C¨®mo convencer a alguien en pleno dolor
Muchas familias s¨®lo acceden a la donaci¨®n tras escuchar las razones de los especialistas
Una de las causas m¨¢s comunes del rechazo a autorizar una donaci¨®n es el temor a que el cuerpo del fallecido quede desfigurado. Los m¨¦dicos dedican grandes esfuerzos a explicar a los parientes de la v¨ªctima que la donaci¨®n no supone una injerencia m¨¢s agresiva que una intervenci¨®n quir¨²rgica cualquiera. Una segunda raz¨®n frecuente de rechazo es la infundada creencia de que la extracci¨®n va a impedir o dificultar las honras f¨²nebres del familiar fallecido.Otro g¨¦nero de reparos tiene m¨¢s que ver con la desconfianza que con la aprensi¨®n: miedo a que los m¨¦dicos declaren la defunci¨®n de forma interesada y prematura, temor a que los ¨®rganos sean extra¨ªdos en vida, o a que sean vendidos a pacientes privilegiados. Ciertas familias se oponen a los trasplantes como consecuencia de un generalizado e instintivo recelo hacia la clase m¨¦dica.
Algunas personas religiosas o supersticiosas aportan una tercera categor¨ªa de motivos para la denegaci¨®n: la creencia de que la extracci¨®n de los ¨®rganos va a entorpecer la resurrecci¨®n, la reencarnaci¨®n o la transmigraci¨®n de las almas de los donantes. Los argumentos de esta clase son dif¨ªciles de rebatir por los m¨¦dicos y los coordinadores de trasplantes.
Sin embargo, muchas familias cuya primera reacci¨®n es denegar el permiso por cualquiera de los motivos anteriores cambian de idea tras las explicaciones de los especialistas. ?sta es una de las razones por las que los responsables espa?oles de trasplantes se oponen a la implantaci¨®n del consentimiento presunto y a la consiguiente creaci¨®n de un registro de ciudadanos que se nieguen a donar sus ¨®rganos. Muchas personas, temen los expertos, se inscribir¨ªan en el registro negativo al no haber recibido las explicaciones que provocan cambios de opini¨®n en la familia.
La oposici¨®n al consentimiento presunto es casi un¨¢nime entre los especialistas, si bien sus razones son opuestas a las que adujeron los sectores m¨¢s conservadores en 1979, cuando se redact¨® la ley que pretend¨ªa imponer ese sistema. Se oyeron entonces perlas de pulido jaez, como que la ley supon¨ªa la "socializaci¨®n de los cad¨¢veres", o que los diputados que la apoyaban estaban firmando "la autorizaci¨®n de su propio descuartizamiento", entre otros excesos que en poco contribuyeron a popularizar las donaciones, consentidas o no. La marcha atr¨¢s que imprimi¨® a la ley el reglamento de 1980 pudo deber bastante a esas foscas met¨¢foras.
Pedir autorizaci¨®n a la familia de una v¨ªctima, en las horas inmediatas al cese de su actividad cerebral, es una tarea delicada que requiere experiencia, preparaci¨®n t¨¦cnica y sensibilidad. Rafael Matesanz, lo defini¨® escuetamente: "Consiste en hacer la peor pregunta en el peor momento".
El tacto y la pericia del profesional que se dirige a los familiares, generalmente el coordinador de trasplantes de un hospital, o el m¨¦dico que ha atendido a la v¨ªctima, ejercen una influencia crucial sobre la decisi¨®n de los parientes, sobre todo si ¨¦stos no hab¨ªan reflexionado sobre la cuesti¨®n.
En el otro lado, las personas predispuestas a donar suelen justificar su actitud por altruismo, solidaridad, orgullo y convicciones morales o religiosas. En muchas ocasiones, el aprovechamiento de los ¨®rganos dibuja el ¨²nico trazo de luz en una situaci¨®n tan sombr¨ªa y dram¨¢tica para la familia. Diga lo que diga la legislaci¨®n, pocos hospitales estar¨ªan dispuestos a seguir adelante con un trasplante si los allegados se han opuesto.
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