'Hot line' (1) Gatillo ligero
El detective George Washington Caucam¨¢n dio el grito de ?quietos, al que me mueva le vuelo las verijas! y los jinetes se detuvieron en seco. En un movimiento coordinado por los a?os de pr¨¢ctica combatiendo el cuatrerismo en los pasos cordilleranos de la Patagonia, dos polic¨ªas salieron de entre los matorrales y enca?onaron a los sorprendidos cuatreros. Caucam¨¢n se iba a unir a sus compa?eros, pero el gesto del cabecilla del grupo lo inquiet¨®; llevaba una mano bajo el poncho mientras ped¨ªa que lo dejaran identificarse. Vio brillar el culat¨ªn de la USI y alert¨® ?cuidado, tiene una metralleta!, pero el jinete, con un solo movimiento se hab¨ªa echado el poncho sobre la espalda y parado sobre los estribos descorr¨ªa el seguro del arma. Caucam¨¢n salt¨® hasta quedar a un costado del jinete, alz¨® la Remington recortada y dispar¨®. E1 hombre sali¨® despedido como si le hubiesen asestado la m¨¢s brutal coz en las nalgas.-George Washington Caucam¨¢n -dijo el comisario.
-Usted dir¨¢, jefe -se limit¨® a responder el aludido sin ocupar la silla que le hab¨ªan indicado, y no por recato, sino porque ten¨ªa las botas y los pantalones embadurnados de bo?igas. Qu¨¦ diablos. La vida de un polic¨ªa que combate el cuatrerismo no es precisamente un sendero de rosas.
-Te has metido en un pozo de mierda, muchacho.
-Llevo 15 a?os con la mierda hasta el cuello, jefe. Usted sabe que aqu¨ª los casos no se resuelven desde el escritorio. Yo huelo las bo?igas de una vaca y s¨¦ c¨®mo se llamaba la abuela del ganadero.
El comisario cruz¨® las manos sobre el expediente y asinti¨® con la cabeza. Ten¨ªa por delante a uno de esos polic¨ªas que llegan hasta el final de cada caso sin importarles si terminan con una medalla al m¨¦rito colgada del pecho, o ellos colgando de un solitario roble de los Andes.
Volvi¨® a abrir el expediente, y antes de leer por cent¨¦sima vez las paparruchadas legales all¨ª consignadas mir¨® detenidamente al detective. Med¨ªa poco m¨¢s de un metro setenta, su cuerpo ten¨ªa la contextura de un tronco centenario partido por un rayo, definir como cuello al espacio que le separaba la cabeza del resto del cuerpo resultaba una in¨²til met¨¢fora, sus ojos brillaban como dos negras ascuas, y la cabellera negra, hirsuta, rebelde, indomable, delataba al que lleva pura sangre mapuche en las venas.
-George Washington Caucam¨¢n. Fui tu instructor en la escuela de detectives y siempre te habl¨¦ claro. Te dije que ser mapuche en este pa¨ªs de mierda era casi tan malo como ser negro en Alabama. Te dije que nunca, jam¨¢s te ofrecer¨ªan una plaza de servicio digna en la ciudad y por eso te eleg¨ª para el servicio rural. Y tambi¨¦n te repet¨ª hasta el cansancio que no te metieras en l¨ªo con los milicos.
-Con todo respeto, jefe. Yo s¨®lo me limit¨¦ a cumplir con mi deber. El comisario reconoci¨® que una vez m¨¢s el enmierdado polic¨ªa ten¨ªa raz¨®n. Los buenos polic¨ªas tienen algo de suicidas y eso los impulsa a llegar con el cumplimiento del deber hasta las ¨²ltimas consecuencias -medit¨®- y enseguida ley¨® del expediente: -"...y como resultado de la desafortunada intervenci¨®n policial. El ciudadano Manuel Canteras recibi¨® una perdigonada doble, del calibre 14, en los gl¨²teos, lo que conllev¨® a una posterior amputaci¨®n de la nalga derecha en un cien por ciento, y de la nalga izquierda en un setenta por ciento". George Washington Caucam¨¢n, ?dejaste sin culo al hijo del general Canteras!
Lo siento, jefe. S¨¦ que el general es un pez gordo, pero el expediente olvida mencionar que el jovencito comandaba un grupo de facinerosos que arreaban un reba?o de cuarenta vacas Holstein con rumbo a la Argentina. Vacas robadas a la estancia E1 Rosario. Y tampoco menciona que intent¨® ametrallarnos con una USI.
