El camino del cielo
En el centro de Mosc¨² se levanta una nueva escenograf¨ªa por la que los corresponsales occidentales tienen una creciente predilecci¨®n en detrimento de la m¨¢s tradicional, y demasiado vinculada a la guerra fr¨ªa, conformada por el Kremlin: se trata de la imagen de un ostentoso templo, la reconstruida catedral de Cristo Redentor, concluida externamente y consagrada en 1997, a?o en el que se celebr¨® el 850? aniversario de la ciudad.Por lo visto, los periodistas encuentran particularmente id¨®neo este icono de fondo para relatar las vicisitudes de la vida rusa. Puede que lleven raz¨®n, puesto que, si se persigue la espectacularidad de los contrastes, nada resulta m¨¢s llamativo que hablar de malos presagios en un escenario de brillantes c¨²pulas doradas. A este respecto siempre me han llamado la atenci¨®n los paisajes elegidos por los corresponsales para informar a los telespectadores. En ocasiones son muy conocidos y no tiene ning¨²n sentido explicar el motivo de la elecci¨®n; otras veces, sin embargo, la informaci¨®n queda mutilada si el espectador no es instruido en la historia y significado de lo que contempla tras el busto parlante. El escenario es, en todos los casos, parte decisiva de lo que se est¨¢ contando.
Si nosotros observamos el gran obelisco de Washington o los edificios de Wall Street, sabemos que se est¨¢ hablando de poder, se hable de lo que se hable, de la misma manera que si surgen en el horizonte las masas desencadenadas de Sud¨¢n o de Irak reconocemos, sea cual sea la informaci¨®n, el protagonismo de los terroristas. A prop¨®sito de este ¨²ltimo pa¨ªs y de su guerra: contribuy¨® no poco a la creencia, muy extendida, de que se trataba en realidad de una guerra virtual la visi¨®n de presentadores e informadores televisivos con la escenograf¨ªa de fondo de unos fuegos artificiales que sustitu¨ªan los aut¨¦nticos bombardeos sobre Bagdad. En el gran gui?ol hay cuadros del bien y del mal, y nosotros -a menudo con independencia de los contenidos- nos orientamos hacia unos o hacia otros como si corrobor¨¢ramos una nueva versi¨®n, visual, del experimento de Pavlov.
Naturalmente ninguna de estas elecciones es arbitraria. Tampoco la del edificio que se alterna con el Kremlin a la conquista de nuestras retinas. Pero su mero testimonio est¨¦tico nos da una idea parcial de su significado: apareciendo as¨ª, tal como es en realidad, a la espalda de los corresponsales, nos sugiere religi¨®n y riqueza. Si se nos dieran a conocer datos sobre su coste, y de las decenas de kilos de oro empleadas en el cubrimiento de sus c¨²pulas acebolladas, esta sugerencia se incrementar¨ªa todav¨ªa m¨¢s, introduci¨¦ndonos en el nuevo poder de la Iglesia y de sus concomitancias con los grupos econ¨®micos que han emergido estos ¨²ltimos a?os. La apabullante presencia de la actual catedral de Cristo Redentor es menos importante, sin embargo, que el fantasma que se oculta en sus muros. Quiz¨¢ la contemplaci¨®n de este fantasma informar¨ªa m¨¢s al espectador sobre Rusia que centenares de datos pol¨ªticos y econ¨®micos que se pierden en la frialdad universal de la pantalla.
Con frecuencia son todav¨ªa m¨¢s indicativas las arquitecturas ficticias que las reales: aquello que fue demolido, aquello que, proyectado, nunca fue realizado. Su construcci¨®n -reconstrucci¨®n, si se quiere- se inici¨® en 1995, siguiendo con exactitud la morfolog¨ªa de la catedral, del mismo nombre y situada en el mismo lugar, destruida por Stalin en los a?os treinta. El c¨ªrculo, de momento, se cierra, aunque las sombras fantasmales permanecen agazapadas como habitantes cuyo poder rebasa los ciclos aparentes.
