Los grises
Hay mujeres que siempre se recuerdan como fueron en el ¨²ltimo oto?o, as¨ª, tal como las describi¨® Pablo Neruda, con la boina gris y el coraz¨®n en calma. El mundo est¨¢ hecho de tiempo y de palabra, necesita una palabra a tiempo para nacer, para vivir con olor a selva y a hurac¨¢n, para fracasar como un muelle abandonado, hasta convertirse en el ¨¢rbol amarillo, en la hoja seca que vuela al reino de los amores cortos y los olvidos largos. Neruda acert¨® con su boina gris, defini¨® esa intimidad que recuerda a la palabra melancol¨ªa, y desde entonces siento una extra?a fidelidad por los tonos y las insinuaciones grises, por la cristaler¨ªa movediza del oto?o. En mi amor al gris he tenido que vencer muchos obst¨¢culos. Se trata de un color con mala suerte, porque a despecho de su belleza descarnada sirve constantemente de uniforme policial, de atm¨®sfera para dictador en blanco y negro, de met¨¢fora que flota sobre el humo de las oficinas, sobre el aliento de los encorbatados con alma burocr¨¢tica. A poco que se descuide, el gris nos devuelve a un tiempo de grises, de polic¨ªas en la puerta de las universidades, de largos trenes camino de la emigraci¨®n, de bibliotecas muertas, de obispos franquistas y pol¨ªtico clericales. Nos devuelve a los reportajes en blanco y negro sobre la desaparici¨®n de Chile, a la conmovedora resistencia popular contra los preparativos implacables de la embajada norteamericana, a los aviones en el horror del Palacio de la Moneda, a la muerte de Pablo Neruda, hace ahora 25 a?os. El gris nos acompa?a tambi¨¦n hasta un mundo m¨¢s reciente, a la sombra de los despachos sin ilusi¨®n, sin optimismo, sin ¨¦tica. Por debajo de los dise?os modernizadores, del lujo en el mobiliario y del brillante dossier plastificado, los despachos que no esconden un poema de Neruda o una canci¨®n de Paco Ib¨¢?ez son el esqueleto de la nada, la eterna burocracia de lo s¨®rdido. Pero existen otros grises. A veces el amor es largo, y regresa por encima del olvido, y consigue inventarse cada oto?o el mundo de la boina gris y el coraz¨®n en calma. Ya muy metido en septiembre, nada se parece tanto a la palabra melancol¨ªa como el cielo de Granada. Me conmueve la superficie met¨¢lica de ese gris transformado en un volumen profundo sobre las torres de la Alhambra, porque ensaya una teor¨ªa insidiosa sobre la derrota y la esperanza. Hay grises que son el truco de los supervivientes, grises convertidos al escepticismo para seguir creyendo en algunas cosas. Las nubes viajan como pa?uelos blancos de un adi¨®s no definitivo. Cielos de oto?o, desde un bosque o desde un nav¨ªo, al amparo del gris transparente de las aguas. Pensativa belleza, pura, exacta belleza del gris, compa?¨ªa del mar y de los cielos en septiembre, ¨¢mbitos de esa intimidad que nos seduce cuando calla, porque est¨¢ como ausente. Nuestra voz no llega a tocarlos, no los mancha, pero en los ojos del oto?o, en los ojos grises de la muchacha con la boina gris, se intuyen las h¨¦lices del crep¨²sculo, y el mar se ci?e a la tierra como un cintur¨®n de espuma. Veinte veces amor, aquellos grises del poeta que imagin¨® los versos m¨¢s tristes sobreviven a cualquier uniforme. Aunque nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
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