La izquierda y la utop¨ªa
A juzgar por la frecuencia con que aparece en p¨²blico, el recurrente debate sobre la identidad de la izquierda, sobre las pol¨ªticas y soluciones que deber¨ªan caracterizarla, parece sugerir que, en contraposici¨®n, las alternativas conservadoras ya habr¨ªan encontrado la suya. Que mientras en un lado se viven los cambios actuales desde la perplejidad y el desconcierto, en el otro se sabe exactamente lo que se quiere, se conoce punto por punto y etapa por etapa la estrategia que habr¨¢ de conducirnos a la abundancia, al pleno empleo y -esta vez s¨ª- a la satisfacci¨®n definitiva y al fin de la historia.Frente a esta convicci¨®n por reflejo, frente a esta idea de que, como la izquierda reconoce no saber, los dem¨¢s tienen que saber por fuerza, nada parecen poder ni las contradicciones ni las evidencias m¨¢s palmarias. Por lo que se refiere a aqu¨¦llas, ?no existe acaso cierta incoherencia en sostener que los partidos conservadores conocen las soluciones y los de izquierda no y, simult¨¢neamente, que hoy no existe diferencia entre las pol¨ªticas de unos y de otros? Y por lo que hace a las evidencias, ?alguien puede dar cuenta de la alternativa que prepara la oposici¨®n conservadora para arrebatar a Tony Blair el favor del electorado brit¨¢nico? La progresiva adopci¨®n de los temas de campa?a de la ultraderecha, como la inseguridad ciudadana, la inmigraci¨®n y, en estos d¨ªas, la preferencia nacional, ?han de considerarse como prueba de que, en efecto, los conservadores franceses disponen de una identidad precisa y de que saben realmente lo que hay que hacer?
Desde luego, ser¨ªa falso, y hasta tal vez injusto, no reconocer que existen razones coyunturales en las dificultades que encuentran los partidos que pasan a la oposici¨®n a la hora de definir pol¨ªticas para recuperar el poder. Dificultades relacionadas muchas veces con la consolidaci¨®n de los nuevos liderazgos, la recomposici¨®n de las relaciones con grupos sociales afines que vieron, no obstante, defraudadas sus expectativas o la reversi¨®n de estados de opini¨®n que son fomentados y mantenidos m¨¢s all¨¢ de lo que, en ocasiones, permitir¨ªa la realidad o incluso la buena fe. Pero ser¨ªa igualmente falso negar que, junto a las coyunturales, existen tambi¨¦n razones de fondo, aut¨¦nticas corrientes subterr¨¢neas cuyo eco va ganando poco a poco la superficie y que quiz¨¢ convendr¨ªa no ignorar o desatender durante mucho m¨¢s tiempo.
En este sentido, los resultados de buena parte de los procesos electorales que han tenido lugar en Europa durante los ¨²ltimos a?os parecen apuntar a la consolidaci¨®n de una inercia perversa. El fen¨®meno comienza cuando algunos partidos que desde la oposici¨®n critican con ferocidad las pol¨ªticas de los Gobiernos no dudan en continuarlas tan pronto las urnas dan la vuelta a las respectivas posiciones. En estas circunstancias, quienes salen del Gobierno se quedan literalmente sin margen para la tarea de oposici¨®n. O peor a¨²n, el margen del que disponen es el que media entre el silencio y el descr¨¦dito de la pol¨ªtica. Es decir, o aceptan por responsabilidad las pol¨ªticas anteriores que el nuevo Gobierno contin¨²a y, por tanto, han de callarse o retroalimentan la inercia -la perversi¨®n de la democracia- diciendo ahora digo en donde antes no s¨®lo dijeron, sino que tambi¨¦n hicieron, Diego. Mientras que el final de este c¨ªrculo vicioso no puede siquiera intuirse, las consecuencias son palpables e inmediatas: crispaci¨®n, sectarismo, aspavientos medi¨¢ticos.
Junto a esta inercia, junto a este carrusel en el que lo que importa no es lo que se dice, sino desde d¨®nde se dice, es posible intuir otra raz¨®n de fondo, otra corriente subterr¨¢nea que tal vez explicar¨ªa muchas de las acciones y omisiones de los partidos, tanto de la derecha como de la izquierda. Hoy la utop¨ªa ha cambiado de signo, hoy no forma parte del arsenal ideol¨®gico de quienes defienden la igualdad, sino de quienes defienden la eficacia. En este sentido, la vigente representaci¨®n del futuro no perfila como hasta ahora un mundo en el que, pese a la escasez de los recursos, el poder habr¨¢ garantizado las mismas oportunidades para todos. Por el contrario, lo que la nueva utop¨ªa sostiene es que, gracias a la tecnolog¨ªa y los mercados, la gesti¨®n ser¨¢ tan eficaz que la abundancia har¨¢ de la igualdad un valor de segundo orden.
