Media docena de orejas
Cay¨® media docena de orejas. Que no cayese la docena entera es un misterio que los eruditos en la materia intentan resolver. La flamante plaza de Illumbe se ha revelado de un orejista subido. Pocas plazas ser¨¢n tan orejistas. Dec¨ªa un aficionado: "Puerto Ban¨²s, al lado de Illumbe, es O terror dos Mares".A veces las plazas y sus p¨²blicos no son tan orejistas como cabr¨ªa suponer. Nadie nace orejista. El orejismo lo da la propia realidad de la vida. Uno va tan tranquilo por la vida y de repente algo sucede que lo convierte en un orejista empedernido.
Los expertos en tauromaquia saben por experiencia que muchas veces la responsabilidad es de los presidentes de las corridas. En este pintoresco colectivo hay de todo: desde el que posee conocimientos taur¨®macos, afici¨®n que le mueve a defenderlos y entereza para aplicar los reglamentos -uno en toda Espa?a; acaso dos-, hasta el orejista empedernido, pasando, naturalmente, por el pusil¨¢nime, el tonto contumaz, el golfo que se pone al servicio del taurinismo. Numerosas especies de presidentes se conocen. La tipolog¨ªa es amplia.
Puerto / Litri, Cordob¨¦s, Abell¨¢n; Hermoso
Siete toros -uno para rejoneo- de Puerto de San Lorenzo (1? de lidia ordinaria, sobrero, en sustituci¨®n de un inv¨¢lido), de escaso trap¨ªo; los de m¨¢s presencia, s¨®lo regord¨ªos; inv¨¢lidos, algunos con una penosa invalidez casi absoluta; d¨®ciles. Litri: pinchazo bajo, media perdiendo la muleta, rueda de peones y descabello (silencio); bajonazo infamante (oreja); estocada (oreja). El Cordob¨¦s: estocada trasera y ruedas insistentes de peones (oreja); fue atendido en la enfermer¨ªa de cortes en los dedos de una mano, que le impidieron continuar. Miguel Abell¨¢n: estocada trasera, rueda de peones y dos descabellos (oreja); estocada resultando arrollado (dos orejas). El rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza: dos pinchazos lev¨ªsimos, rejonazo escandaloso en la paletilla, rueda de peones y, pie a tierra, tres descabellos (vuelta por su cuenta. Litri y Abell¨¢n salieron a hombros. Plaza de Illumbe, 12 de agosto. 2? corrida de feria. Tres cuartos de entrada
Frecuentemente las lluvias de orejas no son consecuencia directa del arte de C¨²chares sino del triunfalismo desbocado que se apodera de los p¨²blicos, y del palco presidencial. Algo de esto hubo de suceder en el flamante coso de Illumbe pues el arte de C¨²chares, si brill¨®, ser¨ªa por su ausencia.
Desde luego nada que tuviese que ver con el arte de C¨²chares justificaba esa media docena de orejas. Ni siquiera una. Los tres toreros se pon¨ªan pegapasistas, eso es todo. Unos con mejor compostura que otros. Entre los primeros, Miguel Abell¨¢n, por ejemplo, que instrument¨® ce?idas chicuelinas entre sus aseadas intervenciones capoteras, y en el transcurso de sus dilatadas faenas consigui¨® muletazos de buen corte.
Los principios de ambas poseyeron emoci¨®n. Abell¨¢n citaba desde el centro del redondel, aguantaba la acometida del toro, y sin rectificar los terrenos, marcaba el natural, o cambiaba el viaje por la espalda, y segu¨ªa luego una teor¨ªa de estatuarios.
El resto del muleteo ya resultaba aleatorio. Ora cargaba la suerte, ora la descargaba; ora templaba las embestidas, ora los toros derrotaban en el enga?o y lo lanzaban a lo alto. Una oreja gan¨® en el tercer toro y el mismo premio habr¨ªa obtenido en el quinto de no ser porque el toro le atrap¨® en la suerte suprema, le empiton¨®, y aunque no lleg¨® a herirle se horroriz¨® el p¨²blico -como era l¨®gico-, con lo cual las orejas ya fueron dos.
Mat¨® Abell¨¢n el quinto toro porque El Cordob¨¦s pas¨® a la enfermer¨ªa con unos cortes en los dedos que le impidieron continuar la lidia. La herida se le produjo en el transcurso de su primera faena, bastante alborotona y escasamente templada, que le vali¨® asimismo una oreja.
Tras una decorosa intervenci¨®n rejoneadora de Hermoso de Mendoza, Litri hab¨ªa trapaceado al primero de la tarde pero se desquit¨® en los dos restantes. Los dos restantes, igual que la corrida entera, padec¨ªan perniciosa invalidez, lo que no import¨® a nadie, y menos a Litri, que los moli¨® a derechazos. Dos orejas le dieron. Y se complet¨® la media docena. Cuando la presidencia sufre ataques de orejismo tremens, la plaza entera se convierte en el eso de la Bernarda.
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