El comisario encendi¨® un cigarrillo, arrug¨® la nariz y sigui¨® leyendo:
-"Manuel Canteras hijo se encontraba realizando una excursi¨®n en compa?¨ªa de un grupo de amigos, todos ex miembros de las Fuerzas Armadas, amantes de la naturaleza y las bellezas regionales, los que, tras toparse sorpresivamente con un reba?o de reses extraviadas, cumpliendo con un elemental sentido del deber decidieron conducirlas de regreso hasta sus pastizales de origen en las cercan¨ªas de Palena. En eso estaban, arreando el reba?o, cuando fueron atacados sorpresivamente por un contingente de la polic¨ªa civil..." ?sigo?
-Pura paja, jefe. ?Qu¨¦ piensa hacer conmigo?
-Lo sensato ser¨ªa obedecer los deseos del general Canteras, expulsarte del servicio para que sus hombres luego se encarguen de ti, pero yo me juego por mis hombres que el culo del hijo de un milico nunca valdr¨¢ lo mismo que la vida de un polic¨ªa.
- Hable claro, jefe.
-He conseguido que el psic¨®logo del cuerpo te declare sometido a una fuerte fatiga, consecuencia del duro servicio, lo que te ha llevado a actuar de forma temeraria.
-No entiendo ni una palabra, jefe.
-?Que est¨¢s medio chalado, huev¨®n! Y que eso te ha convertido en un polic¨ªa de gatillo ligero. ?No digas ni una palabra! Tengo que sacarte de aqu¨ª y mandarte a un nuevo destino, en la capital. Este condenado pa¨ªs tiene casi cinco mil kil¨®metros de fronteras, por todas partes contrabandean vacas, cigarrillos, drogas, y yo tengo que prescindir de un buen polic¨ªa porque le vol¨® el culo al hijo de un general. A los polis de gatillo ligero los meten en una oficina, pero lo hago por tu bien. Es la ¨²nica manera de protegerte.
La capital. A George Washington Caucam¨¢n estas palabras le sonaron como bofetadas. ?Qu¨¦ diablos podr¨ªa hacer en la capital? Ten¨ªa m¨¢s de quince a?os combatiendo cuatreros y contrabandistas y su elemento natural eran los cerros. Pod¨ªa dormir pl¨¢cidamente sobre un caballo, en un agujero cavado a la nieve, o abrazado a la rama de un roble para protegerse de los pumas. Santiago. La capital. Sonaba terrible todo aquello.
-?La capital? Jefe, no puede hacerme esto.
-Lo siento, muchacho. No hay otra soluci¨®n, y af¨ªrmate los pantalones porque a¨²n no te he dicho lo peor: Por culpa del retorno de la democracia la direcci¨®n est¨¢ empe?ada en arreglar la imagen del cuerpo y ninguna comisar¨ªa quiere tipos con antecedentes de gatillo ligero, as¨ª que, tras mucho esfuerzo, te consegu¨ª una plaza en la comisar¨ªa de investigaci¨®n de delitos sexuales. ?Alguna pregunta?
-S¨ª, jefe. ?Qu¨¦ tiempo hace en la capital?
-Fr¨ªo, muchacho. Agosto es siempre muy fr¨ªo.
George Washington Caucam¨¢n necesit¨® varias botellas de aguardiente para reponerse de tan brutal sorpresa, y borracho como una cuba termin¨® abrazado a su caballo, llorando el llanto sin estridencias de los antiguos caciques, mordi¨¦ndose los labios hasta hacerlos sangrar, como los toquis, los capitanes mapuches, al entregar los pectorales del mando luego de las derrotas, y as¨ª, en un lento pero decidido ritual de despedida, se fue despojando de las botas camperas, de las espuelas de plata, de la montura de suela, de los estribos tallados en madera de palto, de la fusta de tripas de guanaco, del poncho de castilla que lo hab¨ªa protegido de los peores temporales, y de la escopeta Remington de dos ca?ones recortados, su "choco" salvavidas que sin embargo de haberlo resguardado de los m¨¢s terribles malandras, no lo hab¨ªa salvado de las iras de un general con un hijo desculado.
Despert¨® de la borrachera con la ¨²lcera g¨¢strica de todos los detectives a punto de enloquecerlo, y s¨®lo con la ayuda de tres papelillos de bicarbonato consigui¨® ponerse nuevamente de pie frente a la vida.
Una semana m¨¢s tarde, el detective George Washington Caucam¨¢n, vestido como para un casamiento y sin rastros de bo?igas en su indumentaria, trepaba la escalerilla del avi¨®n que lo conducir¨ªa a Santiago.
-Bueno, all¨¢ vamos -se dijo ya en el aire, y cerr¨® los ojos para no ver el paisaje de prados, lagos, cerros, vacas y m¨¢s vacas, pensando qu¨¦ ciertos eran esos versos que dec¨ªan que las penas son de nosotros y las vaquitas ajenas.
Ma?ana, segundo cap¨ªtulo
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.