Una historia de mil estampas
Eduardo Mart¨ªn ha reunido la historia de Madrid desde mediados del siglo pasado en una amplia colecci¨®n de postales
"Vas por buen camino, vas por buen camino". La frase se la repet¨ªa machaconamente Eduardo Mart¨ªn un buen d¨ªa de mediados de los sesenta mientras bajaba las escaleras de las oficinas de El Corte Ingl¨¦s en la calle Hermosilla. Un directivo de la empresa acababa de ofrecerle 300.000 pesetas por su incipiente colecci¨®n de postales antiguas de Madrid, algo m¨¢s de un centenar, que hab¨ªa empezado a reunir dos o tres a?os antes. Este hombre, avispado por naturaleza, hab¨ªa acudido a los grandes almacenes para saber si su afici¨®n ten¨ªa alg¨²n valor adem¨¢s del sentimental. Al o¨ªr la cifra "por poco no me entra descomposici¨®n" reconoce hoy a sus 82 a?os. Pero no se dej¨® tentar por los ceros. "Siempre he sido un espabilao y al o¨ªr aquello pens¨¦ que hab¨ªa acertado y me puse a buscar postales de Madrid como un loco". Su principal fuente de suministros ha sido casi siempre El Rastro, pero asegura que ha encontrado algunas hasta en Gij¨®n.Hoy, sus 1.500 estampas constituyen una de las mejores secuencias gr¨¢ficas de la evoluci¨®n de la capital entre la segunda mitad del siglo pasado y la primera de ¨¦ste. Aunque ha recibido ofertas tentadoras -el Ayuntamiento le ofreci¨® 600.000 pesetas en ¨¦poca de Tierno Galv¨¢n y otro tanto hizo el Ministerio de Cultura con Javier Solana al frente- Eduardo sigue acariciando d¨ªa a d¨ªa las p¨¢ginas de sus 15 cartapacios y sorprendi¨¦ndose a¨²n con im¨¢genes inauditas de una ciudad que a veces parece fantasmal de puro vac¨ªa. "?No le parece incre¨ªble poder ver un Madrid as¨ª?", pregunta se?alando una plaza de la Cibeles tan despoblada que el ¨²nico tr¨¢fico lo constituye el carro de la diosa o la Puerta de Alcal¨¢ transitada tan solo por un tr¨ªo de carretas de bueyes.
Son im¨¢genes de las que en muchos casos ha sido testigo. Este viejo republicano nunca se ha mudado de la calle del Olivar, en Lavapi¨¦s, pero tiene pespunteado en la memoria el callejero madrile?o. Asegura que es "un borracho de Madrid" Y prosigue: "Esta ciudad es mi debilidad y me la he pateado entera, por eso tambi¨¦n empec¨¦ la colecci¨®n". Represaliado tras la guerra civil por su pertenencia al PCE, a mediados de los cuarenta la venta era el ¨²nico medio de subsistencia. "?Sabe los kil¨®metros que me he podido hacer vendiendo tacones de goma a los zapateros remendones y glicerina a las perfumer¨ªas?", pregunta. Con la venta del whisky adulterado su recorrido se acort¨®. "Compraba whisky bueno en las embajadas y lo repart¨ªa en ocho botellas m¨¢s que luego rellenaba con licor espa?ol. Se las vend¨ªa a Chicote y a Casablanca, uno de los mejores cabar¨¦s que ha tenido Madrid". Chicote no se dejaba dar el pego, pero sus clientes s¨ª. "Un buen d¨ªa", recuerda Eduardo, "me pidi¨® que no le llevara m¨¢s botellas, que se lo sirviera en garrafas. "Has empezado bien", me dijo, "justo como yo lo hice. ?stos no se enteran de lo que beben".
La Gran V¨ªa anterior a Chicote, al whisky y a los coches, la Puerta del Sol y la Puerta de Alcal¨¢ -quiz¨¢ las im¨¢genes m¨¢s reptidas de la colecci¨®n-, las estaciones, la Cibeles, muestran su ayer para que podamos compararlas con su presente. Pero las postales recrean algo m¨¢s que el mero retrato f¨ªsico de la ciudad. Muestran el modo de vida capitalino a trav¨¦s de los a?os: la lucha por el agua -con las colas de mujeres enfaldadas hasta los tobillos con cubo y botijos esperando el turno en la Fuentecilla o la Fuente del Progreso-, las lavanderas con la ropa tendida en las orillas del Manzanares, la vendedora de pavos en la plaza de Santa Cruz en una navidad de principios del siglo, o los viejos tejados del centro sobrevolados por el graff zepelin. De todas, Eduardo rescata una imagen inimaginable de la Cibeles, circundada por un sinf¨ªn de cabecitas. "Eran los obreros que estaban construyendo en 1912 el Palace, y a la hora de la comida se sentaban en torno a la fuente".
Muchas de ellas guardan una tentaci¨®n imp¨²dica pero irrefrenable: descifrar en esa caligraf¨ªa puntiaguda y cuidada de principios de siglo el mensaje amoroso que esconden al dorso o sin tapujos sobre la foto sepia. "Por esta estaci¨®n se sale/ para M¨¢laga la bella/ all¨ª tengo yo una estrella/ que m¨¢s que los cielos vale". Arturo, el firmante, se dirig¨ªa as¨ª en 1908 "a mi Encarna", una joven malague?a que le tra¨ªa de cabeza y con la que finalmente se cas¨®. Las postales eran para ¨¦l no s¨®lo el veh¨ªculo de su fogosidad, sino una forma de mostrar a su amada la ciudad en la que iba a vivir. "Que estoy loco y ella loca/ esperando santos lazos/ para dormirla en mis brazos/ y beber agua de su boca", escrib¨ªa en otra subiendo el tono cuando la distancia se le hac¨ªa insoportable. "?Ha visto qu¨¦ pasi¨®n?", inquiere Eduardo, "pues as¨ª en toda la colecci¨®n". Eduardo se enter¨® de la historia gracias a Eva, la hija que tuvieron Arturo y Encarna. Ella, enamorada del coleccionista, decidi¨® regalarle y desvelarle la correspondencia ¨ªntima de sus padres. Fue otro acto de pasi¨®n pero ¨¦ste no qued¨® escrito.
Reinventado
Otras estampas demuestran que no hay nada nuevo, que s¨®lo reinventamos. ?Alguien pens¨® que los famosos "todo a cien" que proliferan como setas son un jugoso invento comercial de la ¨²ltima d¨¦cada? Se equivoca. En el Madrid de principios de siglo hac¨ªan furor las tiendas de "todo a 65 c¨¦ntimos". La primera abri¨® en la Plaza del ?ngel, pero r¨¢pidamente surgieron nuevas sucursales en la calle de la Cruz, Fuencarral y Preciados.Es un Madrid a?orado por muchos, olvidado por otros e inaudito para el resto. Para Eduardo es todo eso y mucho m¨¢s. Sus postales constituyen su paseo diario por una ciudad que est¨¢ condenado a no pisar. Desde hace cuatro a?os, una afecci¨®n respiratoria le obliga a depender de dos botellas de ox¨ªgeno. En su peque?o cuarto s¨®lo rinde su cuerpo a la postraci¨®n. A la memoria no le da un respiro. Ya lleva 47 cintas grabadas con los recuerdos de su vida en esta ciudad. Cromos de mi ni?ez es el t¨ªtulo. Ning¨²n cronista de la villa fue antes tan prol¨ªfico.
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