Esta afirmaci¨®n no es gratuita si se tiene en cuenta que entre las dos catedrales -la vieja, derribada, y la nueva, recientemente convertida en s¨ªmbolo de la ciudad- deb¨ªa construirse, en el mismo terreno, el edificio paradigm¨¢tico de la capital del comunismo y, simult¨¢neamente, uno de los m¨¢s ambiciosos de la historia de la arquitectura: el Palacio de los Soviets, un sue?o, o pesadilla, de piedra destinado a convertirse en le faro de una idea de ¨¢mbito planetario.
El concurso se celebr¨® en 1931, present¨¢ndose 160 proyectos, entre ellos los de Gropius y Le Corbusier, una extraordinaria p¨¢gina de la arquitectura del siglo XX en la que se cruzan vanguardia y neoclasicismo, delirio y megaloman¨ªa. Venci¨® Bor¨ªs Iofan, un gran arquitecto, marcado luego, como tantos otros, por el totalitarismo.
Durante los a?os treinta el proyecto de Iofan se dibuj¨® como la perla de la arquitectura sovi¨¦tica. Reproducido hasta la saciedad, ha sido probablemente uno de los edificios nunca realizados m¨¢s difundidos. Sus dimensiones habr¨ªan sido, desde luego, impresionantes: 6.000 salas capaces de albergar a 80.000 personas; sobre la inmensa torre se pensaba colocar una estatua de Lenin de 100 metros de altura, tres veces el tama?o de la de la Libertad de Nueva York. Se cre¨ªa que ser¨ªa el edificio mayor jam¨¢s concebido.
Elocuentemente algo parecido pensaba Hitler con respecto al Palacio de los Forums Populares proyectado por Albert Speer y coronado por una c¨²pula, la c¨¦lebre Kuppelberg, inspirada en el Pante¨®n y en San Pedro de Roma, aunque 17 veces m¨¢s grande que la de esta ¨²ltima. En esta secreta y particular competici¨®n se enfrentaban, curiosamente, las dos tipolog¨ªas tradicionales del poder -y de la gloria- heredadas del pasado: la semiesfera de la c¨²pula, escogida por Speer, y la torre piramidal preferida por Iofan. Ambos desaf¨ªos de piedra quedar¨ªan truncados por el estallido de la Segunda Guerra Mundial y por los nuevos ¨ªmpetus de destrucci¨®n.
Cuando fue desmantelado el Palacio de los Soviets, para usar su acero en otras construcciones, su armaz¨®n apenas hab¨ªa alcanzado los 30 metros. Al decir de algunos moscovitas, ir¨®nicos amantes de estas historias, la extremada lentitud con que avanzaron los trabajos estuvo, desde el principio, relacionada con la maldici¨®n del lugar: ca¨ªa sobre el proyecto de Iofan, a causa de la demolici¨®n de la catedral de Cristo Redentor, de la misma manera que hab¨ªa ca¨ªdo sobre ¨¦sta, al edificarse en el siglo XIX, de acuerdo con la profec¨ªa lanzada por la superiora del monasterio de san Alexis, que entonces, con igual l¨®gica, fue demolido.
Comoquiera que sea, lo cierto es que, terminada la Segunda Guerra Mundial, el proyecto de Iofan fue abandonado como hac¨ªa ya tiempo hab¨ªan sido abandonados los sue?os. A peque?a escala, el hueco donde se encontraban el monasterio de san Alexis y la catedral de Cristo Redentor, y donde deb¨ªa de alzarse en otra ¨¦poca el Palacio de los Soviets, deb¨ªa parecerse mucho al hueco que se ensanchaba en los corazones a medida que se revelaba la transformaci¨®n de los sue?os en pesadillas: una estepa desolada en la que tan dif¨ªcil era avanzar como retroceder.
Es muy probable que el anuncio silencioso del fin pr¨®ximo de la Gran Idea se produjera en los a?os sesenta cuando el espacio yermo que ten¨ªa que ocupar el nunca construido Palacio de los Soviets fue dedicado a encerrar una enorme piscina al aire libre, la piscina Mosc¨². Era la materializaci¨®n del final de una idea grandiosa y catastr¨®fica, y posiblemente era, adem¨¢s, un buen destino, pues los s¨ªmbolos se disipaban entre los vapores. No ser¨ªa de extra?ar que los reconstructores de la catedral de Cristo Redentor hubieran avivado la maldici¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.