Kafka
Coincid¨ª en el ascensor con un sujeto que llevaba puesto un casco de moto desde cuyas tinieblas sali¨® una voz rudimentaria, arcaica, pregunt¨¢ndome amablemente a qu¨¦ piso iba. Daba, por su manera de actuar, la impresi¨®n de que el casco formaba parte de su anatom¨ªa. Me llam¨® la atenci¨®n y se lo coment¨¦ a la persona a la que iba a ver, un amigo que viv¨ªa en el tercer piso, con el que tomaba caf¨¦ de vez en cuando. Me cont¨® que el individuo del casco era un conocido pol¨ªtico cuya amante resid¨ªa en el inmueble. Entraba disfrazado de este modo por miedo a ser reconocido. Me asombr¨¦ de los recursos que genera una ciudad como Madrid para alcanzar el sue?o de llevar dos o tres vidas paralelas, e intent¨¦ colocarme en los zapatos de ad¨²ltero al objeto de imaginar su modo de contemplar el mundo desde dentro de aquella envoltura protectora. Una vez, por juego, me puse un casco de moto y sufr¨ª un ataque de claustrofobia. Creo que no podr¨ªa vivir dentro de uno de esos artefactos por m¨¢s ventajas ven¨¦reas o de otro tipo que produjera su utilizaci¨®n.Olvid¨¦ el asunto hasta que vi entrar a Michel Dom¨ªnguez disfrazado tambi¨¦n de motorista en la Audiencia Nacional. Me impresionaba de tal modo esa imagen de un hombre sin rostro cuyo centro de gravedad, parad¨®jicamente, resid¨ªa en la cabeza, que al principio del juicio sobre el caso Marey s¨®lo ve¨ªa el telediario para contemplar su entrada en el edificio. La llegada de Dom¨ªnguez le daba al acto una apariencia zool¨®gica que lo te?¨ªa todo de un aire como de documental sobre las costumbres de los insectos. El compa?ero de Amedo parec¨ªa en realidad una mosca, quiz¨¢ un escarabajo, al que todos trataban con una naturalidad que para s¨ª hubiera querido Gregorio Samsa, el personaje de Kafka en La metamorfosis. Telefone¨¦ entonces a mi amigo y me interes¨¦ por los d¨ªas y las horas en que el pol¨ªtico ad¨²ltero visitaba a su amante para volver a coincidir con ¨¦l en el ascensor. Desde que hab¨ªa dado con la referencia a Kafka, su presencia me impresionaba doblemente. Procuraba colocarme detr¨¢s de ¨¦l, en el ¨¢ngulo muerto de la ranura desde la que este hombre observaba el mundo, y al observarle con detenimiento me parec¨ªa estar en compa?¨ªa de un insecto enorme, con corbata de seda. Me pregunt¨¦ si al llegar al apartamento de su amante se quitar¨ªa el casco, o si se meter¨ªa en la cama con ¨¦l para preservar su identidad frente a la mujer con la que copulaba. La imagen del pol¨ªtico desnudo, con el casco puesto, realizando ejercicios amatorios, me pareci¨® tambi¨¦n muy animal. Record¨¦ entonces que una vez, en la sierra, vi a dos escarabajos en proceso de apareamiento y pens¨¦ que podr¨ªan ser dos motoristas peque?os. De hecho, me qued¨¦ contempl¨¢ndolos para ver si al finalizar se iba cada uno por su lado en una Vespa.
Dom¨ªnguez, el pol¨ªtico ad¨²ltero y los escarabajos de la sierra se anudaron, pues, en mi memoria, de manera que, cuando pensaba en uno, me ven¨ªa todo el cuadro sin¨®ptico animal a la cabeza. Por si fuera poco, el otro d¨ªa coincid¨ª en la puerta de un VIP"S con un motorista que entr¨® junto a m¨ª sin quitarse el casco. Fui detr¨¢s de ¨¦l hasta las profundidades del establecimiento, asombrado por la naturalidad con que ojeaba desde su cabeza de mosca las revistas y los libros expuestos al p¨²blico, y al rato, tras mirar en derredor como si buscara a otro artr¨®podo que finalmente no lleg¨®, sali¨® de la tienda y desapareci¨®.
Ahora sue?o que un d¨ªa me levanto de la cama con un casco de motorista en la cabeza y que, al dirigirme al cuarto de ba?o para librarme de ¨¦l, resulta que est¨¢ hecho de cart¨ªlagos, aunque su aspecto es el de una resina sint¨¦tica, para que nadie note que se trata de una formaci¨®n org¨¢nica.
Cuando pienso que he de vivir de ese modo durante el resto de mis d¨ªas, corro a pedirle consejo al pol¨ªtico ad¨²ltero, o a Amedo, quienes se niegan a recibirme. Entonces, por fortuna, el propio horror me despierta y el espejo me devuelve la imagen de todas las ma?anas. Kafka averigu¨® escribiendo La metamorfosis secretos de la naturaleza humana que se llev¨® a la tumba. Viendo a Michel Dom¨ªnguez y al pol¨ªtico ad¨²ltero moverse con tal naturalidad entre el p¨²blico, uno vislumbra algo de lo que ¨¦l constat¨®. Dios nos asista.
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