'F¨¢bula de un hombre'
Lorenzo Lara era el encargado de limpiar la galer¨ªa de los simios, desde la jaula de Fif¨ª La Chimpanc¨¦ hasta la suite del Homo Sa-piens, pasando por la siempre peligrosa aventura de recoger en una pala las rocas de caca de Cuco el Orangut¨¢n. Hab¨ªa nacido en Ciudad del Carmen, Campeche, pero muy joven hab¨ªa viajado a Santa Fe en busca de fortuna, contratado como maromero en un circo de pulgas, "todo para acabar lim-pi¨¢ndoles el trasero a los monos", le dijo a Jos¨¦ la noche que le cont¨® la historia del interminable naufragio que hab¨ªa sido su vida. Luego de tres d¨¦cadas en el zool¨®gico, compart¨ªa un cuartucho de azotea con Pariente, un gato vagabundo que hab¨ªa perdido el ojo derecho en un duelo de amor. Nada m¨¢s. Nadie m¨¢s. A pesar de los pesares, tanta mala pata no fue suficiente para impedir que a los cincuenta a?os de edad siguiera siendo un hombre bueno. Lorenzo conoci¨® a Jos¨¦ el primer d¨ªa de exposici¨®n, cuando fue a barrer la suite del Homo Sapiens, apenas una hora antes de que se abrieran las puertas del Zool¨®gico. El cubano estaba en cuclillas, con el rostro escondido entre las manos. Cuco se balanceaba en la argolla del colum-pio. -Los hombres y los animales nos acostumbramos r¨¢pido a la desgracia -dijo el campechano: -?Verdad, Cuco? F¨ªjate en la ardilla Lel¨¦. O en Fif¨ª, la chimpanc¨¦ que vive a cuatro puertas. Ellos saben. ?Conoces a An¨ªbal el Le¨®n, a Rodolfo el elefante, a la cebra Monique? Supe que un restaurante italiano te va a alimentar de por vida. Est¨¢ bien. Algo es algo. Ya te buscar¨¢n pareja para que cojas en luna llena.
Resumen de lo publicado: Jos¨¦ Gonz¨¢lez y Gonz¨¢lez, un cubano de 33 a?os, que a los 17 a?os se vio obligado a matar a un hombre en defensa de su amor, la Peque?a Lul¨², es llevado a un zoo como ejemplar de la criatura m¨¢s perfecta: el Homo Sapiens
Hay movimentos a favor y en contra de su enjaulamiento, aumenta el n¨²mero de visitantes del zoo y Ofelia Vidales, una bi¨®loga que se opuso al proyecto, comienza a sentir por Jos¨¦ algo m¨¢s que compasi¨®n.
-Pero si dejan la puerta abierta, todos se escapan -ripost¨® Jos¨¦:
-Nadie soporta vivir entre cuatro paredes...
-La libertad es el ¨²nico sue?o del tigre, compa?ero. -No me digas compa?ero. Hablas demasiado.
-Y solo. Me la paso hablando solo. Ha sido un placer conocerte. Si me necesitas, sabes d¨®nde encontrarme.
-Yo no necesito a nadie. Me basto solo.
-Nadie se basta solo.
-?Faltar¨¢ mucho? -pregunt¨® Jos¨¦. Lorenzo entendi¨® la enigm¨¢tica pregunta:
-Est¨¢n por abrir la entrada al p¨²blico. A las diez. Vienen hechos la raya. Nunca he entendido por qu¨¦ corren con tanto apuro.
-?Y qu¨¦ se supone que debo hacer?
Lorenzo se apoy¨® en la vara de la escoba:
-Portarte como un hombre -dijo.
Al principio, el campechano y el cubano se trataron con la discreta cortes¨ªa de dos desconocidos, pero d¨ªa a d¨ªa fue naciendo entre ellos un afecto que los conducir¨ªa en breve a la amistad. Lorenzo comenz¨® a visitarlo por las noches. Jugaban al domin¨®, a las barajas; cantaban sones de Yucat¨¢n, guarachas de doble sentido. Le tra¨ªa en una cantina comida casera porque el prisionero estaba hasta la cocoronilla de los ?oquis parmentier.
