La llave de un mundo estremecido
A principios de los a?os sesenta, algunos de mis amigos y yo ¨¦ramos unos adolescentes fascinados por la literatura y retenidos, en nuestro af¨¢n de leer, por la religi¨®n; es decir, acept¨¢bamos que se nos dirigiera la lectura al objeto de no quedar atrapados inadvertidamente en el fango de lo pernicioso, pero quer¨ªamos carne donde morder, no gelatina. Si el instructor era creyente, hombre de gusto y de talante abierto, la puerta que hab¨ªa que atravesar para pasar de la literatura de moda aunque aparentemente comprometida (Van der Meersch, Gilbert Cesbron, etc¨¦tera) a la literatura de verdadero calado, pero no perniciosa, la constitu¨ªan tres gigantes de la llamada "novela cat¨®lica": Graham Greene, Georges Bernanos y Julien Green. La perniciosa, por rematar el retrato, la constituir¨ªa Jean Paul Sartre; y tambi¨¦n Camus, por eso de que la imagen de santo laico y ateo no era del agrado del catolicismo triunfante espa?ol.
Destino y salvaci¨®n
No quiere decir esto que el tr¨ªo de la mal llamada "novela cat¨®lica" fuera del gusto de nuestra jerarqu¨ªa: era el l¨ªmite al que los instructores cat¨®licos m¨¢s l¨²cidos pod¨ªan conducir a j¨®venes caballos a punto de desbocarse. Y, ?dios santo!, qu¨¦ favor nos hicieron sin quererlo. El sentido del misterio, el mal, la lucha con el demonio, la b¨²squeda de uno mismo a trav¨¦s de la b¨²squeda de Dios, el destino y la salvaci¨®n, la reparaci¨®n de la gracia, la carne y el esp¨ªritu... Todo aquello que en la literatura y en la vida representa la angustia de la b¨²squeda de sentido y la comprensi¨®n o rechazo del mundo, estaba all¨ª, en aquellas p¨¢ginas, de entre las que destacaron para siempre a mis ojos las de Julien Green.
Nacido en Par¨ªs en 1900, de padres americanos, este caballero de porte erguido, elegante presencia, ojos vivos y distantes, quiz¨¢ efecto de una iron¨ªa intraducible a sus libros, que escrib¨ªa en franc¨¦s y aparentaba un pudor del que, en cambio, como gran escritor, carec¨ªan sus novelas, este caballero, digo, acaba de morir a los 97 a?os, tras vivir en la discreci¨®n y semianonimato, sin dejarse ensalzar ni olvidar, y manteniendo para s¨ª y para su obra una aureola de prestigio y talento que durar¨¢ en el tiempo, sin la menor duda.
Nunca olvidar¨¦ la lectura de su primera novela, Mont Cin¨¦re, publicada a los 24 a?os; nunca olvidar¨¦ el clima obsesivo, ominoso, de aquel lugar, porque all¨ª aparecieron por primera vez ante mis ojos el misterio -la noci¨®n de misterio- y el mal -la presencia del mal-, que tanta importancia tendr¨ªan en su obra y que llegaban a m¨ª no por la v¨ªa del espanto, la admonici¨®n o la definici¨®n, sino por la v¨ªa de la creaci¨®n literaria, impresionando mi imaginaci¨®n de lector lo mismo que una placa fotogr¨¢fica. Despu¨¦s vinieron Adriana Mesurat, Moira, El malhechor o Si yo fuera usted, todas ellas por medio de ediciones argentinas que, pese a estar tan mal traducidas en general, a¨²n he seguido comprando en los puestos de lance, tan s¨®lo por volver a sentir la emoci¨®n y el aroma de aquellos libros que conten¨ªan la llave de un mundo estremecido por los demonios.
El viejo Sur
Aquel caballero sure?o, Julien Green, que nunca renunci¨® a su nacionalidad norteamericana, continu¨® viviendo en Francia y pareci¨® apagarse en obras de menor potencia que sus grandes novelas. Quiz¨¢ su ¨²ltimo gran intento fue El otro, una novela sobre el castigo y la redenci¨®n. Pero he aqu¨ª que, en 1988, una nueva novela suya arrasa en las librer¨ªas de Francia: Pa¨ªses lejanos, a la que seguir¨¢, hace tan s¨®lo tres a?os, Dixie. Dos novelas sobre el viejo Sur de Estados Unidos. ?Una vuelta a la infancia?: "Ten¨ªa yo 12 a?os cuando [mam¨¢] me confes¨® que, pese a todas nuestras victorias, hab¨ªamos sido derrotados. El Sur hab¨ªa perdido (...) y vuelvo a ver ahora c¨®mo mam¨¢ escond¨ªa su rostro. Curiosamente, en mi libro los ni?os tienen 9, 10, 11 a?os, la edad a la que yo cre¨ªa todav¨ªa que mi pa¨ªs hab¨ªa vencido". Al final de casi un siglo de vida, convertido en un cat¨®lico conservador, el maestro vuelve a la primera adolescencia. Quiz¨¢ ya no quisiera hurgar m¨¢s en lo dram¨¢tico de la condici¨®n humana como lo hizo en sus grandes novelas, sino tan s¨®lo recuperar el para¨ªso perdido junto a aquella madre adorada a la que perdi¨® a los 14 a?os. Ha muerto con la sencillez y serenidad que mostr¨® siempre, pero la suya era un alma turbulenta, azotada por los demonios, el sexo, el mal, la necesidad de creer... y por un excepcional talento literario.
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