tanto la escritura de esos dos hombres, si uno de ellos escribi¨® s¨®lo dos palabras en esa hoja de papel guardada por alguien durante quince a?os, ?en qu¨¦ medida estos peritos cal¨ªgrafos y graf¨®logos y psicograf¨®logos pueden discernir una autor¨ªa indudable, o indubitada, por decirlo m¨¢s t¨¦cnicamente?
En el lenguaje judicial anglosaj¨®n se dice que los hechos deben ser demostrados m¨¢s all¨¢ de la sombra de una duda. A m¨ª la ma?ana se me va llenando de m¨¢s sombras y de m¨¢s dudas a medida que los expertos emiten su pericia. Aprendo vocabulario, eso s¨ª, pero me pierdo en los circunloquios de los entendidos y de los letrados, en un traj¨ªn de palabrer¨ªas, de lecturas de p¨¢rrafos y n¨²meros de folios que de vez en cuando se empantanan en un largo tiempo muerto.
Algo s¨ª me queda claro: los psiquiatras forenses visten mucho mejor que los graf¨®logos y los psicograf¨®logos, emiten su pericia con una convicci¨®n m¨¢s s¨®lida. Declaran los dos forenses que han examinado a Segundo Marey y el personaje ya casi olvidado vuelve a perfilar muy poderosamente su presencia: el hombre obsesionado, el hombre enfermo empe?ado en una lucha sorda contra el tiempo, porque quiere que todo se sepa y que la verdad sea por fin establecida antes de que sea demasiado tarde para ¨¦l, porque tiene un c¨¢ncer en la sangre, el hombre que parec¨ªa haberse recobrado del secuestro pero que hacia 1992 o 1993 volvi¨® a sentir con m¨¢s fuerza el desasosiego de aquella noche de casi diez a?os atr¨¢s, y que desde entonces s¨®lo vive para la recapitulaci¨®n y el recuerdo, que lee todo lo que se publica sobre ¨¦l mismo y sobre los GAL, que conserva todos los recortes, que ya ni siquiera cuida su peque?o jard¨ªn, porque le han dicho los m¨¦dicos que cualquier esfuerzo puede quebrarle alg¨²n hueso.
Vino al Tribunal Supremo y busc¨® entre las caras de los acusados las de los dos hombres que lo vigilaban en la caba?a y a los que ¨¦l no pudo ver, y cuentan que se sinti¨® decepcionado al comprobar que esos dos hombres llevan gafas oscuras y grandes barbas negras, como para a?adir una dificultad suplementaria a la identificaci¨®n. Tan s¨®lo vive para revivir aquel tiempo, y dicen los forenses que lo que m¨¢s desea es volver a la caba?a en ruinas en la ladera del monte, porque imagina que s¨®lo regresando all¨ª podr¨¢ dar por terminados el suplicio, la obsesi¨®n, el hechizo insano de aquella ¨²nica noche.
En algo se parece Segundo Marey a todas las v¨ªctimas de la tortura, a todos los supervivientes de los infiernos fundados por la mano del hombre: siente que sus lazos de confianza con los dem¨¢s seres humanos se han roto, siente tambi¨¦n la culpabilidad de no haber muerto.
Enfermo, obsesivo, como esos jubilados sin sosiego a los que angustia la amplitud in¨²til del tiempo, Segundo Marey aguarda ahora mismo, desde lejos, el final del juicio, el desenlace, la sentencia, tal vez vigila el progreso de su enfermedad, mira peri¨®dicos, pega recortes en un ¨¢lbum, calcula los d¨ªas, las semanas, los meses de la tregua, imagina que entra, esta vez con los ojos abiertos, en una caba?a en ruinas, en un lugar que no ha visto nunca y que sin embargo es el infierno y el centro misterioso de su vida.
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