El peso de la historia hunde a Italia
Francia se impone a los de Maldini en el lanzamiento de penaltis
Se dirigi¨® Luigi di Biagio al punto de penalti como el desgraciado que ha sacado la pajita m¨¢s corta, con todo el peso de la historia en su contra. Lleg¨®, cerr¨® los ojos, y en caso de duda, dura. Solt¨® un pepinazo sin querer verlo. Choc¨® el bal¨®n contra el larguero y volvi¨® al campo. No hab¨ªa m¨¢s oportunidad. Italia se hab¨ªa condenado a perder donde nunca hab¨ªa ganado. Italia nunca ha superado una eliminatoria en los Mundiales en el lanzamiento de penaltis. Perdi¨® as¨ª la final del 94 (ante Brasil), perdi¨® as¨ª la semifinal del 90 (ante Argentina), perdi¨® as¨ª ayer, en cuartos. Francia, el equipo con alma italiana, sigue adelante. El partido y la pr¨®rroga hab¨ªan acabado 0-0. Es la historia italiana, la de los penaltis y la del 0-0. Una v¨ªa muerta.Optimista y generoso, Zidane. Hab¨ªa anunciado el 10 m¨¢s 10 que el resultado ser¨ªa 1-0. Hasta el marcador que se?ala la victoria m¨¢s r¨¢cana se lo negaron los entrenadores a los aficionados. Convirtieron las l¨ªneas en borrones, los dibujos en brochazos, la luz en oscuridad. De Cesare Maldini, el hombre de las esencias, el conservador de la tradici¨®n, no se esperaba otra cosa. De Aim¨¦ Jacquet, el hombre ciencia, el que quiere modernizar a Francia desde una tradici¨®n de juego claro, no. Ambos ten¨ªan la soluci¨®n. La robaron y la escondieron en el banquillo. La sacaron al campo ya tarde, cuando el partido estaba lanzado hacia la pr¨®rroga, alegraron la vista un poco, pero no determinaron. Jacquet cometi¨® el pecado del miedo a perder en su casa, le pudo el complejo y decidi¨® ser m¨¢s papista que el Papa: forza Italia. Dej¨® de entrada en el banquillo a su pareja excitante, a los j¨®venes llenos de ganas, de mostrarse, de romper esquemas. Henry y Trezeguet se quedaron en la banda. Karembeu, un tercer medio defensivo (una idea abandonada por Jacquet hace meses) y Guivarc"h, un delantero a la antigua usanza (de ¨¦sos que siempre que reciben el bal¨®n no est¨¢n en condiciones de remate), ocuparon su sitio. Por parte de Maldini, lo anunciado casi desde diciembre, desde el d¨ªa en que el sorteo hizo prever estos cuartos: defensa, defensa, defensa. Y un perro de presa, Pessotto, para echar arena en los engranajes aceitados de la m¨¢quina francesa. Esto es, no dejarle tocarla a Zidane. Y lo visto desde hace un par de semanas: confianza al descentrado Del Piero (otro joven lanzado que fracasa en el Mundial) y castigo a Roberto Baggio, el hombre de las grandes ocasiones.
Los jugadores franceses cometieron otro pecado, pero disculpable, el del ansia. Todos quisieron ser los protagonistas. Barthez, que jug¨® mucho tiempo en el c¨ªrculo central, quiso marcar la diferencia con sus pases largos; Desailly, subiendo con el bal¨®n y rompiendo la igualdad de fuerzas en el centro, Blanc, lo mismo; Guivarc"h, y¨¦ndose a por pelotas al extremo; Karembeu, que quiso un rato ser organizador y lanzaba pases a jugadores en fuera de juego. El impulso dur¨® 15 minutos. El tiempo que tardaron los italianos en imponer su m¨¢xima: cualquier gesto de atrevimiento, de salirse del gui¨®n que ha dictado que esto es un partido t¨¢ctico, sin florituras, ser¨¢ considerado in¨²til y, por tanto, peligroso. Zidane, s¨ª, Zizou, la nueva divisa francesa, ten¨ªa permiso para saltarse la ley. Acab¨® con Pessotto usando toda su gama de juego: regate, toque, pase largo, pase corto, siempre al hueco, siempre con sentido. Para nada. Aquello no eran m¨¢s que cosquillas. ?C¨®mo iba a desestabilizar aquello a los Cannavaro, Costacurta, Bergomi y Maldini. Zizou, por lo menos, demostr¨® que se les pueden tirar paredes a los italianos. Y tambi¨¦n Deschamps y Djorkaeff. Rompieron un par de veces para encontrarse con que Vieri, el rematador por excelencia, jugaba en el otro bando.
Vieri, el pistolero, sufr¨ªa y trabajaba. S¨®lo atend¨ªan sus s¨²plicas Moriero, uno con un poco de libertad por la banda, y Del Piero, el que deb¨ªa cumplir con su obligaci¨®n. La l¨ªnea de Di Biagio, el hombre revelaci¨®n de la squadra azzurra, el del empuje y la velocidad, y el de los pases en profundidad, no funcion¨®. Estaba anotado en el cuaderno negro de Jacquet que hab¨ªa que cortarla. Y cuando el delantero del Atl¨¦tico (cinco goles en cuatro partidos) recibi¨® alg¨²n bal¨®n, ya estaban acogot¨¢ndole el implacable Desailly, el limpio Blanc, el tremendo Thuram. Mediaba el segundo tiempo cuando pareci¨® que Jacquet se hab¨ªa vuelto loco. Golpe de efecto: Henry y Trezeguet, los deseados, salieron a la vez. Fueron cinco minutos inexplicables, de magia. Zidane, que se hab¨ªa diluido, que hab¨ªa mostrado un miedo imperdonable a quedarse solo delante del portero (en una jugada, fingi¨® una falta de Bergomi despu¨¦s de haberlo superado; en otra, prefiri¨® quitarse el bal¨®n de encima y d¨¢rselo a Thuram) empez¨® a disfrutar con las correr¨ªas de los j¨®venes como un abuelo con su nieto. Hueco por aqu¨ª, hueco por all¨¢, carrera, remate. Los vecchios, los Maldini, Bergomi y compa?¨ªa, alucinando. El centro del campo, desbordado. ?Qui¨¦n era, Paraguay o Italia, quien as¨ª se defend¨ªa, como gato panza arriba? Pero, como el oasis en el desierto, espejismo. En cinco minutos los defensas rehicieron las marcas, en cinco minutos los chavales se hab¨ªan vuelto locos de sed, s¨®lo quer¨ªan entrar por el centro.
El partido estaba condenado. Tan condenado como lo sinti¨® Roberto Baggio. Disfrut¨® de 53 minutos, rompi¨® a la defensa francesa, hizo la mejor jugada del partido (combinaci¨®n con Albertini y remate en volea). Habr¨ªa sido justo que ¨¦l hubiera triunfado marcando ese gol de oro. Habr¨ªa sido injusto que Italia hubiera triunfado. Mejor est¨¢ en la v¨ªa muerta.
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