Problemas de la paz
Entre los problemas que plantea el fin de la violencia de ETA, uno de los m¨¢s delicados es el de los frutos pol¨ªticos de esa violencia. Porque, desde la democracia, ha dado frutos pol¨ªticos. Desde la Constituci¨®n hasta hoy, las decisiones que se han ido tomando en cuestiones auton¨®micas en general y vascas en particular no hubieran sido las mismas si no hubiera existido esa violencia. La violencia etarra ha condicionado decisiones que no sabemos si de otra manera se hubieran tomado. Por poner un ejemplo, la polic¨ªa vasca: sin violencia, no se hubiera llegado tan r¨¢pidamente como en 1979 (Estatuto de Autonom¨ªa) a una creaci¨®n de las caracter¨ªsticas de la polic¨ªa vasca; a algunos pareci¨®, entonces, que, dadas las circunstancias, el debilitamiento de ETA no era posible sin la existencia de esa polic¨ªa; creo que, desde el punto de vista del manejo pol¨ªtico del l¨ªo ETA, la Ertzaintza ha sido un acierto (lo que no quiere decir que haya sido el cuerpo policial m¨¢s eficaz en la lucha contra ETA, lo que es una cuesti¨®n bien diferente). Y muchos ejemplos m¨¢s.Ahora, cuando parece que el panorama ha cambiado de manera radical (si se confirma la transformaci¨®n de la tregua en otra cosa m¨¢s sustanciosa), este problema de los frutos de la violencia se presenta especialmente acuciante. Y no por "dignidad" del Estado, y otras zarandajas, sino por un problema estricto de justicia distributiva y comparativa. Mal funciona una organizaci¨®n pol¨ªtica que se basa y proclama los valores de la discusi¨®n sin tab¨²es ni l¨ªmites y fija como imprescindibles las soluciones democr¨¢ticas si se estableciera una paz que retribuyese mejor al violento que al pac¨ªfico. Esto equivale a decir que de lo que se trata es de lograr soluciones equilibradas para todos, aunque se trate de gentes que est¨¢n en la m¨¢s dispar posici¨®n. Eso es lo que podr¨ªamos llamar soluciones justas; siempre han dicho los representantes de un pensamiento tradicional que la paz es fruto de la justicia (opus justitiae pax); y aunque no est¨¦ de moda decirlo as¨ª ahora (se habla, m¨¢s bien, de las leg¨ªtimas aspiraciones del pueblo, etc¨¦tera), ¨¦sa es una exigencia de una realidad, la vasca actual, tan dispar, y no s¨®lo la vasca, sino la catalana, la gallega y otras y la espa?ola en general; y si no es as¨ª, aunque se trate de soluciones no tan definitivas, la paz nacer¨¢ podrida, y tendr¨¢ mala consistencia.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta es el de las v¨ªctimas de la violencia; la opini¨®n m¨¢s generalizada da muchas vueltas a qu¨¦ es lo que se puede hacer con los terroristas y sus cong¨¦neres; de las v¨ªctimas no se ocupa casi nadie, porque al parecer "no son un problema pol¨ªtico". Pero las v¨ªctimas, sus familias, su entorno, requieren, me parece, atenci¨®n en una soluci¨®n justa. Esas v¨ªctimas han pagado por todos nosotros, como fruto, en cierta medida, del azar de un terrorismo que ha llegado a notables excesos de deshumanizaci¨®n; y no cabe ni el olvido pol¨ªtico ni algunas otras secuelas en acuerdos de una paz justa. Se sabe que han sido m¨¢s de 800 v¨ªctimas mortales; pero hay otras muchas, no mortales o relacionadas con las anteriores; como uno piensa mejor en los amigos, puedo traer aqu¨ª (y que nadie se d¨¦ por olvidado) los nombres, por ejemplo, de Francisco Tom¨¢s y de Manuel Broseta. Creo que tenemos que hacer patente que esos sacrificios involuntarios lo han sido, desde luego, en beneficio de los innumerables a los que no les toc¨® la mala suerte y de la paz de todos; son v¨ªctimas nuestras; por muy generosa que sea la pacificaci¨®n (y soy partidario de que lo sea y mucho), no puede ser eso de todos contentos y pelillos a la mar. Las v¨ªctimas tienen cabida en la pacificaci¨®n, y tambi¨¦n en esa especial vinculaci¨®n del agresor a su v¨ªctima; un agresor puede ser perdonado, o reinsertado, o como se quiera decir. Pero el total desentendimiento de la suerte de sus v¨ªctimas es, en mi opini¨®n, un esc¨¢ndalo injusto. No es la primera vez que echo de menos en la legislaci¨®n penal, en general, una mayor vinculaci¨®n entre agresores y v¨ªctimas; lo que vale, tambi¨¦n, para estos tristes casos de muertes y desolaci¨®n repartida con profusi¨®n. La reinserci¨®n no debe excluir alguna forma de reconocimiento de esa realidad.
Y todo ello sin agobios. Hay quien quiere ver, y ya, f¨®rmulas cuasi m¨¢gicas, producto del ingenio y eso que se dice "un fuerte liderazgo". No hay f¨®rmulas m¨¢gicas, ni frutos de liderazgos embaucadores, que algunos a?oran. Si las armas callan, el sentido de la convivencia de los opuestos es lo que ha de prevalecer; y esto exige paciencia, ausencia de soflamas y la humilde actitud del que no est¨¢ dispuesto a dejar la mesa hasta llegar a la f¨®rmula, que requiere las voluntades de muchos y muy diversos, no el demiurgo que arrastra.
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