T¨ªo y mam¨¢
La homosexualidad en Espa?a est¨¢ de enhorabuena. En Catalu?a su Parlamento aprueba, desafiando las iras del Papa, una ley de parejas de hecho que reconoce -limitadamente- a los gays y lesbianas; en el pa¨ªs entero, la primera cadena difunde todos los martes a horas de m¨¢xima audiencia una serie que tiene de protagonista a un homosexual maduro. Recordar¨¢n ustedes el refr¨¢n: en martes ni te cases ni te embarques. El Vaticano no se ha pronunciado -de momento- sobre T¨ªo Willy.Los peri¨®dicos suelen ser injustos con las series televisivas, pues encargan a sus cr¨ªticos que las juzguen por el primer cap¨ªtulo emitido o a partir de un piloto, y nunca m¨¢s se vuelve a saber de ellas, excepto para informar del n¨²mero de espectadores que levantan el dedo o lo bajan condenatoriamente ante la pantalla. He visto de pe a pa los seis primeros episodios de T¨ªo Willy, y conf¨ªo, por tanto, en tener la suficiente base de juicio sobre esta telecomedia que fue anunciada como algo sin precedentes: la entronizaci¨®n dignificada del maric¨®n en el prime-time. La primera entrega, m¨¢s corta que las siguientes, era la m¨¢s brillante; una buena idea de gui¨®n -el homosexual espa?ol Willy, que, asqueado de su machista pa¨ªs, se fue hace 25 a?os a la lib¨¦rrima San Francisco, vuelve a reunirse con su hermana invitado por un programa de reencuentros sentimentales- estaba muy bien aprovechada, sobre todo en los elementos de parodia. Que la televisi¨®n se burle de la televisi¨®n es un buen indicio: el arte se hace adulto cuando aprende a re¨ªrse de s¨ª mismo ante el espejo. Pero en el avi¨®n que le trae a Espa?a, Willy tiene que apresurarse al retrete al o¨ªr el anuncio del pr¨®ximo aterrizaje; no puede aparecer en Barajas con su pendientito en la oreja (Willy, claro, ignora que una gran parte de la actual poblaci¨®n masculina espa?ola lleva en orejas, labios y partes m¨¢s rec¨®nditas tanta quincalla met¨¢lica como Juanita Reina y Lola Flores juntas en el esplendor de su espa?oleo). La clave est¨¢ en que al ir desde su asiento al retrete, Willy anda con un contoneo que ninguna folcl¨®rica, ni siquiera Miguel de Molina, os¨® en su d¨ªa. ?Burla del mariquita? Ya dec¨ªamos que lo sano es poder re¨ªrse de todo.
No les puedo resumir las peripecias siguientes; baste se?alar que Willy se encuentra a una familia en crisis, y decide quedarse en Madrid en plan hada madrina, por mucho que su amante argentino le reclame a grititos desde San Francisco. Que el afeminado enamore instant¨¢neamente a todas las mujeres colindantes es un probado recurso c¨®mico, y Andr¨¦s Pajares, no s¨®lo protagonista sino ide¨®logo de la serie, lo explota con sus magn¨ªficas dotes de actor, consciente de lo que en un pa¨ªs de virilidad a pi?¨®n fijo como el nuestro gusta ver al famoso por encima de toda sospecha soltar pluma. Willy, y acabo con las conclusiones, viene a representar frente al cu?ado torpe y embustero, el sobrino machongo y la general caspa hispana, valores de comprensi¨®n, dulzura, tolerancia racial y generosidad, y en ese sentido la serie resulta de progreso.
Ahora bien, parece como si TVE, a cambio de esta concesi¨®n por la que los gays deber¨ªan peregrinar de rodillas hasta Prado del Rey, haya querido imponer el peaje de nuestra m¨¢s rancia tradici¨®n. Realizada con invariable ramploner¨ªa, escrita con las peores f¨®rmulas de la astracanada (ese portero tartaja, esos vecinitos atontolinados), salvada a ratos por sus actores (destacan, una vez m¨¢s, las actrices Silvia Munt, Laura Cepeda, Marta Fern¨¢ndez Muro...), T¨ªo Willy injerta artificialmente su mensaje correcto (los tiempos mandan) en una forma antigua, estereotipada y a la postre degradante. Los homosexuales pueden ser buena gente pero son todos unas locas hist¨¦ricas, miedosas (no falta ni el rat¨®n que asusta al novio, excelente c¨®mico Hugo Arana, en el hotel), tipos coquetos, celosos a la par que incontinentes en cuanto ven unos pantalones, y siempre dispuestos a montar el numerito de su diferencia. Sin embargo, los colectivos gays, tan atentos siempre a deshacer entuertos, parecenestar satisfechos con este embarque. Ser¨¢ que estiman suficiente el hecho de que cuando la televisi¨®n estatal se digna aceptarles como entes de ficci¨®n, en vez de reflejar la vida de un homosexual, se regodee con algo de m¨¢s tir¨®n popular, el marica de buen coraz¨®n.
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