-?No te han dicho que soy un asesino?
-dijo Jos¨¦ la primera noche que Lorenzo pas¨® a verlo, dos meses despu¨¦s de su llegada al Zoo.
-Algo me dijeron, pero no les cre¨ª. Ser¨¢ que nunca he visto a uno. Pens¨¦ que te har¨ªa bien la visita de un amigo. -No te pases de listo. No tengo amigos.
-Yo tampoco. En eso nos parecemos. Te traje arroz con frijoles.
-?Y si escapo? ?No pensaste que puedo volar de esta pajarera?
Cuco, indiferente, contemplaba la escena desde la jaula vecina.
-T¨² ser¨¢s un asesino pero no tienes cara de loco. No te rindas.
-?Rendirme? ?Puedo ser libre! ?Qu¨¦ f¨¢cil! No sabes lo que es eso. Voy a dejarte encerrado en mi jaula. ?Cuco: soy libre! ?yeme, imb¨¦cil. Jos¨¦ arrebat¨® a Lorenzo el aro de llaves.
-Escapar, puedes. Claro. Al menos de la pajarera. Aunque dudo que llegar¨¢s muy lejos. Desde que llegaste, el Zoo es una fortaleza. Yo pierdo mi trabajo pero t¨² pierdes m¨¢s. Ser¨ªa mal negocio regresar a la c¨¢r-cel. Desde aqu¨ª se ven las estrellas.
- ?Ay, mi madre! -dijo Jos¨¦. Le sali¨® del alma.
Cuco alarg¨® el brazo y rob¨® un pu?ado de arroz. Lel¨¦ no intervino. Olfateaba el aire. Hac¨ªa parpadear el hocico como tecla de tel¨¦grafo.
-Odio al mono -dijo Jos¨¦. Cuco abri¨® los ojos. -Es un orangut¨¢n. Equivocar las especies puede costarte caro. Llegar¨¢s a estimarlo. Es cuesti¨®n de tiempo.
-Tiempo me sobra.
-El tiempo nunca sobra: siempre falta. ?Conoces el estanque de los patos? ?La pradera africana? ?Que tal si damos una vuelta?... La ardilla Lel¨¦ los sigui¨® de rama en rama. El elefante Rodolfo dec¨ªa no con la trompa: no, no, no. No que no. Los elefante siempre dicen no. En la pista del lago, un pel¨ªcano y un cisne intentaban emprender vuelo: c¨®mo, con las alas partidas, pens¨® Jos¨¦. Un cocodrilo, una piedra, un f¨®sil, una ruina a la orilla del pantano: Lel¨¦ le pis¨® el ojo. Lel¨¦ est¨¢ loca. ?Ser¨¢ cubana? Jos¨¦ sinti¨® fr¨ªo. Mucho fr¨ªo. S¨®lo en el asombro encontraba un poco de calor. An¨ªbal el Le¨®n dorm¨ªa sobre una roca. La cebra Monique se rascaba el lomo contra la cerca. La jirafa, de pie o de cera: Jos¨¦ vio subir a Lel¨¦ por el cuello de la jirafa. A un lado del camino, seg¨²n se va desde la galer¨ªa de los simios hasta el estanque de los patos, en un campito seco, sin pasto, un rinoceronte embest¨ªa su sombra de luna, se pateaba, se corneaba una y otra vez. Aquel rinoceronte se odiaba. ?Y Lorenzo Lara? ?Qu¨¦? Lorenzo callado. Pensativo. El campechano ten¨ªa la esperanza de encontrar una buena oportunidad para contarle a Jos¨¦ lo ¨²nico que hab¨ªa aprendido en la vida. Para Jos¨¦, esa noche era la noche m¨¢s noche de sus ¨²ltimos quince a?os. Quiz¨¢s la ¨²nica.
