Cartograf¨ªa e ingenier¨ªa jur¨ªdica
Un amigo, familiarizado con el mundo jur¨ªdico anglosaj¨®n, acostumbra a recordar una sentencia muy usual dirigida al estudiante de leyes ingl¨¦s: "Si tiene sentido com¨²n, ser¨¢ usted un buen juez; si adem¨¢s de eso conoce usted las leyes, sepa que le ayudar¨¢n". Esta sentencia no reza para Miguel Herrero de Mi?¨®n, palad¨ªn del empleo indiscriminado de la t¨¦cnica jur¨ªdica como instrumento principal en la resoluci¨®n de conflictos, convencido de que m¨¢s de un problema pol¨ªtico se resolver¨ªa si se dejara actuar a los juristas. Es natural que lo crea: ¨¦l mismo es jurista. Pasa lo que con algunos militares respecto de la guerra: creen, olvidando a Clausewitz, que la t¨¦cnica b¨¦lica por s¨ª misma resolver¨ªa los problemas de la guerra (y la paz). Unos y otros desconocen la complejidad de la condici¨®n humana y las virtudes del buen sentido sobre cualquier t¨¦cnica. La cosa ser¨ªa menor si no fuera por el cr¨¦dito que Herrero de Mi?¨®n tiene entre sectores de la pol¨ªtica nacionalista y la vieja tercera v¨ªa. Dado que, en este caso, la pol¨ªtica se interesa por el jurista, importa saber de su t¨¦cnica jur¨ªdica y de la doctrina que subyace tras ella. Y ¨¦sta aparece expl¨ªcita en su ¨²ltimo libro. Ya en la tapa se reproduce un mapa pol¨ªtico de 1852 realizado por J.F. Torres Villegas, que se aporta como documento fidedigno de ¨¦poca (se vuelve a reproducir en el interior con alarde tipogr¨¢fico) que ilustre la teor¨ªa de las fracciones de Estado del jurista ("cuerpos pol¨ªticos" singulares dentro del Estado espa?ol). En ¨¦l pueden verse claramente diferenciadas la Espa?a uniforme o constitucional (la Corona de Castilla sin las Provincias Vascas), la incorporada (Corona de Arag¨®n), la foral (Provincias Vascas y Navarra) y la colonial (Cuba, Puerto Rico, Filipinas y norte de Africa). Todo muy bien; salvo el peque?o detalle de que nadie sabe -incluido el propio Herrero de Mi?¨®n- qui¨¦n es Torres Villegas (?un cart¨®grafo, un pol¨ªtico tradicionalista, liberal?; ?se trata de un mapa de situaci¨®n o de un proyecto pol¨ªtico?), y de que en absoluto refleja la disposici¨®n real de la ¨¦poca. No lo hace porque resulta irreal esa divisoria en t¨¦rminos constitucionales (la ¨²nica singularidad institucional en la ¨¦poca era la vasca y navarra) o de identidad (apenas si exist¨ªa a¨²n un mundo social m¨¢s all¨¢ de la localidad). Todo muy riguroso, como se ve. El mapa ten¨ªa, por lo dem¨¢s, un peque?o problema, que no le pas¨® desapercibido a alguien: Galicia formaba parte en aqu¨¦l de la Espa?a uniforme. Qu¨¦ pod¨ªa decir el BNG. Nada, se ilumina el mapa -un trazo de color alrededor de Galicia-, y asunto concluido; pero se le pas¨®, a quien fuere, iluminar el mapa del interior del libro. Como se ve, todo t¨¦cnicamente muy riguroso. Rigor que trasunta el propio texto del libro. Cuando es necesario, se recurre al historicismo; cuando no, la ley es normativa. El uso de la historia es una parodia: puede pasarse de 1867, fecha de la formaci¨®n Dual de Austria-Hungr¨ªa, a la Espa?a actual sin soluci¨®n de continuidad; o comparar la relaci¨®n entre Croacia y Hungr¨ªa en el XIX (mismo rey y Estado; v¨¦ase c¨®mo termin¨® tras la I Guerra y la tensa relaci¨®n internacional que hoy mantienen) con una soluci¨®n para Catalu?a (principado) en el marco de Espa?a (reinado, con el mismo se?or). En fin, no les canso con otros detalles. En cuanto a la doctrina que subyace, las cosas no pod¨ªan ser m¨¢s expl¨ªcitas. Se abandona absolutamente el constitucionalismo liberal (idea de ciudadan¨ªa, contrato social o ley positiva) para situarse en la m¨¢s pura l¨ªnea del tradicionalismo espa?ol de un V¨¢zquez de Mella o un V¨ªctor Pradera (te¨®ricos del carlismo del siglo XX): se habla de la Constituci¨®n escrita como "constituci¨®n artificial", de la "esencia del ser profundo de Espa?a", de Espa?a constituida por "cuerpos pol¨ªticos" y no por ciudadanos. Y uno se pregunta: ?qu¨¦ har¨¢ que a Xabier Arzalluz le guste tanto el tradicionalismo espa?olista de Herrero de Mi?¨®n?
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