Ninguna eternidad como la m¨ªa
Javier Corzas la vio salir con la luz del medio d¨ªa entre los ojos y pens¨® que ser¨ªa bueno abrazarla desde ya. Isabel extendi¨® la mano fingiendo un aplomo que no sent¨ªa y lo salud¨® con un gesto de la cabeza.-?C¨®mo te amaneci¨®, borrachita? -pregunt¨® el poeta Corzas.
-Cruda -dijo Isabel con la sonrisa a medias. -Ahorita te compongo con la mezcla infalible -prometi¨® ¨¦l tom¨¢ndola del brazo.
Fueron hasta un lugar, sobre la calle de Correo Mayor, que era al mismo tiempo comedor y cantina. Se llamaba "La Barca de Oro" y ten¨ªa dos secciones. Una a la que s¨®lo pod¨ªan entrar los hombres que se nombraba "La Barca", y otra en la que se permit¨ªa la entrada con las mujeres, a quienes honraron llamando "El Oro".
Resumen de los publicado : Isabel Arango, hija de emigrantes asturianos, deja su pueblo en la costa Atl¨¢ntica mexicana y va, con 17 a?os a la capital para dedicarse a su pasi¨®n: la danza
Se aloja en casa de Prudencia Migoya y da clases con Madame Giron. Tres a?os despu¨¦s, Javier Corzas, un poeta con ojos de desamparo y manos fuertes, sonrisa c¨ªnica y ojos de gitano, queda prendado de la fiereza deslumbrante con la que Isabel baila una trist¨ªsima canci¨®n mexicana que habla de una mujer borracha que debe abandonar su tierra. Ella acepta una cita.
Sin preguntarle a Isabel, Corzas pidi¨® dos cervezas, dos tequilas con lim¨®n y dos vasos de ostiones. -No quiero hacer esa mezcla -dijo Isabel.
-?Qu¨¦ otra cosa se podr¨ªa esperar de una ni?a de su casa? -dijo el poeta-. Va por tu salud -agreg¨® antes de beberse el tequila de un trago-. As¨ª es como la gente se pierde la cosas buenas de la vida. Por puro prejuicio. ?Qu¨¦, el tequila es de pobres, la cerveza de corrientes y los ostiones del mar? ?Por eso ni los pruebas? All¨¢ t¨². Pero nada m¨¢s imagina de lo que se pierde la gente que no come frijoles porque son negros. Pobre de ti, no vas a pasar de se?orita de provincia.
-De se?orita s¨ª voy a pasar -dijo Isabel.
-Pues no s¨¦ c¨®mo, porque con esos ascos a lo viscoso.
-Chinga a tu madre -dijo Isabel que al llegar a M¨¦xico hab¨ªa descubierto tan sonora respuesta y la usaba con un gusto que le embellec¨ªa la boca. Se la ense?¨® su amigo Pablito la primera tarde en que lleg¨® furioso contra el novio, pero le recomend¨® que no la dijera m¨¢s que si quer¨ªa pleito o ten¨ªa mucha confianza.
-?A chingadazos quieres que nos llevemos? -pregunt¨® Corzas con la sonrisa como un aguinaldo.
-No -contest¨® Isabel-. Ni te odio ni te tengo tanta confianza.
-Pues qu¨¦ l¨¢stima -dijo el poeta-.La confianza y el odio son dos de los tres vicios que genera el amor. Y eso s¨ª que me gustar¨ªa provocarte.
-?Cu¨¢l es el tercer vicio? -pregun-t¨® Isabel fingiendo que no escuchaba la ¨²ltima frase.
-La terquedad -dijo Corzas-. La m¨¢s da?ina.
-Y a cambio de sus tres vicios ?le ves alguna virtud?
-S¨ª -contest¨® el poeta-. Emborracha.
-?Qu¨¦ horror! -dijo Isabel. Hab¨ªa bebido su tequila en dos tragos y lo sent¨ªa abras¨¢ndole la garganta. -Ni digas, que t¨² de borracheras no sabes m¨¢s que bailarlas.
-Mejor -ri¨® Isabel.
-No seas rejega. Te ha de tocar bailar en otra parte. Es ley bailar de amores, embriagarse, ir al cielo con zapatos y sin futuro, no tener miedo de morirse ni de estar vivo.
-?Es ley? -pregunt¨® Isabel.
-La ¨²nica ley tangible que conozco -dijo Corzas-. Es ley que de puro enamorado se llegue a no sentir hambre, ni cansancio, a no tratar con el tiempo y sus desmanes, a ser due?o de la luz y de la noche.
- Salud mi ni?a, por todos los amores que han de beber en ti, por la pena y la gloria que te esperan. Isabel quiso correr de ese hablador que le pronosticaba desgracias y fortunas mientras dec¨ªa intimidades como quien dice una estrofa del himno nacional. Pero no se movi¨® de su asiento y levant¨® su nueva copa para beberla. -Salud -dijo-, porque la vida sea m¨¢s sobria de lo que te parece.
-Y tan loca como quieres que sea -contest¨® ¨¦l.
-?Vamos a pedir comida o s¨®lo de borrachos pasaremos la tarde? -pre-gunt¨® Isabel.
-Aqu¨ª la comida llega con s¨®lo pedir bebida -dijo Corzas se?alando al mesero cargado de tres cazuelas que se acercaba a su mesa.
