Represalia norteamericana
Fuerzas norteamericanas bombardearon ayer un n¨²mero indeterminado de objetivos en dos pa¨ªses, Afganist¨¢n y Sud¨¢n, que, seg¨²n manifest¨® despu¨¦s el presidente Bill Clinton, est¨¢n directamente relacionados con los terribles atentados acaecidos el 7 de agosto en Nairobi y Dar es Salaam, que se saldaron con m¨¢s de 250 muertos, 12 de ellos norteamericanos, y m¨¢s de 5.000 heridos. Seg¨²n informaron los representantes del Gobierno de Washington, Estados Unidos bombarde¨® al menos seis bases terroristas en Afganist¨¢n y una f¨¢brica de armas qu¨ªmicas en la capital sudanesa. El propio presidente Clinton fue el encargado de dar a conocer la acci¨®n militar llevada a cabo y los motivos que le impulsaron a ordenarla. Es dif¨ªcil negar a Washington el derecho a responder de la forma m¨¢s expeditiva contra quienes realizan atentados como los de Kenya y Tanzania. Acabar con la capacidad operativa del terrorismo del signo que sea es una medida que responde a los intereses de todos los Estados civilizados de la comunidad internacional. Y no es ning¨²n secreto que los reg¨ªmenes fundamentalistas de Afganist¨¢n y Sud¨¢n encabezan la lista de sospechosos de ofrecer refugio a los m¨¢s sangrientos movimientos terroristas.
Cuatro razones adujo ayer el presidente norteamericano para explicar la operaci¨®n: la existencia de evidencias sobre el "papel primordial" de los grupos atacados ayer en las masacres de Kenia y Tanzania; la responsabilidad de esos grupos en otros atentados contra ciudadanos norteamericanos en el pasado; los indicios de que planeaban nuevos actos terroristas, y, por ¨²ltimo, la sospecha de que intentaban fabricar medios de destrucci¨®n a¨²n m¨¢s letales que los ya empleados.
Son graves argumentos, pero tambi¨¦n es grave que cualquier pa¨ªs, aunque sea la primera potencia mundial, pueda decidir, sin consulta ni control de ning¨²n tipo, el bombardeo de dos Estados soberanos. Los riesgos para la paz mundial de elegir la v¨ªa de la represalia directa son evidentes. Aunque las primeras reacciones de la comunidad internacional sean de comprensi¨®n hacia los ataques a las bases terroristas, habr¨¢ que esperar a la respuesta m¨¢s articulada que, pasado el primer impacto, dar¨¢n los pa¨ªses occidentales -pero tambi¨¦n los ¨¢rabes- a los bombardeos norteamericanos.
A estas consideraciones de pura l¨®gica pol¨ªtica se une la situaci¨®n personal por la que atraviesa el presidente Bill Clinton, atenazado por su enfrentamiento con el fiscal Kenneth Starr, en relaci¨®n con el caso de Monica Lewinsky, y la bajada de popularidad que represent¨® para ¨¦l su reconocimiento de haber mentido a su familia y a su naci¨®n. Habr¨¢ sin duda muchos sectores -dentro y fuera de Estados Unidos- que intenten relacionar las acciones militares de ayer con esta cuesti¨®n. Precisamente aquellos que se niegan a prestarse siempre a las interpretaciones m¨¢s mal¨¦volas tienen el deber de exigir de Washington pruebas concluyentes sobre la relaci¨®n directa entre los atentados de hace dos semanas y las operaciones de represalia de ayer. Seg¨²n Clinton, existen dichas pruebas. En los ¨²ltimos d¨ªas hab¨ªan proliferado los indicios de avances en las investigaciones sobre los atentados de Kenia y Tanzania, tanto en la propia Nairobi como en Palestina y en relaci¨®n con el multimillonario y l¨ªder fundamentalista saud¨ª Osama bin Laden, refugiado en Afganist¨¢n. Fuentes de Washington hab¨ªan recordado las reiteradas amenazas contra intereses de Estados Unidos en todo el mundo que este personaje hab¨ªa aireado. Sin embargo, no ser¨ªa la primera vez que indicios poco contrastados se ven despu¨¦s desmentidos por la realidad: no fueron activistas ¨¢rabes, como se pens¨® en un principio, sino ciudadanos norteamericanos quienes causaron la masacre de Oklahoma.
S¨®lo cabe esperar que estas pruebas sean concluyentes, se hagan p¨²blicas y tengan la convicci¨®n suficiente para eliminar toda sospecha de que Washington vuelve a actuar como tantas otras veces con criterio de oportunidad dom¨¦stica en cuestiones tan serias como ¨¦sta. Son muchos los errores cometidos ya por Washington en los ¨²ltimos a?os en su trato con el resto del mundo y demasiadas las consecuencias de los mismos. Y no es la menor la reacci¨®n agresiva de los colectivos islamistas que ven en Estados Unidos la encarnaci¨®n del Gran Sat¨¢n, contra quien todo vale, incluyendo la muerte de decenas de civiles, sean o no norteamericanos. Por eso hay que manifestar plena solidaridad en la lucha contra el terrorismo antiestadounidense y cualquiera que lo padezca, pero tambi¨¦n recordar que son necesarias muchas y muy claras explicaciones a la hora de hacer entender las causas de un ataque por sorpresa y sin consultas de ning¨²n tipo contra pa¨ªses soberanos miembros de pleno derecho de la ONU. Es, seguramente, esta organizaci¨®n la que debe asumir ahora el papel de guardi¨¢n de la paz que le corresponde. Con raz¨®n Kofi Annan mostraba anoche su preocupaci¨®n.
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