El soldado Ryan conquista el Lido de Venecia
En los pasillos del festival de cine italiano estalla la pintoresca "guerra de las corbatas"
Sin provocar algaradas de glamour, casi discretamente, cosa dif¨ªcil en gente tan c¨¦lebre y popular, Steven Spielberg, director de Salvar al soldado Ryan, y Tom Hanks, su actor protagonista, desembarcaron ayer en el Lido veneciano y lo conquistaron con toda naturalidad sin m¨¢s disparos que los de su solvencia profesional y su saber estar delante del millar largo de periodistas de todo el mundo que se les enfrentaron tras contemplar, ciertamente llenos de admiraci¨®n, su solid¨ªsimo filme b¨¦lico antibelicista. La ¨²nica guerra que hizo ruido ayer aqu¨ª es la escaramuza intestina llamada "guerra de las corbatas", cuyo campo de batalla son los pasillos de la Bienal de Venecia y la Mostra.
El director de la Mostra, Felice Laudadio, sortea con iron¨ªa los ametrallamientos de zancadillas period¨ªsticas y burocr¨¢ticas que le est¨¢n disparando sus rivales pol¨ªticos, que no le perdonan por lo visto su independencia y profesionalidad desde que tom¨® las riendas y rehabilit¨® a este deteriorado festival.Para entender de qu¨¦ va esta "guerra de las corbatas" hay que remontarse a la primavera del a?o pasado, cuando Laudadio se hizo cargo de la direcci¨®n de la Mostra sustituyendo a Gillo Pontecorvo, que, siguiendo a sus predecesores en el cargo, redujo al m¨¢s antiguo y respetado festival de cine del mundo a un vac¨ªo y amorfo conglomerado de pel¨ªculas de conveniencia y de aluvi¨®n organizadas en un esquema sin criterio, a mitad de camino entre el sucursalismo de Hollywood y el esp¨ªritu amateur de los cineclubes progres de los a?os sesenta.
Nuevo enfoque
El resultado de esta gesti¨®n fue un desastre que Laudadio desbarat¨® con un radicalmente nuevo enfoque, casi suicida, pues tuvo que ponerlo en marcha en s¨®lo cuatro o cinco meses. Lo logr¨® en el a?o 97, y esto es lo que no le perdonan sus adversarios period¨ªsticos y pol¨ªticos: convirtiendo a su ¨¦xito en el pintoresco y mezquino casus belli de esta guerrita de sal¨®n declarada este a?o contra ¨¦l.Como esta su segunda Mostra parece sobre el papel, y probablemente tambi¨¦n sobre la pantalla, tan consistente o m¨¢s que la primera, las ametralladoras cr¨ªticas apuntan no al armaz¨®n del festival, que parece serio, sino a flecos mundanos tan triviales como su decisi¨®n de hacer las galas nocturnas m¨¢s formales, y obligar a los asistentes a ir vestidos de oscuros y encorbatados. As¨ª, como suena. Por suerte, en esta batalla no se derramar¨¢ sangre, sino seda y poli¨¦ster.
Mientras tanto, indiferentes a este chiste, las pantallas del Lido se han abierto por todo lo alto, con cine b¨¦lico vigoroso y n¨ªtidamente antibelicista, el que lleva dentro Salvar al soldado Ryan gracias a la endemoniada habilidad de Spielberg para llenar las casi tres horas de su pel¨ªcula con un deslumbrador ejercico de s¨ªntesis de las tradiciones pac¨ªficas del g¨¦nero b¨¦lico.
Tom Hanks, al frente de un reparto sin grietas, conduce magistralmente el tumultuoso relato de un pelot¨®n de infanter¨ªa del ej¨¦rcito expedicionario de los Estados Unidos que, tras participar en la carnicer¨ªa del desembarco en la playa de Omaha, en la Normand¨ªa de 1944, ha de recorrer las primeras l¨ªneas de batalla del frente franc¨¦s contra la Werhmacht hitleriana y all¨ª vivir la escalada a¨²n a un absoluto infierno. De Estados Unidos esta admirable pel¨ªcula ha venido escoltada por la idea de que inventa el g¨¦nero b¨¦lico antibelicista. Es falso, casi una idea miope. Spielberg, astuta rata de cinemateca, absorbe lo mejor, lo m¨¢s recto y noble de este vidrioso g¨¦nero y no s¨®lo no lo da la vuelta sino que es magn¨¢nimemente fiel a sus viejas conquistas morales y est¨¦ticas.
Huellas
En la pantalla de Spielberg, si se mira con lupa, se encuentran sin dificultad las huellas dactilares de Stanley Kubrick en Pasos de gloria y Doctor Strangelove, y las de Robert Aldrich en Ataque, Bernhardt Wicki en El puente, Elem Klimov en Masacre, Sam Fuller en Divisi¨®n de choque, John Huston en El c¨ªrculo rojo del valor, Ren¨¦ Clement en Juegos prohibidos, y muchas m¨¢s, todas invisibles gracias al talento-esponja de este vigoroso e irregular cineasta, que aqu¨ª logra -en la escalofriante escena del desembarco: 30 minutos de un aut¨¦ntico alarde de montaje- dar una lecci¨®n, de igual o superior calidad que la de Titanic, de c¨®mo incorporar la inform¨¢tica al m¨¢s limpio verismo cinematogr¨¢fico, en las ant¨ªpodas de s¨ª mismo en Parque Jur¨¢sico y de toda esa lujosa morralla informatizada que est¨¢ convirtiendo a Hollywood en una gigantesca trola vestida de falso y falsario celuloide.Gran comienzo, el de esta 55? Mostra. El cine de verdad barri¨® ayer de un manotazo el ¨²ltimo eco de las batallitas de moqueta de la "guerra de las corbatas", abriendo paso al espect¨¢culo cruel, doloroso, indignado y conmovedor de la sucia guerra de la metralla, el sudor, el llanto y la sangre.
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