Durante las siguientes horas comieron, conversaron y bebieron hasta que la tarde los alcanz¨® creyendo que se conoc¨ªan desde siempre. Entonces se echaron a caminar por el centro de la ciudad sin m¨¢s tregua ni gu¨ªa que su deseo de seguir juntos. La p¨¢lida luz del crep¨²sculo los encontr¨® en el callej¨®n de las tiendas de antig¨¹edades. Ah¨ª donde las joyas y los simples vejestorios conviv¨ªan sin m¨¢s diferencia que el gusto del cliente y el capricho del vendedor. Ah¨ª donde las cosas nunca tienen el mismo valor que su precio, y donde entonces eran baratas porque la ¨¦poca despreciaba lo viejo imaginando que nada pod¨ªa ser m¨¢s promisorio que el futuro.
Isabel camin¨® por las tiendas entre objetos extra?os, deleit¨¢ndose con la extravagancia de cuanto la rodeaba. Hasta que al entrar a un sal¨®n diminuto su cabeza golpe¨® con las patas de una mecedora que estaba colgada del techo. Era una de esas piezas de encino que tienen el respaldo y los barrotes labrados. Le faltaba un barrote, pero en el cabezal ten¨ªa la cara de un viejo alegre, acorralado por su mostacho y sus barbas.
-Debe ser un buen consejero -dijo Isabel que hab¨ªa pedido que le mostraran la silla y se deleitaba contempl¨¢ndola.
-?Qui¨¦n? -pregunt¨® Corzas mientras pasaba un brazo por los hombros de Isabel.
-El viejo ¨¦ste -contest¨® ella acariciando el respaldo.
-?Y t¨² para qu¨¦ quieres un consejero?
-Digamos que voy a querer un oyente -explic¨® Isabel-. Desde ahora, pero sobre todo cuando sea vieja. M¨¢s a¨²n si voy a emborracharme tanto como predices y si emborracharse depende tan poco de uno y si cada borrachera me puede hundir en abismos y noches impredecibles.
-?Yo dije eso? Ya no me acuerdo. Casi siempre se me olvidan mis discursos, no los tomes en cuenta -pidi¨® ¨¦l mientras met¨ªa sus dedos en la melena de Isabel como si la peinara.
-Me voy a comprar esta silla -dijo Isabel sacudiendo la cabeza como un potro inquieto.
-?Ahora? -pregunt¨® Corzas.
-Ahorita en este instante. Con el dinero que me pagaron ayer, con la ganancia de mi primer borrachera y el compromiso de sentarme a conversar en ella cada vez que est¨¦ cruda. Este viejo me va a o¨ªr -dijo acariciando el respaldo de la silla. Luego se puso a regatear con el due?o de la tienda. Un hombre menos guapo y m¨¢s pestilente que el de la mecedora, buen conversador y mejor marchante que entre piropos y zalamer¨ªas acept¨® el precio que Isabel quiso darle a su silla.
-Te agradecer¨ªa que me concedieras el honor de pagar tu vejestorio -pidi¨® Corzas.
-De ninguna manera. ?No ves que me urge gastar el primer salario? Lo que s¨ª acepto es que funjas como padrino de mi encuentro con la silla que escuchar¨¢ mis crudas -dijo Isabel. Luego sac¨® de su bolsa el dinero y tras entregarlo dijo-: Ahora falta el ensalmo.
-?Cu¨¢l ensalmo? -pregunt¨® Corzas.
-Uno que yo me s¨¦ -contest¨® Isabel dirigi¨¦ndose hacia la peque?a plaza que hab¨ªan dejado dos calles atr¨¢s.
En el camino le cont¨® a Corzas la historia de una bisabuela suya que habi¨¦ndose aburrido de m¨¢s a lo largo de su vida, le hered¨® a su nieta, la madre de Isabel, la mecedora en que se hab¨ªa sentado a recordar durante sus ¨²ltimos inviernos asturianos. Adem¨¢s de la silla le dej¨® un escrito que deb¨ªa repetir antes de usarla por primera vez y le hizo prometer que lo ense?ar¨ªa a sus hijas como quien les ense?a la ¨²nica oraci¨®n necesaria de sus vidas. Regida por la culpa de no haber cargado hasta M¨¦xico con la mecedora de su abuela, la madre de Isabel hab¨ªa memorizado el ensalmo y hab¨ªa hecho que lo memorizara su ¨²nica hija.
-Y dice -comenz¨® Isabel detenida junto a la mecedora que Corzas puso sobre un prado-: Yo, Isabel Arango Priede, me comprometo a vivir con intensidad y regocijo, a no dejarme vencer por los abismos del amor, ni por el miedo que de ¨¦ste me caiga encima, ni por el olvido, ni siquiera por el tormento de una pasi¨®n contradecida. Me comprometo a recordar, a conocer mis yerros, a bendecir mis arrebatos. Me comprometo a perdonar los abandonos, a no desde?ar nada de todo lo que me conmueva, me deslumbre, me quebrante, me alegre. Larga vida prometo, larga paciencia, historias largas. Y nada abreviar¨¦ que deba sucederme, ni la pena ni el ¨¦xtasis, para que cuando sea vieja tenga como deleite la detallada historia de mis d¨ªas.
Ma?ana, cuarto cap¨ªtulo
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