Un sentido innato de la escena
La grandiosidad del teatro romano de M¨¦rida no pod¨ªa pasar desapercibida a un dirigente pol¨ªtico como Castro, que demuestra tener un sentido innato de la escena. Desde ese espacio m¨¢gico, flanqueado por columnas y estatuas de m¨¢rmol, como un actor que hubiera cambiado la t¨²nica por el uniforme verde oliva, se dirigi¨® al grader¨ªo para responder, durante casi una hora, a las preguntas que le formularon los periodistas que cubr¨ªan su visita a Extremadura. El presidente cubano, tal vez porque se desenvuelve en una realidad distinta, mantiene un di¨¢logo con la prensa que se aleja de las normas al uso. Cualquier pregunta es motivo de una larga reflexi¨®n que deriva hacia la historia o se ramifica por cien meandros hasta volver al motivo principal de la pregunta. Todo ello dicho con una voz d¨¦bil, gastada, que subraya con una gestualidad un poco antigua, que permite a los fot¨®grafos captar a menudo su imagen con el dedo levantado, en un gesto que podr¨ªa parecer amenazante pero que en la mayor¨ªa de los casos es did¨¢ctico. Su estado de salud es observado con la minuciosidad que se dedica a desvelar los secretos de Estado, porque en muchas canciller¨ªas se considera que el plazo de su vida es el tiempo que le queda a la revoluci¨®n cubana. Durante su estancia en la Cumbre Iberoamericana de Oporto y en su visita a Extremadura se ha quejado de dormir poco, apenas unas horas cada noche. Tal vez ello agudizara su aire cansado y velara, a veces, su mirada. Su momento m¨¢s feliz, confes¨® en una de sus respuestas fluviales, lo vivi¨® en el mitin que le ofreci¨® la izquierda portuguesa en un polideportivo abarrotado por 5.000 incondicionales. "Me llen¨® de energ¨ªa" dijo.
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