-?Sabes, compa?ero? Antes que yo, mi padre estuvo veinte a?os lim-piando jaulas en el Zoo. Era anarquista, de hueso colorado. Pap¨¢ siempre dec¨ªa compa?ero. Con ¨¦l descubr¨ª que el hombre no es s¨®lo el ¨²nico animal que r¨ªe y que llora, como dicen las gu¨ªas del Zoo. Ser¨ªa tan simple.
-Billy The Kid se cas¨®... -comenz¨® a rumbear Jos¨¦. - - Esc¨²chame, cubano: estoy hablando... Una vez, pap¨¢ me dijo algo que no he olvidado. Me dijo que el hombre es el ¨²nico animal dispuesto a sufrir en lugar de otro. Eso pensaba pap¨¢. Eso pienso yo. Jos¨¦ se trag¨® el guaguanc¨®.
-Piensa, Jos¨¦. Piensa. El hombre es el ¨²nico animal dispuesto a morir por otro, de poner el pecho a la bala que va al pecho de otro... Semejante tonter¨ªa no la cometen los leones ni los camellos ni los cerdos. Preg¨²ntale a Monique.
-?D¨®nde est¨¢ Lel¨¦? -interrumpi¨® Jos¨¦.
-Qui¨¦n sabe, compa?ero.
-No me digas compa?ero.
-Bien. No te digo compa?ero. Ya est¨¢. Esa larga jornada de confe-siones, Jos¨¦ revel¨® a Lorenzo una pena que se hab¨ªa tragado durante quince a?os: nunca hab¨ªa hecho el amor con una mujer. Estuvo cerca de los misterios del sexo aquella medianoche enredada en que hab¨ªa tenido que acuchillar a un hombre para salvar a la Peque?a Lul¨². Una nube tap¨® la luna justo en el momento que el cubano iba a contar de Galo La Gata. La noche se hizo espesa. Jos¨¦ decidi¨® regresar. Un segundo m¨¢s en libertad y hubiera echado a correr hasta La Habana. An¨ªbal el le¨®n, la cebra Monique, Rodolfo el elefante, se hab¨ªan recogido en las covachas. El Zoo parec¨ªa un reino abandonado. S¨®lo el rinoceronte segu¨ªa corriendo por el prado reseco, incansable, perseguido ahora por una banda de murci¨¦lagos. Su pesado trote levantaba embudos de polvo. La tierra retumbaba. Lorenzo dej¨® que Jos¨¦ se adelantara. ?Qu¨¦ decirle? El campechano era un hombre com¨²n. "Animal de manada", le gustaba decir. Ning¨²n amigo le hab¨ªa pedido consejo en la vida. Jam¨¢s lo necesitaron: "Soy bueno para nada". Ten¨ªa ganas de ayudar a ese cubano, de sentirse ¨²til. Pero ?c¨®mo? ?Qu¨¦ pregunta tan dif¨ªcil! Cuando lleg¨® a la jaula, el cubano le¨ªa "La importancia de llamarse Ernesto".
-Se rompi¨® el lavamanos -dijo Jos¨¦ sin levantar la vista. -Ma?ana. Ma?ana lo arreglo
-prometi¨® Lorenzo el cerrar la reja de entrada con tres vueltas de llave. Y se march¨®.
El barrio estaba en calma; el cuarto, sin hacer. Pariente dorm¨ªa en el centro de la cama. El vecino de los bajos o¨ªa un tema de Mecano. Lorenzo busc¨® un retrato de su padre. En la foto, el anarquista apunta a c¨¢mara con una escoba. Hace malabares sobre una barca de madera, rodeado de pel¨ªcanos. Al pie, una dedicatoria ma-nuscrita: "Hijito, no olvides que el cielo puede ser tomado por asalto".
Toda la noche, gota a gota, Jos¨¦ so?¨® que hab¨ªa una gata en la ventana.
Ma?ana, cuarto cap¨ªtulo
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