Si el conservadurismo se encuentra tan confortable en el discurso de la globalizaci¨®n y, en el fondo, la izquierda tan insegura a la hora de enfrentar el pensamiento ¨²nico, ello se debe a que ni uno ni otra han puesto de manifiesto el car¨¢cter ut¨®pico de la actual descripci¨®n del mundo que viene. Por lo que se refiere al primero, ?qu¨¦ otra posici¨®n cabr¨ªa esperar? ?Entrar¨ªa dentro de la l¨®gica que quien defiende el advenimiento de una sociedad donde se asignaran ¨®ptimamente los recursos diga, al mismo tiempo, que se trata de un sue?o tal vez irrealizable? La izquierda, por su parte, no ha conseguido desembarazarse del prejuicio de que la utop¨ªa es consustancial a sus planteamientos, de que ella, y s¨®lo ella, detenta el monopolio de configurar el porvenir. Sin embargo, ni fue as¨ª en el pasado -antes que izquierdista, la utop¨ªa fue plat¨®nica, cristiana, ilustrada o incluso colonial- ni lo es ya, se quiera o no, en el presente. Es probable que la tensi¨®n cruzada entre aquel silencio y este prejuicio haya impedido identificar el principal cuerpo de doctrina de nuestro tiempo como lo que es en realidad, como una nueva formulaci¨®n ut¨®pica.
As¨ª, el valor del pensamiento ¨²nico no reside tanto en las respuestas econ¨®micas que ofrece aqu¨ª y ahora cuanto en el hecho de que las ofrece en la perspectiva de una globalizaci¨®n limitada, del seguro advenimiento de una sociedad de la abundancia. Sin embargo, la globalizaci¨®n, esa globalizaci¨®n, es un pron¨®stico. Un pron¨®stico hecho como todos: desde datos parciales, enfatizando los que convienen y soslayando los que no encajan, forzando el significado de las proposiciones. En este sentido, se consagra mucha atenci¨®n y mucho espacio a las econom¨ªas emergentes, pero no a las que no emergen. Se proclama con indisimulada satisfacci¨®n que los intercambios diarios en el mercado de divisas equivalen al 80% de las reservas mundiales, pero no que s¨®lo el 5% de esas transacciones corresponden a bienes y servicios. Se ensalzan, en fin, los efectos positivos de la liberalizaci¨®n de los mercados de capitales, bienes y trabajo, pero no se se?ala que mientras la liberalizaci¨®n de los dos primeros se refiere al ¨¢mbito internacional, la del mercado laboral afecta exclusivamente al dom¨¦stico, esto es, a las condiciones de empleo y de despido dentro de un pa¨ªs, y no a la libre circulaci¨®n a trav¨¦s de las fronteras.
Si la izquierda se pregunta hoy sobre su identidad, sobre
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sus rasgos distintivos, ello podr¨ªa obedecer en gran medida a que ha tomado por destino inexorable lo que no es, probablemente, m¨¢s que la nueva utop¨ªa de nuestro tiempo y que ya no le pertenece. El estrecho margen de que cree disponer para formular sus pol¨ªticas y soluciones depender¨ªa menos de la realidad, de los procesos econ¨®micos realmente en curso, que del pron¨®stico que los toma como base. Desde esta perspectiva, ?de cu¨¢ntas opciones habr¨ªa dispuesto un te¨®rico liberal que, a la vista de la revoluci¨®n rusa y de la efervescencia de los partidos comunistas europeos, hubiera concluido que, en efecto, el proletariado tomar¨ªa el poder mundial y se llegar¨ªa a la sociedad sin clases? ?De cu¨¢ntas opciones dispondr¨¢, pues, una izquierda que, a la vista de la deslocalizaci¨®n, el crecimiento espectacular de los mercados financieros o el progresivo debilitamiento del Estado, d¨¦ por cierta la utop¨ªa de la eficacia?
Contra lo que suele ser moneda corriente en el pensamiento de buena parte de la izquierda, la utop¨ªa no ha sido s¨®lo un sue?o cordial y generoso, sino tambi¨¦n, y sobre todo, la quimera, la dimisi¨®n de la raz¨®n que propici¨® algunas de las mayores calamidades que ha padecido este siglo. Su capacidad para justificar el sufrimiento presente en virtud de la felicidad futura, para reducir aberraciones y atrocidades a meros incidents de parcours, que en nada cuestionan los objetivos ¨²ltimos y radiantes, ha hecho de ella la herramienta id¨®nea para la intolerancia y el autoritarismo. Es en esta constataci¨®n, en esta autocr¨ªtica, donde la izquierda podr¨ªa encontrar los argumentos para recuperar la iniciativa. Frente a los ap¨®stoles y visionarios de la nueva utop¨ªa, deber¨ªa recordar cu¨¢l ha sido su propia experiencia, evocar la lecci¨®n del pasado m¨¢s reciente. Algo tan sencillo como que el reparto de las privaciones y esfuerzos que exige cualquier cambio no s¨®lo debe ser equitativo entre quienes viven hoy, sino tambi¨¦n entre ¨¦stos y quienes, en teor¨ªa, se beneficiar¨¢n despu¨¦s de sus efectos. Como bien demostr¨® el hundimiento de los reg¨ªmenes del Este, sacrificar a unos en aras de los otros equivale, en realidad, a condenarlos a todos. ?se es el riesgo de mirar ¨²nicamente en direcci¨®n al porvenir globalizado, de no albergar duda ninguna sobre su inminencia y de pasar por encima de sus costes y de quienes no tienen m¨¢s opci¨®n que sufragarlos.
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