Dos filmes opuestos, de EE UU e Ir¨¢n, emocionan con su vocaci¨®n de testimonio
Contin¨²a la buena racha de pel¨ªculas de calidad en la secci¨®n Zabaltegi del certamen
, Dos pel¨ªculas en las ant¨ªpodas sirvieron ayer para mantener alto el list¨®n de calidad de competici¨®n de la secci¨®n Zabaltegi del festival donostiarra. Una, la estadounidense La ciudad, es la trabajada ¨®pera prima de David Riker y habla de emigrantes latinoamericanos en Nueva York. La otra, Derakht-e-jan (El ¨¢rbol de la vida), del iran¨ª Farhad Mehranfar, es una l¨ªmpida par¨¢bola sobre el paso del tiempo entre las tribus n¨®madas de su pa¨ªs.
Ambas pel¨ªculas tienen momentos de gran hermosura; pero tienen, igualmente, algo m¨¢s importante: una considerable vocaci¨®n de testimonio, no en vano salen de ojos adiestrados para mirar detr¨¢s de la apariencia de las cosas. El adjetivo "trabajada" usado por el cronista para tipificar La ciudad requiere alguna explicaci¨®n. En realidad, la pel¨ªcula fue rodada entre 1992 y 1997 en ambientes de inmigrantes centroamericanos y mexicanos de la periferia neoyorquina, y a lo largo de su proceso su m¨¢ximo responsable, David Riker, aprendi¨® no s¨®lo a hablar la lengua de los otros, sino tambi¨¦n a entender sus vicisitudes, sus esperanzas, sus anhelos a menudo rotos.Neoinmigrantes, trabajadores eventuales, aspirantes a vivir el sue?o americano desfilan por el filme vistos por una c¨¢mara solidaria tan empe?ada en mostrar como en construir: si una virtud tiene el filme, que tiene muchas, es la de ser capaz, con apenas unos pocos trazos, de crear criaturas de una solidez impresionante, de cuyos problemas somos solidarios en muy poco tiempo-cuatro historias en s¨®lo 85 minutos no dan precisamente mucho margen para la ret¨®rica-, y de esa concisi¨®n, del rigor expositivo surge un producto redondo, hermoso y completo, otra de las numerosas, e inteligentes, miradas a la periferia del sistema con que los organizadores nos est¨¢n obsequiendo en este a?o de cosecha irrepetible.
Y si Riker ahonda la comprensi¨®n sobre la vida de una comunidad ciertamente grande, Mehranfar lo hace sobre una peque?a, pero tan ancestral, tan vinculada al ciclo de la vida; tan universal, en suma, como para que su mensaje sea entendido urbi et orbe.
Luminosidad
El ¨¢rbol de la vida se inscribe en un rico fil¨®n, el que emplea la tradici¨®n oral de leyendas y cuentos populares para trazar par¨¢bolas de intenci¨®n mucho mayor. Para entendernos, es un filme m¨¢s en la l¨ªnea de Gabbeh de Moshen Majmalbaf, que del cine urbano de Abolfazi Jalili o Abbas Kiarostami, el maestro de casi todos ellos; un producto que escapa del rigor de los colores oscuros de Teher¨¢n para adentrarse en la luminosidad y la calidez de la naturaleza, y, por ese simple hecho, es ya observado con indignaci¨®n desde las filas integristas y no siempre con complacencia entre los sectores progresistas m¨¢s abiertamente hostiles al clero shi¨ª.Tiene el filme, que narra la historia de una madre que cuenta a un ni?o sus primeros balbuceos en la vida, as¨ª como la muerte de su padre,un delicado equilibrio entre puesta en escena e intenciones, y demuestra que los hallazgos de Aviones de papel, la ¨®pera prima de Mehranfar que se vio aqu¨ª el pasado a?o, no eran casuales, sino la obra de un documentalista inusualmente capaz e inspirado. Le falta a ¨¦sta, no obstante, la voluntad de ahondar en la met¨¢fora que contribu¨ªa a la polisemia de la anterior; pero resulta, en todo caso, una pel¨ªcula respetable que engrandece -otra m¨¢s- la mod¨¦lica selecci¨®n de Zabaltegi.
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