Silla de ruedas Mekong
Cuando quedan menos de dos a?os para el 2000, Camboya sigue siendo un pa¨ªs roto por las guerras que ha sufrido, las pasadas y las presentes. Buena parte de su poblaci¨®n sufre malnutrici¨®n y las tierras m¨¢s f¨¦rtiles permanecen incultivables a causa de las minas. Aunque nadie sabe con certeza el n¨²mero exacto, se calcula que en este pa¨ªs del sudeste asi¨¢tico todav¨ªa quedan activas 10 millones de minas (m¨¢s de una por habitante) distribuidas por su geograf¨ªa y concentradas en los lugares m¨¢s estrat¨¦gicos: el acceso a las fuentes, los puentes, los campos de arroz y los caminos. El cuidado y rehabilitaci¨®n de las v¨ªctimas de estos ingenios de muerte -que han sido y siguen siendo decenas de miles, de toda edad y condici¨®n, a lo largo y ancho de Camboya- es una de las principales ocupaciones del servicio de acogida a refugiados de la Compa?¨ªa de Jes¨²s. En este servicio, que empez¨® a funcionar en Camboya en el a?o 1987, trabajan entre otros el jesuita Enrique Kike Figarado, asturiano y superior de la orden en Camboya, y el joven de Bilbao Francisco Javier ?lvarez de los Mozos, Patxi, ingeniero de telecomunicaciones y estudiante de teolog¨ªa. Desde su llegada al pa¨ªs, hace ahora diez a?os, ambos se enfrentaron al reto de atender a las j¨®venes v¨ªctimas de las minas antipersona. Para buena parte de los miles de mutilados camboyanos la posibilidad de disponer de una silla de ruedas o una pr¨®tesis es algo inalcanzable, m¨¢s que un sue?o. Lo accidentado del terreno en las aldeas y pueblos de ¨¦ste pa¨ªs y las especiales condiciones f¨ªsicas de los mutilados por minas anti-persona hac¨ªan indispensable un dise?o personalizado de las sillas de ruedas. Es as¨ª como naci¨® la Mekong Wheelchair, el modelo de silla de ruedas que se fabrica en la escuela-taller que mantiene el servicio de ayuda al refugiado. Las ocupaciones diarias de Kike y Patxi nada tienen que ver con el apostolado y s¨ª, en cambio, con las dificultades de gestionar una escuela-taller para discapacitados en un pa¨ªs como Camboya. La escuela-taller da trabajo y formaci¨®n a noventa j¨®venes mutilados por minas. Sus profesores son tambi¨¦n v¨ªctimas de estos artefactos malditos y entre todos son capaces de fabricar sesenta de estas sillas de ruedas al mes. La condici¨®n tr¨¢gica de Camboya se vive tambi¨¦n en el taller de Kike y Patxi. Como testigo mudo, una de las baldosas del suelo muestra un profundo socav¨®n. Patxi explica que uno de los alumnos del taller amenaz¨® un d¨ªa a uno de sus profesores con una granada de mano. Uno de los jesuitas, al darse cuenta de lo que pasaba, trat¨® de arrebat¨¢rsela. La granada cay¨® al suelo y estall¨®. El jesuita muri¨® en el acto. Patxi y Kike coinciden en se?alar que lo m¨¢s importante no es que los discapacitados a los que atienden aprendan un oficio. "Lo m¨¢s dif¨ªcil, y lo verdaderamente importante, es que salgan del estado de desesperaci¨®n en que los sume el accidente [la explosi¨®n de la mina que los mutila] . La mayor¨ªa de ellos pasan a?os de su vida arrastr¨¢ndose por el suelo. En estas condiciones, acceder a una silla de ruedas les cambia la vida de forma inmediata". Francisco Javier ?lvarez de los Mozos apunta las reacciones que experimentan los j¨®venes al llegar al taller. "Al principio llegan desolados. Algunos de ellos han tratado de suicidarse antes de ingresar aqu¨ª. El contacto con otros j¨®venes de la misma edad y que tienen el mismo problema les ayuda a sobrellevar la p¨¦rdida de las piernas". Kike asegura que "la amputaci¨®n afecta de forma distinta a cada persona. El que ya antes del accidente era un miserable, se desquicia sin remedio. Sin embargo, el que era buena persona logra, despu¨¦s de penalidades sin cuento, llevar una vida digna". Cuando se les pregunta qu¨¦ dir¨ªan a los responsables de las empresas que en todo el mundo (incluyendo Espa?a) negocian con la fabricaci¨®n de minas anti-persona, la respuesta de Patxi es clara: "Si un trabajador o un empresario de una f¨¢brica de minas tuviera un mutilado en su familia, dudo de que siguieran enriqueci¨¦ndose con su venta". Kike duda, pero al fin a?ade algo m¨¢s. "Que Dios me perdone. Es muy duro lo que voy a decir, pero creo que si las fabrican, deber¨ªan tambi¨¦n probarlas". El sue?o de una radio El trabajo en el taller no les deja un minuto libre al d¨ªa, pero Patxi, que no ha olvidado las ense?anzas que recibi¨® en la Escuela de Ingenieros de Bilbao, sue?a con que en el futuro sea posible poner en marcha una peque?a estaci¨®n de radio. "Podr¨ªa ser un proyecto hermoso, que servir¨ªa para que los mutilados de las aldeas, especialmente los m¨¢s j¨®venes no se sintieran abandonados a su suerte", indica Patxi. Sin embargo, acto seguido recapacita y deja esa aspiraci¨®n en el limbo de los sue?os. "Una radio nos traer¨ªa sin duda muchos problemas en un pa¨ªs como Camboya. Quiz¨¢s ser¨ªa la excusa perfecta para que el Gobierno nos cerrase el taller y ordenase nuestra salida del pa¨ªs".
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