El grito de la raz¨®n
La m¨¢s enigm¨¢tica de las obras de Goya en la Quinta del Sordo es la del perro que asoma su cabeza envuelto en tonalidades oscuras, para aullar quiz¨¢ ante algo que el espectador desconoce, aun cuando pueda intuir que se trata del mundo de horror y fantasmagor¨ªa reflejado en las restantes pinturas negras que decoraban la residencia. Para Antonio Saura, El perro de Goya era "el cuadro m¨¢s bello del mundo". A su juicio, la imagen del perro espectral se convierte en una met¨¢fora de "nuestro retrato de soledad", y quiz¨¢ tambi¨¦n de la de Goya, ante la sinraz¨®n, m¨¢s que el terror, que le rodeaba y nos rodea.Una sinraz¨®n que puede tener una dimensi¨®n universal, pero que es denunciada desde una circunstancia social e hist¨®rica bien concreta. Tanto en Goya como en Saura, quien seguramente se opondr¨ªa a esta interpretaci¨®n, desde el ag¨®nico reinado de FernandoVII o desde la noche del franquismo, los referentes son inequ¨ªvocos y la funci¨®n de la pintura incluye la elaboraci¨®n de un lenguaje espec¨ªfico para alcanzar un m¨¢ximo de expresividad y dar cuenta de lo que esas situaciones representaron (o de la visi¨®n que el pintor adopta por efecto de las mismas). Con la literatura barroca m¨¢s de una vez como tel¨®n de fondo, lo cual obliga al espectador a aguzar el ingenio y descifrar el significado, como quien aborda la lectura de un emblema, donde el mensaje ic¨®nico requiere el complemento literario. Aqu¨¦l puede incluso marcar ese camino: en uno de los grabados de Saura, donde recrea El perro de Goya, no hay un manto de oscuridades, sino un negro intenso desde el cual emerge la cabeza del can, adentr¨¢ndose en el fondo blanco con trazos que evocan un grafismo. S¨®lo a partir de una explicaci¨®n exterior al cuadro sabremos qu¨¦ es lo que provoca el espl¨¦ndido Grito n¨²mero 7 del Reina Sof¨ªa. Adem¨¢s, es conocida la preocupaci¨®n del pintor oscense por dar cuenta de las motivaciones y el sentido de la propia obra.
La imaginaci¨®n se encuentra en ambos casos al servicio de la raz¨®n, incluso en los momentos en que el bosque de figuras de pesadilla o un informalismo cr¨ªptico crean la impresi¨®n de que ese enlace no existe. En el caso de Goya, los Caprichos constituyen el contrapunto del reformismo sin esperanza de nuestros escritores ilustrados, como el Jovellanos de la S¨¢tira a Arnesto, Le¨®n de Arroyal o Ca?uelo, el editor de El Censor. Impotente para conseguir sus prop¨®sitos, la raz¨®n tiene que conformarse con reconstruir la pesadilla que la atenaza, una pesadilla surgida de la realidad espa?ola, desde el predominio de unos poderes sociales que preservan la ignorancia y la superstici¨®n, con la degradaci¨®n moral como ¨²ltimo resultado. En una lucha tit¨¢nica por liberarse de ese cerco, al modo de los esclavos de Miguel ?ngel que intentan cobrar forma a partir de la piedra, la raz¨®n construye la regi¨®n de la luz, pero marcada por las m¨²ltiples formas de opresi¨®n que la constri?en. La suya es una luz de tinieblas. Para no ser vencida habr¨¢ de mantenerse siempre despierta, evitando el regreso de los agentes de la oscuridad: es lo que representa el famoso grabado de El sue?o de la raz¨®n produce monstruos. De acuerdo con la interpretaci¨®n proporcionada por R.Alcal¨¢, no es que el ilustrado sue?e con los monstruos, sino que ¨¦stos se encuentran al acecho para caer sobre ¨¦l y apoderarse de su instrumento de expresi¨®n, la pluma.
