Senectud
Le¨ª esta obra en su edici¨®n del mes pasado; interpretada por Juan Luis Galiardo, gana mucho su acre belleza, su dura emoci¨®n. El largo di¨¢logo con Carmen El¨ªas con el que comienza la acci¨®n es una gran pieza de teatro; quiz¨¢ la mejor del teatro reciente.Son en esta escena dos grandes creadores. Entra un tercer personaje y desmerece: no por la calidad del actor, sino porque autor, adaptador y director han convenido en que sea "el malo", el que no tiene ni una sola raz¨®n, ni un punto de bondad o de cari?o. Ni de inteligencia. El texto insiste en ello.
El padre se est¨¢ despidiendo de la habitaci¨®n de su casa que abandona para ir al ?asilo, residencia, refugio, cl¨ªnica? No conviene darle su verdadera denominaci¨®n en la familia actual, eufemista, o correcta. Es una situaci¨®n muy frecuente en la vida contempor¨¢nea. Dialoga con su mujer, muerta joven muchos a?os atr¨¢s: es ¨¦l quien la evoca, o la imagina, o supone. El hijo llega a llev¨¢rselo: su dureza y su frialdad son excesivas. Quiz¨¢ piensen que es necesario el personaje absolutamente antip¨¢tico: no se ha roto todav¨ªa la tradici¨®n del bueno y el malo. Pero el esquema reduce el alcance de la situaci¨®n. Situaci¨®n ¨²nica: mira el anciano por ¨²ltima vez su casa, dialoga con quien no existe, se lo llevan.
Las ¨²ltimas lunas
Autor: Furio Bordon. Adaptaci¨®n de Rafael Azcona. Int¨¦rpretes: Juan Luis Galiardo, Carmen El¨ªas, Luis Perezagua. Escenograf¨ªa: Ana Garay. Iluminaci¨®n: Jos¨¦ Manuel Guerra. Direcci¨®n: Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez. Teatro Lara.
El di¨¢logo es punzante: no escatima emociones. Es sarc¨¢stico, tierno, ir¨®nico, duro a veces, escatol¨®gico, sentimental; m¨¢s cruel consigo mismo que con los otros. Refleja tambi¨¦n lo irremediable: hay otras salidas, se plantean posibilidades diferentes; pero la realidad, lo que se llama "la vida misma", no tiene m¨¢s salida que este exilio, este abandono: hacia la decadencia y la muerte.
Hacia la muerte
La obra termina en esa primera parte. Pero hay una segunda: el anciano ("vecchio e cattivo", dec¨ªa la cr¨ªtica italiana de su estreno en el Goldoni de Venecia, 1995, por un Mastroianni entrado ya en la senilidad, camino hacia la muerte) est¨¢ en el asilo, se esconde en el s¨®tano, habla con una acacia, quiz¨¢ fuma, bebe un poco, comenta las historias de otros ancianos, reincide en la dureza del lugar inh¨®spito al que le han llevado. Los espectros de la esposa muerta y del hijo pasan ya silenciosos, invisibles para ¨¦l: s¨®lo le queda la soledad. Y la m¨²sica, la sabidur¨ªa, la cultura. Y el miedo y el sarcasmo. Bien, pero sobra; disminuye la tensi¨®n, y Galiardo mismo, que hace una interpretaci¨®n excelente, queda como pasado, despu¨¦s del punto final del primer amargor.Queda dicho ya que es una representaci¨®n ejemplar, que la direcci¨®n de Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez da todos los matices necesarios, quiz¨¢ reprime alg¨²n sentimentalismo excesivo; modera el drama.
La sobriedad del escenario de Ana Garay, la iluminaci¨®n psicol¨®gica de Jos¨¦ Manuel Guerra, a?aden su desolaci¨®n, la melancol¨ªa, el recuerdo dram¨¢tico. El estreno de la obra en el teatro madrile?o Lara ten¨ªa un p¨²blico de profesionales: de grandes rostros del cine y del teatro. Se entusiasm¨®, ovacion¨® y grit¨®. Seguramente ocurrir¨¢ lo mismo con los espectadores de taquilla, aunque suelen ser menos espectaculares, menos ensayados; pero de ninguna manera ser¨¢n insensibles a la agotadora belleza de esta obra.
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