La historia enterrada
Las guerras son siempre lamentables episodios hist¨®ricos cuya huella sobrepasa las tapias de los cementerios y queda plasmada m¨¢s all¨¢ de los tortuosos recuerdos de quienes las sufrieron. Una de las principales evidencias de las consecuencias de cualquier guerra queda recogida en el armaz¨®n urban¨ªstico de ciudades y pueblos. En la mayor¨ªa de las ocasiones, la presencia b¨¦lica se aprecia precisamente en lo que no existe, en aquello que un d¨ªa fue y al siguiente desapareci¨® fulminado por cualquier bombardeo indiscriminado. Pero tambi¨¦n hay restos que persisten en el tiempo, precisamente porque con esa idea fueron concebidos. ?ste es el caso de los kil¨®metros de refugios subterr¨¢neos que se esconden bajo el asfalto de muchas ciudades. Los pasadizos secretos supon¨ªan una oportunidad de supervivencia para la poblaci¨®n civil que acud¨ªa a ellos en atropellado peregrinaje cuando los silbidos de la muerte anunciaban su macabra amenaza. Durante la contienda civil, los pasadizos subterr¨¢neos dieron cobijo a miles de personas. Cuando la guerra acab¨®, la existencia de estos t¨²neles continu¨® fiel a su condici¨®n clandestina. En la capital almeriense han tenido que pasar muchos a?os para que parte de esta historia aflorara a la superficie de una sociedad empe?ada en olvidar antiguas y sangrientas disputas. Pero ahora los ciudadanos ya tienen la oportunidad de recorrer parte de las estancias en las que, probablemente, se escondieron algunos de sus parientes. El p¨¢rroco de la Iglesia de San Sebasti¨¢n -ubicada en pleno centro de Almer¨ªa- ha decidido abrir al p¨²blico los t¨²neles que hab¨ªa bajo esta iglesia y que sirvieron de refugio a muchos almerienses. Estos pasadizos, que part¨ªan de la plaza de San Sebasti¨¢n en la que se erige la parroquia, comunicaban un trecho del Paseo de Almer¨ªa con la Puerta de Purchena y permit¨ªan el refugio de unas 200 personas. En los a?os de la guerra civil el censo de habitantes de la capital almeriense sobrepasaba en poco las 50.000 almas. Manuel Navarro, p¨¢rroco de San Sebasti¨¢n, conoci¨® la existencia de estos pasadizos gracias al relato del anterior responsable de la iglesia y ha decidido abrirlos al p¨²blico para que la gente pueda recorrer algunas de las zonas que sirvieron de refugio a los almerienses durante la guerra civil. Todo el recorrido de estos pasadizos estaba, en su ¨¦poca, se?alizado con carteles que indicaban las calles que hab¨ªa en la superficie. Los quinqu¨¦s eran la ¨²nica luz para guiar el paso atemorizado de los refugiados que pod¨ªan acceder a estos t¨²neles desde el altar mayor o desde la misma puerta de la iglesia. Piedra y hormig¨®n fueron los materiales b¨¢sicos utilizados en estos t¨²neles, cuya construcci¨®n, iniciada en 1937, precis¨® la mano de obra de unas 400 personas. Ahora su papel ser¨¢ otro. La intervenci¨®n de las modernas t¨¦cnicas de rehabilitaci¨®n borrar¨¢n de un plumazo la historia silenciada, para conceder a este espacio otras utilidades m¨¢s propias de los tiempos que corren. La humedad que concede el tiempo, los testimonios que call¨® el miedo, las vidas que se salvaron, ser¨¢n ya parte de un legado convertido en moderna sala de usos m¨²ltiples en los s¨®tanos de una iglesia. Sin embargo, estos pasadizos son s¨®lo un cabo del hilo de la madeja. Gran parte del casco urbano de Almer¨ªa est¨¢ minado. Kil¨®metros de t¨²neles guardan, bajo el bullicio superficial de la ciudad, una historia tan real como escondida. La delegaci¨®n provincial de Cultura no descarta la idea de sacar un d¨ªa a la luz todos aquellos pasadizos que permitieron a muchos salvar el pellejo cuando las bombas eran el argumento contra el Gobierno republicano. Por el momento, esos otros t¨²neles siguen sellados.
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