Que los goles entierren a los muertos
En Alfacar (Granada) van a construir un campo de f¨²tbol cerca del lugar donde se supone que est¨¢ enterrado Federico Garc¨ªa Lorca y a un kil¨®metro de las fosas comunes donde yacen los restos de 4.000 granadinos asesinados por los insurrectos durante la guerra civil. El proyecto cuenta, al parecer, con todos los pronunciamientos favorables, socialistas y conservadores. Suscr¨ªbalo quien lo suscriba, se trata de un proyecto imp¨ªo; s¨ª, imp¨ªo. M¨¢s all¨¢ de algunas medidas parciales, nadie ha rehabilitado oficialmente todav¨ªa a las v¨ªctimas de la represi¨®n franquista; a los otros, a los "gloriosos ca¨ªdos por Dios y por Espa?a", nos los estuvieron rehabilitando durante una larga treintena de a?os en las paredes de las iglesias y en los partes de Radio Nacional de Espa?a -con cornet¨ªn incluido, ?lo record¨¢is los mayores?-. Los muertos rojos, por no tener, no han tenido ni tienen derecho ni a la piedad, uno de los sentimientos m¨¢s antiguos y nobles de los hombres: la pietas de los romanos. F¨²tbol, s¨ª, f¨²tbol; por la ma?ana, por la tarde, por la noche, en los estadios al uso y en las playas, en las pistas de cemento y en las calles, en los parques p¨²blicos y en los colegios, y en donde sea, comprendidos los cementerios sin cruces o sus aleda?os. La trivialidad contempor¨¢nea no conoce fronteras. Da igual que el culto a los muertos hunda sus ra¨ªces en los m¨¢s oscuros estratos de la historia humana. A la vista de sucesos como el que comento, habr¨¢ que decir que hund¨ªa sus ra¨ªces.Todo sea por la nueva barbarie, que tanto gusta a los alcaldes y alcaldesas porque se pirran por la apoteosis de los balones y las motos con el escape de gas abierto. Hace un par de a?os, o as¨ª, el Ayuntamiento de Sevilla, en sesi¨®n plenaria, acord¨® rechazar el resultado de un partido de f¨²tbol que era contrario a uno de los equipos locales. Y es que el bal¨®n es ahora la cifra del mundo, no la cruz ni la bandera tricolor ni la hoz y el martillo. El bal¨®n, ¨¦ste es el signo de los tiempos. "Con este signo vencer¨¢s", dir¨ªa ahora el Dios de los cristianos a ese nuevo Constantino que es Ronaldo. El vivo, al bal¨®n, y el muerto, al hoyo. El mundo es esf¨¦rico, el mundo es redondo, el mundo cabe en una redonda cosa de cuero. ?Los muertos? ?Qu¨¦ importan los muertos? Adem¨¢s, hay que olvidar; la guerra civil fue un episodio muy desagradable, dir¨¢n a buen seguro los adoradores granadinos del bal¨®n. Sin duda que fue desagradable, pero tambi¨¦n fue m¨¢s. Fue, por ejemplo, un acto de criminal injusticia contra quienes s¨®lo hab¨ªan cometido el grave delito de pensar por su cuenta, no por cuenta de 1a Iglesia cat¨®lica, apost¨®lica y romana, ni por cuenta de la Falange Tradicionalista y de las JONS, ni por cuenta de todos los biempensantes que han gobernado casi siempre este pa¨ªs desde los tiempos de Felipe II, ese rey a quien le gustaban, a la vez, los cuadros y la quema de herejes, y cuya beatificaci¨®n est¨¢ al caer a poco que nos descuidemos. Pues bien, las v¨ªctimas de haber pensado por su cuenta no merecen ni el m¨¢s elemental de los respetos: el de descansar siquiera en un ¨¢mbito sosegado. Han sido muertos sin sepultura, muertos de tercera clase o de ninguna; van a seguir si¨¦ndolo, pero ahora, con el paisaje de un campo de f¨²tbol, donde los hinchas del Alfacar CF gritar¨¢n y cantar¨¢n y aullar¨¢n tapando para siempre con su vocingler¨ªa los ecos simb¨®licos de otros gritos infinitamente m¨¢s nobles y dolorosos. Que la izquierda haya dado su visto bueno a semejante barbarie es por completo delirante. ?Qu¨¦ se entiende ya por ser de izquierdas?
Adelante, pr¨®ceres granadinos, con el campo de f¨²tbol cerca de las fosas de Alfacar. Adelante, siempre adelante. "Que los muertos entierren a los muertos", dice la vieja sentencia; "que los goles entierren a los muertos", hab¨¦is debido pensar vosotros, pr¨®ceres. "Sed ya para siempre mar salobre, oh campos de Alfacar, tierras de V¨ªsnar", cant¨® el poeta. "Que te crees t¨² eso, se han dicho nuestros pr¨®ceres; nosotros, un bal¨®n, dos buenas porter¨ªas y adelante".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.