Homofobia
Este a?o, la celebraci¨®n del "D¨ªa Internacional para la liberaci¨®n gay, lesbiana y transexual" (antes d¨ªa del orgullo gay), el 28 de junio, ten¨ªa como lema "los derechos de gays y lesbianas tambi¨¦n son derechos humanos". Me parece que, lejos de ser una tautolog¨ªa -tampoco lo es afirmar que los derechos de la mujer o de los ni?os son tambi¨¦n derechos humanos-, ese mensaje constituye una contribuci¨®n importante en el a?o del 50 aniversario de la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos de la ONU. Hoy, el reconocimiento formal de los Derechos Humanos es un t¨®pico, una obviedad. Se cuentan con los dedos de las manos los reg¨ªmenes que se permiten la atrocidad de no proclamar como principio b¨¢sico el respeto y la defensa de los derechos de todos los seres humanos. Hoy, a duras penas encontraremos a alguien que se atreva a declararse infiel a lo que se ha transformado en la religi¨®n contempor¨¢nea -lo que hace pensar que a lo mejor lo que hace falta es que aparezcan herejes-. Y sin embargo, los derechos humanos parecen haber perdido una buena parte de su capacidad emancipatoria. El ¨¦xito de la institucionalizaci¨®n de los derechos parece haberlos convertido en una herramienta roma, en un mensaje ret¨®rico que, por evidente e integrado, ya no nos remueve. No es as¨ª. Lo demuestra con toda claridad el dram¨¢tico contraste entre las proclamaciones y la pr¨¢ctica, que es el viejo pero importante argumento escogido como lema de la campa?a de Amnist¨ªa Internacional al hablar de 1998 como "el a?o de las promesas incumplidas". Una ojeada a la estad¨ªstica demuestra contundentemente que, para la mayor parte de la poblaci¨®n mundial, no tiene sentido hablar de derechos universales, sino en todo caso de aspiraciones frustradas. Pero el argumento que me parece m¨¢s importante para reclamar a¨²n la fuerza emancipadora del discurso de los derechos humanos es esa obviedad, pese a que asusta nuestra capacidad para haberla asimilado sin inquietud. Si los derechos humanos son todav¨ªa un mensaje emancipatorio, como en el lema de este 28 de junio, es porque a¨²n quedan seres humanos que, como individuos y sobre todo en cuanto pertenecen a determinados grupos, no son reconocidos como sujetos de derechos. Lo que quiero recordar es algo tan sencillo como lo siguiente: el sujeto de los derechos proclamados en la Declaraci¨®n no son todos los seres humanos con independencia del sexo, raza, religi¨®n, clase sino s¨®lo aquellos individuos que responden a la imagen de ser humano que ese texto hist¨®rico hereda de una tradici¨®n cultural de varios siglos. Y esa imagen tiene sexo, raza, religi¨®n y clase. Precisamente por eso, y alegando al principio las exigencias de la naturaleza y en su defecto las de la tradici¨®n cultural (en algunos pocos casos de cinismo abierto, de la ideolog¨ªa), se neg¨® y se niega de facto la condici¨®n de seres humanos "plenos" a quienes no responden al modelo "normal" de ser humano, y por ende se les niega al menos el reconocimiento de algunos derechos. En buena medida, la historia de los derechos humanos ha sido la historia de la lucha por alcanzar ese reconocimiento, por extender la noci¨®n de seres humanos m¨¢s all¨¢ del clich¨¦ inicial. Los elementos de ese modelo de ser humano "normal" son claros: el g¨¦nero, que exclu¨ªa a la mayor parte de la poblaci¨®n que no fuera var¨®n -a¨²n m¨¢s, mayor de edad y plenamente capaz-, es decir, negaba la condici¨®n de seres humanos a las mujeres, los ni?os, los discapacitados. La raza dominante, que ha exclu¨ªdo sobre todo a quienes no fueran blancos, aunque en otros contextos, como China, Jap¨®n o la India, han sido otras las etnias hegem¨®nicas. La religi¨®n, es decir, una interpretaci¨®n dogm¨¢tica del cristianismo que durante la mayor parte de esta historia ha excluido a los no cristianos, incluso a los que no fueran cristianos de verdad, si bien hoy parece que haya tomado el relevo otro fundamentalismo, otra interpretaci¨®n dogm¨¢tica, en este caso del islam que excluye a los infieles, pero tambi¨¦n a los "malos musulmanes". La clase tambi¨¦n actu¨®: s¨®lo quienes ten¨ªan medios propios -los propietarios, para decirlo pronto y mal- pod¨ªan ser sujetos de derecho y eso exclu¨ªa a la mayor parte de los seres humanos, los trabajadores, porque en ellos primaba la necesidad de subsistir, y ya se sabe, primum vivere... As¨ª, durante mucho tiempo la apelaci¨®n a la naturaleza sirvi¨® para