Miedo al bosque
De ni?os los cuentos infantiles nos ense?an a tener miedo de perdernos en el bosque, un mundo oscuro y tenebroso donde residen los monstruos, los dragones y los ogros, o reina tan s¨®lo el silencio de la noche. Algunos sent¨ªamos pavor ante los lobos que despedazaban ni?as; otros no ¨¦ramos capaces de evitar el escalofr¨ªo placentero del horror, el mismo temblor que buscaban las damas que devoraban novelas g¨®ticas mientras beb¨ªan t¨¦ en porcelana delicada, protegidas junto a la chimenea. Es dulce sentir miedo cuando nos encontramos a salvo. Luego nos vinieron con que ese bosque representaba el inconsciente, la parte negra y diab¨®lica y medrosa que debe atravesarse hasta llegar a la luz. Los ni?os actuales conocen poco de la naturaleza, y tal vez su bosque tenga ahora forma de calles negras y ramificadas, hogar de todos los peligros; pero pese al cambio de escenario, ah¨ª contin¨²a, agazapado entre las sombras, el miedo, la atracci¨®n irresistible hacia el terror. S¨®lo desde esa perspectiva puede explicarse las reacciones y la inusitada expectaci¨®n que rodean los asesinatos que se han producido en Vitoria a lo largo de este a?o: lejos de la mera b¨²squeda del asesino, o los asesinos, o del p¨¢nico que puede provocar toda muerte violenta, el seguimiento de los cr¨ªmenes y las especulaciones est¨¢n alejando los hechos y convirti¨¦ndolos en otra historia, otra novela m¨¢s. Como en las buenas historias de terror, la muerte origina y estructura la trama. La sangre ha rodeado la escena, con su escandaloso rojo, como recordatorio constante de la condici¨®n mortal de la humanidad; y el asesino, tal vez m¨¢s inteligente, m¨¢s ¨¢gil o m¨¢s perverso, contin¨²a ausente, embozado. Es f¨¢cil imaginarlo loco, con un cerebro brillante y malvado que da a su mano pulso de hielo y le evita remordimientos. ?nicamente se echa en falta el ingrediente del erotismo, el perfecto m¨®vil. Como en las novelas de g¨¦nero, la lucha entre el bien y el mal ha comenzado, y no finalizar¨¢ hasta la captura del culpable. As¨ª, las teor¨ªas se suceden, y los detalles de los cr¨ªmenes se propagan con una rapidez y una precisi¨®n pasmosa. "Viv¨ªa en el portal contiguo, trabajaba m¨¢s all¨ª", se?alan las voces. "Ya van dos, ya van tres, ya van cuatro". Se habla de las cuchilladas, se comentan los motivos, los ¨²ltimos movimientos de los muertos. Si el silencio se impone sobre el caso, los rumores se acrecientan. "El peligro acecha", dicen, sin sentirse en peligro. "Jam¨¢s se vivi¨® algo as¨ª", sin ser conscientes de que, realmente, lo est¨¢n viviendo. Parece echarse de menos la perfecci¨®n f¨ªsica de las v¨ªctimas. Como a los h¨¦roes, es preferible imaginarlos j¨®venes y hermosos, sin fotos que rompan el misterio y hagan de las iniciales en los peri¨®dicos personas. Y, de nuevo, la certeza, clara y di¨¢fana, de que el bien triunfar¨¢. Pero esto no es literatura, y, por tanto, no existe un l¨ªmite claro entre la bondad y la perfidia, y los pilares en los que se asientan las buenas obras de intriga, muerte, sangre y erotismo, cobran entidad real. No puede, ni debe permitirse, el distanciamiento: no tiene sentido la idealizaci¨®n, no puede haber lugar para convertir en obra de arte la aberraci¨®n. Habitamos en una tragedia, desde el momento en que ninguna vida tiene final feliz, y lo sabemos; nos despertamos y dormimos con una condena a muerte, aplazada un d¨ªa m¨¢s, una noche m¨¢s. Es el arte una de las m¨¢s poderosas razones para huir de la certeza de la muerte. Us¨¦moslo entonces para profundizar en lo que tememos y hacerle frente; no seamos tan ruines, tan vulgares, como para huir de la realidad hurgando en asesinatos infames, escapando de la vida con historias morbosas para olvidar que la oscuridad nos engullir¨¢ un d¨ªa y nos adentraremos definitivamente en el tenebroso bosque.
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