Cuando despunte la revoluci¨®n liberal, Goya creer¨¢ llegado el triunfo de esa luz, e incluso conf¨ªa en su regreso a la vida tras la primera restauraci¨®n del absolutismo por FernandoVII. No obstante, el proceso ofrece escasas bazas al optimismo. As¨ª, Goya era un afrancesado, pero el ¨²nico elemento racional que ofrecen los soldados de Napole¨®n en Los fusilamientos del 3 de mayo es su orden compacto para desencadenar la muerte. Una racionalidad instrumental al servicio de la destrucci¨®n, que anuncia Auschwitz, el Gulag y la guerra de Vietnam. A la raz¨®n, mediante la gran linterna, cuyo protagonismo supo ver J.Starobinski, s¨®lo le queda el recurso de iluminar la escena, inaugurando la pedagog¨ªa del horror que tantas veces ser¨¢ imprescindible en el mundo contempor¨¢neo. En las pinturas de la Quinta del Sordo, ni siquiera eso sirve. La pesadilla reina sin luz alguna que la disipe. Seg¨²n las notas del manuscrito de la Biblioteca Nacional, en la advertencia que preside El sue?o de la raz¨®n... hay ya un fondo de desesperaci¨®n: "Cuando los hombres no oyen el grito de la raz¨®n, todo se vuelve visiones". En la Espa?a fernandina, las visiones imperan de nuevo y a su aquelarre se unen la destrucci¨®n y la muerte que se han instalado en el paisaje espa?ol desde 1808. El grito humano es sustituido por el aullido del perro.
El tr¨¢nsito no es el fruto de una evoluci¨®n personal, sino el resultado de unas vivencias ligadas a la percepci¨®n muy clara de la historia. La interpretaci¨®n de Saura sobre el perro que asoma resulta veros¨ªmil: "No es otra cosa que el propio Goya contemplando algo que est¨¢ sucediendo" (cursiva de A.S.). Algo que est¨¢ sucediendo o todo lo que ha sucedido.
Fue, pues, una determinada trayectoria hist¨®rica la que provoc¨® el grito de la raz¨®n, primero, y el posible aullido f¨²nebre m¨¢s tarde. Recordarlo no es in¨²til, dado que la secuencia se repetir¨¢ con todo su contenido tr¨¢gico en la Espa?a de los a?os treinta, abocando a lo que Saura calific¨® de "una sociedad mortecina en estado de hibernaci¨®n" frente a la cual plantea la iniciativa del grupo El Paso. Y supuesto que no existen constantes nacionales en la historia, por lo que carece de sentido proponer la vigencia de una Espa?a negra, al estilo de Solana, la explicaci¨®n habr¨¢ de encontrarse en la presencia de una serie de factores demasiado reales, como lo fueron los referentes de las criaturas de Goya, sobre nuestra historia contempor¨¢nea. El propio Goya nos entrega la clave para la transici¨®n del Antiguo R¨¦gimen a la revoluci¨®n liberal, y a¨²n m¨¢s all¨¢: las formas de dominio, material e ideol¨®gico, de la Iglesia y el clero regular no s¨®lo garantizaban el atraso del pa¨ªs, sino tambi¨¦n el ejercicio de la violencia cuando sus privilegios fueran amenazados. Una violencia que cobr¨® carta de naturaleza, guerras mediante, en la Espa?a del sigloXIX, y que constituy¨® el n¨²cleo de una actuaci¨®n represiva del Estado, con momentos de excepcional brutalidad, desde la Restauraci¨®n al franquismo. Sin que la democracia haya superado todav¨ªa, aunque est¨¢ en trance de hacerlo, esta asignatura pendiente. La Espa?a de los procesos de la Mano Negra y de Montju?c, del crimen de Cuenca y del fusilamiento de Ferrer, la de las muertes y torturas del franquismo, se encuentra a¨²n unida por un hilo negro con la del secuestro de Marey o del caso Lasa-Zabala, contrapunto reciente desde el Estado del otro horror, el de ETA. Intentar encubrirlo, como hacen ahora tantos dirigentes pol¨ªticos, es apostar por lo peor de nuestro pasado. El grito de la raz¨®n contra ese "algo que est¨¢ sucediendo" vuelve a ser necesario.
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