Un morm¨®n en la reserva espiritual de Occidente
Van en pareja, pero no son guardias civiles. Suelen ser altos, casi siempre rubios y su atuendo es impoluto: blanca, blanqu¨ªsima camisa de manga corta y una discreta corbata oscura. El acento corrobora lo que denota el aspecto: tienen poco de hispanos y mucho de anglosajones, mientras que sus modales derrochan cortes¨ªa. Su presencia no es familiar, pero tampoco resulta extra?a a los madrile?os. Quien m¨¢s y quien menos se ha cruzado con ellos y no ha podido evitar volver la vista con una mezcla de escepticismo, sorpresa y admiraci¨®n por el valor que echan para ir en esos d¨ªas, timbre a timbre, a transmitir su fe. "Cien puertas para traspasar una, mil para convertir a uno". La experiencia ha convertido en estad¨ªstica la labor de estos misioneros mormones que llegaron a Espa?a en 1968, gracias, en parte, a la labor que desde tres a?os atr¨¢s ven¨ªa realizando Jos¨¦ Mar¨ªa Oliveira, abogado, guionista y productor cinematogr¨¢fico, que en 1965 decidi¨® poner su vida "en armon¨ªa con Dios" y abrazar la fe de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los ?ltimos D¨ªas. Fue el primer espa?ol en hacerlo. Hoy son 30.000 en todo el pa¨ªs y despu¨¦s de 30 a?os van a tener su primer templo en Espa?a. Estar¨¢ en Moratalaz y, por dimensiones (el solar que ocupa tiene m¨¢s de 12.000 metros cuadrados) e inversi¨®n (unos 7.000 millones de pesetas), en nada envidiar¨¢ a la m¨¢s rimbombante catedral. "Bah, todav¨ªa somos muy pocos", insiste Oliveira, sin lograr camuflar un cierto orgullo.
La conversi¨®n de este madrile?o de origen andaluz a la fe mormona tiene un nombre de mujer: Patricia, la joven americana con la que sal¨ªa en 1959 y que hoy es su mujer. Ella le present¨® a la diminuta comunidad de fieles, todos personal de la base de Torrej¨®n, y le ense?¨® el libro de los mormones, redactado el siglo pasado por Joseph Smith, el fundador de esta confesi¨®n. En realidad, fue un desencuentro. Oliveira saci¨® la curiosidad, pero su espiritualidad no se resinti¨®. Dice que "todo tiene su momento", y el suyo no lleg¨® hasta seis a?os m¨¢s tarde, en 1965.
Ese a?o marc¨® una frontera en su vida. "Yo era como la mayor¨ªa, un cat¨®lico inactivo. A partir de ah¨ª me tomo en serio los mandamientos de Cristo y los practico. Cat¨®licos y mormones predicamos casi lo mismo, pero nos diferencia una cosa, la tolerancia con el pecado. Al convertirme empiezo a guardar la ley de castidad hasta el matrimonio, cosa que jam¨¢s habr¨ªa hecho; a ser m¨¢s honrado, a no mentir, no fumar, no beber...". Un cambio radical que, reconoce, "abre un abismo entre t¨² y los dem¨¢s. Te afecta hasta en el trabajo. Yo me encargaba del casting de las pel¨ªculas americanas que se rodaban en Espa?a, sobre todo de la Columbia, y adem¨¢s era guionista... ?Imag¨ªnese en los setenta con el destape! Me negaba a que mis pel¨ªculas tuvieran algo que ver con eso y perd¨ª much¨ªsimo dinero. No digo que no me hayan dado un oscar por mi religi¨®n, pero ser artista y morm¨®n es dif¨ªcil. Hasta los amigos empiezan a aburrirse un poco contigo".
Y es que el proselitismo, que no le abandona nunca, se destap¨® con rapidez. En apenas unos meses convenci¨® a su madre, su t¨ªo y su modista para que fueran a la capilla que los americanos ten¨ªan en El Encinar de los Reyes. Eran los ¨²nicos fieles espa?oles y tan s¨®lo Jos¨¦ Mar¨ªa hablaba ingl¨¦s. "Yo resum¨ªa los sermones y los traduc¨ªa al castellano. Luego vinieron las mujeres espa?olas de los americanos y de una forma natural llegamos a ser cuarenta". A la Espa?a franquista, cat¨®lica, apost¨®lica y romana, la llamada "reserva espiritual de Occidente", le hab¨ªa salido un min¨²sculo grano.
En febrero de 1968 se constituyeron ya como congregaci¨®n de Madrid. Se hab¨ªan invertido las tornas. La comunidad era enteramente espa?ola, salvo una decena de americanos "que acud¨ªa a los oficios para apoyarnos". El problema era que ning¨²n colegio ni instituci¨®n les ced¨ªa un local para reunirse los domingos. La Ley de Libertad Religiosa, aprobada dos a?os antes, era, seg¨²n Oliveira, "como todas las de Franco, muy gallega y muy ambigua, hac¨ªa la vista gorda al proselitismo, pero no se pod¨ªa hablar de ello". El problema lo solucion¨® Carmen, la mujer de Ram¨®n Tamames, al prestarles su jard¨ªn de infancia de la calle de Jorge Manrique.
Reinaba, dice, un clima de reticencia, pero no de persecuci¨®n, quiz¨¢ por esa tolerancia que tan cr¨ªticamente achaca a la Iglesia cat¨®lica. "Lo m¨¢s que sufrimos fue 1a presencia de un infiltrado del Ministerio de Informaci¨®n en los oficios, pero todos sab¨ªamos qui¨¦n era, o que a un inspector le diera por dejar una noche en comisar¨ªa a alg¨²n misionero, pero persecuci¨®n, no. Es m¨¢s, una vez nos invitaron a explicar a curas y monjas nuestra doctrina en un centro cat¨®lico de la sierra. Acabaron d¨¢ndonos un cheque para nuestro programa de construcci¨®n. La Iglesia cat¨®lica ha llegado a un punto que es de una tolerancia brutal".
Ni discriminados ni perseguidos. Eso dice ¨¦l, a quien su credo no impidi¨® presentarse a las elecciones de 1977 bajo las siglas de UCD, con la ambici¨®n declarada de ser director general de Cine. Que no lo lograra no fue, dice, por cuestiones religiosas, sino por los amiguismos de la pol¨ªtica.
Hace nueve a?os decidi¨® afincarse en Salt Lake City, el basti¨®n morm¨®n en Estados Unidos, para estar cerca de sus tres hijos. Con su marcha dej¨® sus cargos eclesi¨¢sticos y fue nombrado patriarca, un t¨ªtulo con gran peso espiritual entre los fieles. ?l es, en gran parte, culpable de que en Madrid haya ahora 11 capillas y que aquellos primeros 40 se hayan convertido en 4.000. Aun as¨ª, insiste: "Somos cuatro gatos".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.