que se considerase que las mujeres, los esclavos, los pieles rojas, los negros, los infieles o los trabajadores no eran seres humanos de verdad. Cuando la ciencia y la experiencia han demostrado que las pretendidas condiciones "naturales" eran s¨®lo prejuicios, que no exist¨ªa una "norma de naturaleza", una normalidad nacida de ella, se ha recurrido -a¨²n se recurre- al argumento de la identidad cultural, la tradici¨®n propia que justificar¨ªa restricciones como la preferencia del var¨®n sobre la mujer a la hora de heredar o de desfilar en fiestas patronales, con el pretexto de que son contrarias a "nuestra normalidad". As¨ª es como se llega a sostener tambi¨¦n que mantener opciones sexuales distintas de la considerada habitual invalida para disfrutar de los mismos derechos que quienes son "normales". La paradoja de ese discurso reduccionista pero autoproclamado universal es que habla del ser humano com¨²n, normal, despojado de particularidades, pero s¨®lo defiende a unos pocos seres humanos. La raz¨®n de esa paradoja, como supieron ver Montaigne y otros humanistas antes que los ilustrados, es el complejo euroc¨¦ntrico y la pasi¨®n uniformadora, la voluntad de Procusto que nos hace concebirnos a nosotros mismos como modelo universal y excluyente, pues, como escrib¨ªa Bastenier, "pensar por los dem¨¢s sin querer pensar como ellos es el signo de la construcci¨®n deliberada del otro". La raz¨®n es el miedo a la diversidad, a la incertidumbre que provoca la diferencia, el miedo a la evidencia de que no hay verdades intocables, ¨®rdenes sociales preestablecidos, sino que esos valores e instituciones son el producto de convenciones (m¨¢s o menos razonables), resultado del ejercicio de la libertad. Hoy, est¨¢ claro el car¨¢cter convencional de las formas hist¨®ricas que adoptan instituciones como el matrimonio o la familia, sin desconocer que estas instituciones son decisivas desde el punto de vista social, econ¨®mico y por tanto jur¨ªdico. Est¨¢ asimismo claro el car¨¢cter polim¨®rfico de la sexualidad y la falta de correspondencia natural o cient¨ªfica entre opci¨®n sexual personal y funciones sociales asignadas. Est¨¢ claro -deber¨ªa estarlo- que la orientaci¨®n sexual personal y la diversidad resultante de ella forma parte del derecho b¨¢sico a la libre determinaci¨®n personal y, por tanto, que constituye un dato a garantizar por el Derecho, al mismo tiempo que un elemento que debe ser irrelevante desde el punto de vista del reconocimiento como sujetos de derechos, del derecho a tener derechos. Sin embargo, eso que est¨¢ tan claro, no es de hecho reconocido por lo que se refiere, por ejemplo, a los individuos que reivindican una orientaci¨®n sexual diferente de la hegem¨®nica, de la propia del discurso heterosexista (a no confudir con los heterosexuales). A quienes, en coherencia con esa opci¨®n, demandan por ejemplo el reconocimiento de derechos para su pareja en condiciones de igualdad con los que tienen otra pareja heterosexual, se les opone todav¨ªa hoy argumentos como las "diferentes exigencias de la naturaleza", cuando no lisa y llanamente una determinada concepci¨®n moral, como por ejemplo la que exhiben el Front National al criticar el "laxismo moral" de la SNCF francesa por reconocer a los funcionarios homosexuales los mismos derechos que los heterosexuales lo que sostienen los alcaldes franceses que se niegan a reconocer el descafeinado "contrato de uni¨®n social". ?Qu¨¦ argumentos serios podemos aducir para establecer esas diferencias en el derecho a heredar o a beneficiarse de la cobertura de la seguridad social, por el hecho de ejercer otra opci¨®n sexual? Mientras sigamos empe?ados en no reconocer a quien es diferente (pero, ?qui¨¦n no lo es?) la igualdad de derechos, mientras le ofrezcamos (y ofendamos) s¨®lo tolerancia, habr¨¢ que seguir con el lema de este 28 de junio si es que queremos tomarnos en serio que los derechos humanos son universales. La universalidad de los derechos exige vencer el miedo a la libertad. Por eso desarraigar la homofobia, que es luchar contra el miedo a la libertad, supone tambi¨¦n luchar por los derechos humanos de todos nosotros. Y es por esa raz¨®n por la que los derechos de gays y lesbianas, como los de las mujeres y los ni?os, son derechos de todos los seres humanos.
Javier de Lucas es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universitat de Val¨¨ncia.
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