Basura y opulencia
FERNANDO QUI?ONES Las dos parecen quererse, y mucho. D¨ªa a d¨ªa, en las costas andaluzas crecen los desechos y basuras de la llamada sociedad del bienestar. De la raya de Portugal a la de Murcia, la salud de generosos espacios puros como el del almeriense Cabo de Gata se va haciendo cosa de excepci¨®n, y bastante de lo mismo se produce en cuanto a las ciudades del interior. Pero, tratando ahora s¨®lo de los litorales, raro es el mes en que no es denunciada alguna fea sorpresa de contaminaci¨®n en detrimento de las personas, fauna y vegetaci¨®n acu¨¢ticas, y esto sin meternos en Do?anas-Aznalc¨®llares o en el ¨²ltimo vertido petrolero en la bah¨ªa de C¨¢diz, impune por andar el barquito bajo bandera norteamericana, y por tratarse de la Base de Rota. Todo, luego, se resuelve en minimizar las cosas por parte de los responsables y culparse unos a otros, como en el reciente caso de Zahara de los Atunes, Barbate y su r¨ªo Cach¨®n, ayer como quien dice criadero de espl¨¦ndidos lenguados y anguilas, hoy podrido vertedero. Tanto la costa mediterr¨¢nea como la atl¨¢ntica sufren, pues, a diario los embates de ese emporcamiento, y quien acusara a estos p¨¢rrafos de de catastrofistas s¨®lo ha de asomarse a algunos de los puntos claves que me ha sido dado ver. Por ejemplo, el de la isle?a Punta del Boquer¨®n, ejemplo de pureza marina hace diez, quince a?os, y ahora muladar inmundo, acrecentado sobre todo por la brutal conducta ecol¨®gica de muchos domingueros comodones, a cuya ineducaci¨®n ni se le ocurre retirar y llevarse sus desechos, empezando por los pl¨¢sticos, que desde la funda del colch¨®n hasta la bolsita de papas son, a la larga y m¨¢s que demostradamente, un primer enemigo putrefactor de las arenas, las aguas y los fondos. En realidad, la Junta andaluza o los responsables zonales de Medio Ambiente deber¨ªan -y no lo hacen- imprimir y repartir bien unas octavillas con gr¨¢ficos, tan baratas como de claro e inteligente mensaje incluso para el m¨¢s cerril de los lectores, informando a este pueblo del da?o que sus descuidos acarrean, encabezado por el de los pl¨¢sticos abandonados. Nos divierte a veces recordar las franciscanas basuras urbanas del C¨¢diz de antes en comparaci¨®n con las de ahora, cuyo volumen de envases (hablamos ahora en dimensi¨®n nacional) es igual o mayor de cuanto sali¨® de ellos, y cuyos despilfarros alimentarios y de todo orden chocan con la necesidad en que se mueve un Tercer Mundo, necesitado y ansioso, por culpa occidental en muy gran parte, de abalanzarse en bloque sobre el nuestro. Pero, volviendo a lo de antes, la contaminaci¨®n del planeta sigue subiendo y acaso pudiera frenarla el aldabonazo de un apocalipsis ecol¨®gico superior a todos los ocurridos y que tuviera lugar en cualquier punto de supremas importancia y riqueza, la bah¨ªa de Nueva York por ejemplo. Es muy posible entonces que los padres del dinero y de los venenos que infestan hoy tierra, mar y aire, pusieran pies en pared y se promulgasen leyes realmente eficaces contra todo este desquicio.
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